La Bienal va como un tiro. Hasta el momento los teatros se han llenado y los artistas están respondiendo a las expectativas. Miguel Poveda parece que vuelve definitivamente al flamenco –aunque yo creo que nunca se fue del todo– y tiene ganas y coraje de echarse a las espaldas la responsabilidad que corresponde a una primera figura. El Granaíno, que, según Antonio Ortega, ha conquistado las cumbres con un recital memorable en el Auditorio Nissan Cartuja, mientras que Tomatito se rodeó de músicos de primera categoría para honrar la memoria de quien todo lo fue, y lo sigue siendo, en la guitarra flamenca: Paco de Lucía. Lo de las voces añejas de Aurora Vargas, Tomasa, Nano, Villar o Marcelo Sousa son cosas de las cosas. Cosas que vamos perdiendo… y el Pele, que la ha liado, y bien gorda, cantando con su personalidad y sus formas únicas.
Pero con todo el éxito, hasta el momento, de los espectáculos, se echan en falta algún tipo de actividades relacionadas con el flamenco y otras artes en la programación. En los corrillos de tabernas y en las terrazas de las cafeterías corre un runrún de interrogaciones y respuestas sordas. Se dice, entre contraluces y altramuces –chochos les dicen en mi pueblo–, que la Bienal no ha querido fotos en esta edición, que se ha salido del cuadro, que ha cerrado a cal y canto el diafragma, vaya. Ayer mismo, en una terraza a la que acuden flamencos de todo tipo y ralea –rodeados de cafés cortados, solos, en taza y en vaso pequeño, que hay que ver lo difícil que se lo estamos poniendo a los nobles y sufridos camareros–, se hablaba de que la Bienal ha cerrado el objetivo –el grifo– a los fotógrafos. Y es que se ha volcado con la pintura, e incluso con los tattoos, y ha dejado a los fotógrafos velados. O mejor, la misma Bienal se ha velado y se ha quedado sin negativos y sin positivos, sin valorar suficientemente la distancia focal, y les ha salido la foto distorsionada, desenfocada. Y ha dejado un espacio mínimo a la fotografía, como por ejemplo, la exposición del fotógrafo calé Ramón Amaya, presentada el pasado sábado. Pero seguimos creyendo que es poco revelado para una programación tan extensa.
¿Pero que no hay espacio en Sevilla para exposiciones fotográficas? Entiendo que cuando se mira todo desde un plano cenital, es difícil bajar al albero y ponerse en el pellejo del otro. (…) Den la vuelta al objetivo con el anillo inversor, salgan a la puerta de la calle y miren lo que tienen delante: la ciudad de Sevilla. Y hagan un balance de blancos»
Y fotógrafos sevillanos hay, ¿eh? Y buenos. Ahí tenemos al veterano e infatigable Paco Sánchez, al finísimo Luis Castilla, a Toni Blanco –que es como si fuera sevillano por lo mucho que visita la provincia cámara en ristre–, a Beni –que hemos perdido ya la cuenta de la de años que lleva a pie de escenario–, al morisco Fidel Meneses –que fotografía con la misma sensibilidad con la que Moreno Galván pintaba–, o el genial Juan Flores… Y no sigo porque la lista se haría eterna, más larga que las trompetas aquellas del chiste de Paco Gandía, que eran “más largas que la calle Torneo”.
La fotografía siempre ha tenido protagonismo en la programación de la Bienal. Pero por lo visto este año no había espacios para este tipo de exposiciones, según me cuentan por babor. O es que es cierto eso de que tanta actividad en la programación quema, que me han dicho por estribor. Y puede ser cierto, claro que sí. ¿Pero que no hay espacio en Sevilla para exposiciones fotográficas? Entiendo que cuando se mira todo desde un plano cenital, es difícil bajar al albero y ponerse en el pellejo del otro. ¿Que no hay? Ahí están sus calles, sus esquinas y sus plazas. Ya hace mucho que se dejó atrás la exposición típica y tópica de cuadros colgados en las paredes. Eso ya quedó muy antiguo, aunque sigue siendo una buena propuesta, lógicamente. Pero ahí tenemos las plazoletas de la ciudad más bonita del mundo. Ahí tenemos espacios abiertos donde la captura de un quejío flamenco vale más que mil conferencias. Si realmente esta es razón por la que la Bienal se ha quedado velada y sin exposiciones fotográficas, la razón es pobre, muy pobre. Una aberración, que dicen los fotógrafos cuando hay alguna deficiencia óptica en la imagen. Suena más a excusa de liquidación de mercancía que a razón. ¿Que no hay espacios? Den la vuelta al objetivo con el anillo inversor, salgan a la puerta de la calle y miren lo que tienen delante: la ciudad de Sevilla. Y hagan un balance de blancos.