…Mientras el Flamenco languidece en muchos festivales por la actitud irrespetuosa del público y/o logística lamentable. El jueves 8 de agosto Miguel Poveda consiguió cautivar a más de dos mil personas con su Poema del Cande Jondo. Fue en Marbella, en el prestigioso Starlite Occident, y ante un silencio realmente emocionante. Y digo esto puesto que la noche anterior acudí a un típico festival veraniego para escuchar a cuatro grades cantaores/as, del que salí con un cabreo considerable ante la falta de respeto que allí se derrochó hacia nuestra música jonda. Sonido deficiente, ruido insoportable en los exteriores, numerosos aficionados con incontinencia verbal y carencias organizativas destacaron a pesar de –me consta– las buenas intenciones de los responsables.
No se vea este artículo como una crítica artística. Se trata de una improvisada reflexión sobre la dignificación del arte flamenco producto de mi asistencia consecutiva a ambos eventos. Sé que recibiré interminables críticas al no ser Poveda, en general, un cantaor del gusto del purismo, algo, por otro lado, muy respetable.
Llevo tres lustros, como aficionado y desde mi ámbito profesional, divulgando la idea de que el Flamenco es un arte musical de primer nivel, una música que trasciende lo vivencial y tradicional para ingresar de lleno en el ámbito de lo culto. Un ámbito que exige, en lo escénico, un tratamiento acorde a lo experimentado en el concierto del cantaor catalán. Sonido espectacular, entorno muy cuidado y organización exquisita son las premisas básicas que Miguel exige en cada una de sus actuaciones. En contrapartida, él y sus músicos ofrecen un pulcrísimo espectáculo musical, repleto de profesionalidad y entrega, en el que la autoexigencia es su principal virtud. Todo ello aderezado con una impresionante capacidad de transmisión y gracia natural que embelesan al espectador desde el primer minuto.
«Mi mujer, que jamás me ha acompañado a un recital, estuvo conmigo en el concierto. Y me confesó que ha sido la primera vez que ha sentido atracción por el Flamenco, argumentado que Miguel Poveda consigue que el cante guste»
Centrándonos en el evento referido, Poveda ofreció el contenido de su último disco. Un repertorio absolutamente flamenco de principio a fin, con Federico García Lorca como gran protagonista. Y lo hizo con flamencura, entrega y buen gusto. No me considero povedista, pero sí que me gusta su cante. Que sí, que por seguiriya no iguala a Caracol, por soleá no se acerca a Mairena y por granaínas se queda lejos de Morente, pero ¿y qué más da? En mi opinión, Miguel canta bien, conoce el paño y, lo más importante, se deja todo en el escenario, es decir, es un artista de los pies a la cabeza. Y canta con verdad, la suya, claro, pero como hacen todos los cantaores. Seguro que, para algunos, con esto que estoy diciendo habré perdido muchos puntos como aficionado, pero a estas alturas me da igual.
En el Flamenco, el libro de los gustos no está escrito, y cada aficionado tiene derecho a expresarlos, faltaría más. Pero esto no justifica la inquina con la que algunos lo tratan hasta extremos insoportables, con argumentos tan sonrojantes como su lugar de nacimiento, orientación sexual y capacidad de convocatoria. Por cierto, ¡bendita capacidad de convocatoria!, la misma que, en su día, genios como Valderrama o Camarón generaron, recibiendo, casualmente, enormes críticas por ello. Sin duda, prefiero un auditorio de dos mil personas felices y respetuosas a un selecto grupo de amargados aficionados con actitud chulesca y sentando cátedra ruidosa.
Mi mujer, a la que no le gusta el Flamenco –algún defecto tenía que tener, jejeje– y jamás me ha acompañado a un recital, estuvo conmigo en el concierto. Y me confesó que ha sido la primera vez que ha sentido atracción por el Flamenco, argumentado que Miguel consigue que el cante guste. ¿No es este el principal objetivo de un cantaor o cantaora cuando sube a un escenario? No importa, sigamos criticándolo…
Saludos flamencos.