Abrió el Alcázar de par en par para albergar los sonidos dulces de la guitarra. La rondeña de Ramón Montoya sonó fresca y nueva en las yemas de seda del guitarrista Alejandro Hurtado, que preludió el recital de Riqueni. Arrulló La liviana por seguiriya templando el bordón, cuarta –¿y tercera?– en otros tonos y A mi madre por farruca, composiciones propias que sirvieron de antesala a la interpretación magistral de la zambra Gitanería arabesca del Niño Ricardo, con lo que abrochó su parte. Y Sevilla se postró a sus manos.
Hurtado es doctor en sensibilidad. Transita los entresijos de las mecidas del toque. Ha escudriñado en los orígenes y hurgado en las raíces de la guitarra. Conoce el paño. De pulsación elegante y rotunda, alterna potencia y suavidad según le piden los vaivenes del cuerpo.
La granaína Triste luna de Riqueni saludó a la giralda, abrazándola después con la Soleá de los Llanos y la soleá por bulería que rubrica en Herencia. Se perdió por el Parque de María Luisa. Pronto se fue a Nerja con el chelo aterciopelado de Gretchen Talbot. Se escudó con la compañía de Salvador Gutiérrez y Manuel de la Luz. Quiso terminar con el fandango Al Niño Miguel, pero el aplauso pedía el bis y acabó Cogiendo rosas.
«Ya no tiene que demostrar nada. Solo viene a emocionar. Él lo asume, espera sentado al tiempo y lo tutea. Yo sigo sufriendo el síndrome, esta irremediable obsesión mía por dejarme cautivar de manera adictiva por su guitarra. Y mi corazón le grita: ¡toca, Riqueni, toca!»
Ofreció un concierto de melancolía. Retrató su idilio con la guitarra. Repasó su vida. Pero se quedó en Nerja. Y ahí se mostró más clásico que flamenco. Melódico y esencial, sin ostentaciones virtuosas, con aires de Falla, Albéniz y Turina. Tanto que me vi torpe para encontrar las esquinas donde soltarle el ole. Y me lo llevé pleno de cosquillas.
Riqueni puso el corazón en el cobre. Tocó lo mejor que pudo. Y lo que le robó la vida se lo regaló mi oído acurrucando su fragilidad, esa que limita y merma pero que sigue transparentando el perfume de Sevilla.
Lo escuché con los poros de la piel, respirándolo. Sin afearle la técnica, mirando más allá de los enganchones o los picados que se desvanecían y de esos trémolos en el ocaso o los arpegios magullaos. Ya no tiene que demostrar nada. Solo viene a emocionar. Él lo asume, espera sentado al tiempo y lo tutea. Yo sigo sufriendo el síndrome, esta irremediable obsesión mía por dejarme cautivar de manera adictiva por su guitarra. Y mi corazón le grita: ¡toca, Riqueni, toca!
Ficha artística
Nerja, de Rafael Riqueni
XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla
Alcázar de Sevilla
24 de septiembre de 2024
Guitarras: Rafael Riqueni, Salvador Gutiérrez y Manuel de la Luz
Intervención especial de Alejandro Hurtado
Chelo: Gretchen Talbot