Tuve la suerte de aficionarme en la que para mí fue una de las etapas de oro del flamenco, de los setenta a los noventa, treinta años fundamentales en la historia del flamenco. Ibas a un festival de verano y había una docena de primeras figuras del cante, el baile y el toque, como Antonio Mairena, Fosforito, Lebrijano, Matilde Coral, Manuela Carrasco, Manolo Sanlúcar, Farruco o La Paquera. No te aburrías y, aunque durara el festival siete horas, hasta el amanecer, te quedabas en la silla hasta la ronda por tonás, costumbre ya perdida.
Además de los festivales, estaban las peñas flamencas, donde pude escuchar a todos los nombrados y a otros muchos. No se imaginan los jóvenes de hoy lo que era escuchar un recital de Mairena o El Gallina en una peña, tenerlos cerca, poder hablar con ellos, pedirles un cante y, si se encartaba, cenar al final con esas grandes figuras y hablar de la soleá de La Sarneta o la malagueña de La Trini. Soy lo que soy en el flamenco, y como soy, porque me eduqué en esa etapa única, sin parangón, de la historia del flamenco.
«Saber de flamenco no es como saber de coches o fantasmas: es una prueba de haber vivido en flamenco. O sea, dos vidas, la flamenca y la otra»
Tuve la suerte de ser amigo de artistas flamencos como Antonio Mairena, Antonio el Sevillano, Manolo Fregenal, la Niña de la Puebla, Luis Rueda, Farruco, Mario Maya, Manolo Sanlúcar, Enrique Morente, Lebrijano, Eduardo el de la Malena y un largo etcétera. No amigo de saludarse en un festival, un teatro o una peña, sino de visitarlos en sus casas, cenar o almorzar, y hablar de arte con ellos. En definitiva, de aprender de ellos y con ellos.
Cuando me han preguntado a veces, con mala leche, que dónde he estudiado flamencología, para crítico, siempre les digo que en la Universidad del Flamenco, de los artistas y los aficionados. En la mejor escuela posible para alguien que quiere escribir de flamenco con un mínimo de rigor y sensibilidad. Es mi mejor carta de presentación, sin duda.
El dinero que haya ganado en este trabajo u oficio, que tampoco ha sido mucho, es nada comparado con el valor de haber estado en esta escuela, la de los flamencos, conviviendo con ellos, estando a las duras y las maduras, para lo bueno y lo malo. Saber de flamenco no es como saber de coches o fantasmas: es una prueba de haber vivido en flamenco. O sea, dos vidas, la flamenca y la otra, que a veces es un coñazo.