El efecto que produce la música en el cerebro está repleto de incógnitas, llegar a comprender su impacto es hasta el momento del todo incomprensible, casi imposible de interpretar con la objetividad requerida a un estudio serio. No en vano, la sicología es una ciencia que aún está en pañales. Desde que Wilhelm Wundt en Heildelberg quiso definir las leyes de la mente o el doctor Sigmund Freud en Viena pretendiera interpretar los sueños a través del sicoanálisis, muchos han sido y son los científicos que desean desentrañar el enmarañado universo de la mente humana.
La sicología aplicada a la música es una disciplina muy interesante (en la universidad cursé dos años y me maravilló ese campo de estudio aplicado a la música). Indagar en los procesos de acción y reacción mental que se producen cuando escuchamos música es fascinante. Sin pretender ahondar en la materia, confieso mi falta falta de preparación, sí me gustaría apuntar algunos aspectos que creo pueden tener interés para los lectores de esta sección de A cuerda pelá de ExpoFlamenco.
Antes de nada, hay que decir que cada persona es un mundo y que la misma música nos afecta de forma muy diferente a cada uno, de ahí lo de “para gustos los colores” y el “nunca llueve a gusto de todos”. Hay quien muere con Marchena y hay quien lo detesta, hay quien llora con Mairena y hay a quien no le llega. Y eso se debe, simple y llanamente, a la arquitectura mental de cada persona, a las filias y fobias heredadas. Hay quien no resiste una voz áspera y hay a quien las acrobacias vocales le emocionan. Y nunca deberíamos opinar sobre los gustos ajenos, algo tan extendido entre la afición jonda, porque “ca uno es ca uno” y esa es la máxima que debería presidir todos los lugares de reunión de flamencos. Solo respetando los gustos ajenos logramos apreciar la riqueza e inmensidad del género flamenco.
«Hay quien muere con Marchena y hay quien lo detesta. Hay quien llora con Mairena y hay a quien no le llega. Y eso se debe a la arquitectura mental de cada persona, a las filias y fobias heredadas. (…) Y nunca deberíamos opinar sobre los gustos ajenos, algo tan extendido entre la afición jonda, porque “ca uno es ca uno”»
Los entendidos, los sabijondos, siempre están dispuestos a crear doctrina sobre qué está bien y qué es un churro en cuestiones de ejecución y creatividad musical. ¡Eso no vale na! ¿Quién no ha escuchado alguna vez semejante exabrupto de superioridad mental? ¡El mejor cantaor de todos los tiempos es Menganito de Zutano! ¡Hala! Y a quien esto dice, todo campanudo, siempre se le olvida acabar la frase con un humilde “pa mí”. Estamos faltos de respeto, y mejor le iría al flamenco si no hubiera tanto enterao que sabe una mijita de flamenco porque se ha tirado treinta años trabajando en un bar donde a veces iba Juan Moneo El Torta.
Pero vayamos a lo mollar de este tema. ¿Qué elementos musicales existen en el flamenco que, al escucharlos, nuestra mente se inclina hacia un lugar u otro dependiendo de su naturaleza jonda? Un tema que intentaré explicar sin meterme en demasiadas honduras técnicas. Algo he comentado en estos artículos en referencia al porcentaje de materia jonda en la música flamenca y hoy vuelvo sobre el tema, pero en perspectiva sicológica.
Primero hablamos de la tonalidad, de los modos armónicos en los que se canta y se acompañan a la guitarra los diferentes estilos. En el flamenco se utilizan tres modos armónicos, a saber, el mayor, el menor y el modo de Mi, que yo prefiero llamar simplemente modo flamenco. Pues bien, aquellos estilos que se cantan y acompañan en modo flamenco suelen ser considerados más auténticos, el aroma oriental que desprenden, la atmósfera exótica que los envuelve propicia que la recepción auditiva tenga un efecto determinado en nuestro cerebro que automáticamente, por cosas de la química mental, los consideramos más auténticos, más genuinos, más jondos. No es que cuando están en modo mayor no los percibamos con la jondura suficiente, pero nadie puede negar que dos estilos hermanos, como las soleares y las alegrías, estilos con idéntico compás y rítmica muy similar, con tempo (velocidad) no tan diferente, al cantarse uno en el modo de Mi, la soleá, y el otro en modo mayor, las alegrías, la percepción que obtenemos de cada uno es muy distinta. Recuerdo cuando leí por primera vez aquello de “cantes grandes, intermedios y chicos”, clasificación felizmente trasnochada y que se basa precisamente en estas cosas de la sicología de la música que considera unos estilos más “grandes” que otros por su estructura musical. Por ejemplo, los fandangos, que se cantan todos en modo mayor, sean naturales, de Huelva, granaínas o tarantas, nunca impactarán en nuestra mente como las seguiriyas, jondas por antonomasia ya que al estar en modo mayor (el cantable) parecen más “chicos”.
«Tendemos a considerar estilos más legítimos aquellos que se hacen lentos, respecto a los más agitados y bullangueros. Los tientos, más jondos que las rumbas, y estas más superficiales que la farruca. Cuestión de tempo. Lo que no quita que las alegres y veloces bulerías (…) sean consideradas esenciales en materia jonda»
Otro parámetro esencial para considerar un estilo más flamenco que otro es el compás y la rítmica que deriva de este. En el flamenco se practican tres metros diferentes (cuatro si consideramos la métrica libre como una más): el compás binario, el ternario y el que amalgama un binario y un ternario obteniendo metros de doce tiempos. Pues, al igual que lo referido respecto a la tonalidad, este último, el de doce tiempos, lo percibimos como el más flamenco, el más auténtico. Mientras el ternario tiene un claro antecedente folclórico, heredado preferentemente de seguidillas y fandangos, y el binario desciende directamente del tango americano, ninguno de los dos puede competir en jondura con el de doce tiempos, que precisamente sostiene nada menos que a soleares y seguiriyas.
También el tempo, la velocidad a la que se interpretan los diferentes estilos, impacta en nuestra mente de forma distinta. Tendemos a considerar estilos más legítimos aquellos que se hacen lentos, respecto a los más agitados y bullangueros. Los tientos, más jondos que las rumbas, y estas más superficiales que la farruca. Cuestión de tempo. Lo que no quita que las alegres y veloces bulerías, por su compás desdoblado con tendencia a los doce tiempos, y cuando su tonalidad es la flamenca, sean consideradas esenciales en materia jonda.
Tono, tempo y compás, tres parámetros que definen los estilos flamencos y, dependiendo de las características de cada uno, nuestro cerebro los percibe de una forma u otra. En realidad no debiera influir tanto, ya que todo el mundo sabe que “grandes” no son estilos sino los intérpretes, pero nada podemos hacer, nuestros oídos perciben la música de una determinada manera, y las experiencias vividas impactan de tal forma en nuestra mente que acaban configurando nuestros gustos sin que nada podamos hacer para cambiarlos. ¿Nada? Ya hablaremos algún día sobre gustos cambiantes o cómo nos adaptamos a los tiempos, materia también de la sicología de la música.
→ Ver aquí las entregas anteriores de la sección A Cuerda Pelá de Faustino Núñez en Expoflamenco