A veces hablamos de manera despectiva del “señorito aficionado”, los que pagaban las fiestas con los artistas flamencos y que gracias a ellos algunos pudieron alimentar a sus hijos. Por ejemplo, Manuel Torres, el Niño Gloria o Perrate de Utrera. Entre los señoritos flamencos hubo de todo, los había golfos, puteros y fascistas, y excelentes personas, humanos y generosos. Los toreros, por ejemplo, siempre han sido grandes aficionados al buen flamenco, sobre todo al cante. Hace ya algunas décadas que lo dije: los primeros toreros de la historia que iban a Madrid fueron quienes llevaron a los primeros flamencos, gitanos o no gitanos, que llevaban en sus cuadrillas a cantaores, bailaores o guitarristas. Sobre todo de Cádiz, Sevilla y los Puertos.
Cuando un artista flamenco tenía un problema económico, de enfermedad o cualquier otra índole, siempre había un torero amigo y aficionado que lo solucionaba. Ya les conté cómo Ignacio Sánchez Mejías se ocupó de los gastos de la enfermedad de Manuel Torres, que estuvo meses ingresado en un hospital sin poder llevar un duro a su casa. Cuando estalló la Guerra Civil de 1936, Tomás Pavón tuvo un problema porque su hermana Pastora y Pepe Pinto la pasaron en Madrid y apenas pudieron ayudarlo. Con Sevilla tomada por los nacionales, muchos de ellos borrachos en la Alameda de Hércules y con la pistola en la mesa, no era fácil salir a buscar una reunión en Las Siete Puertas o La Europa, para poder poner el puchero en casa, sin jugarse la vida.
«En plena crisis, un gran cantaor me llamó un día para decirme que sus hijos estaban comiendo gracias a un gran aficionado sevillano, un empresario potente al que le gusta llevar artistas a su casa. No vamos a dar su nombre, pero este aficionado merece un reconocimiento, como Fernando el de las Lozas, Ignacio Sánchez Mejías o algún que otro torero andaluz»
En el Barrio de la Feria hubo un gran aficionado que tenía el mejor polvero de la ciudad, Fernando el de las Lozas, que le quitó mucha hambre a Tomasito. Lo invitaba a su casa con un guitarrista y le cantaba solo a su familia y a él. Normalmente solía ir con Antonio Moreno o Pepe el de la Flamenca. Lo trataba como a un hermano y luego le daba un buen dinero, con el que Reyes Bermúdez Camacho, su esposa, podía poner un potaje. Este tal Fernando tenía fama en Sevilla de buen aficionado, de entendido, pero no era muy dado a escuchar cante en los teatros, gustándole más meterse en un cuarto o invitar a los cantaores en su propia casa.
No se han perdido los señoritos aficionados, aunque ya los artistas apenas los necesiten para llevar dinero a casa. No vamos a dar nombres, pero hay un buen número de ellos que aún se ocupan de ayudar a los flamencos. Por ejemplo, cuando la pandemia. Un gran cantaor me llamó un día, en plena crisis, para decirme que sus hijos estaban comiendo gracias a un gran aficionado sevillano, un empresario potente al que le gusta llevar artistas a su casa. No vamos a dar su nombre, pero este aficionado merece un reconocimiento, como Fernando el de las Lozas, Ignacio Sánchez Mejías o algún que otro torero andaluz. Señoritos no, aficionados con poderío.
Imagen superior: antigua foto del Bar Maravillas, Alameda de Hércules (Sevilla).