Hay que saber envejecer en general, pero en el baile flamenco si no envejeces bien puedes resultar ridícula o ridículo. Los niños bailaores suelen ser efectistas, por su elasticidad y frescura. Tuve alguna amistad con Enrique el Cojo, quien me dijo una mañana en su academia de la calle Espíritu Santo de Sevilla: “Tendré un siglo y seguiré bailando, porque sé envejecer”. El maestro extremeño, aunque sevillano de adopción y corazón, no solo supo envejecer sino vencer su cojera para poder bailar, su gran pasión. Desarrolló una calidad de brazos increíble, que supo transmitir a Cristina Hoyos y otras grandes bailaoras sevillanas. No se podía tener más arte.
Hoy mismo he visto bailar por bulerías a una bailaora actual, de las veteranas, y he sufrido porque me he dado cuenta de que quiere bailar como lo hacía hace cuarenta años, y eso es imposible. Quien tiene la fuerza la usa –ocurre también en el cante y el toque–, pero a los setenta años no se puede patear el escenario. Es que, además, el baile en Sevilla es, sobre todo el femenino, sensualidad y braceo elegante, nunca saltos ni zapatazos. Matilde Coral supo envejecer, como también Merche Esmeralda o Pepa Montes. Son destacadas representantes de la escuela sevillana, unas bailaoras elegantes, de braceos armoniosos y movimientos nada atléticos.
«Tuve la suerte de ver bailar a Pilar López en Ronda con casi noventa años y no recuerdo haber visto nunca algo parecido. No dio ni un zapatazo y dibujó en el aire cosas hermosísimas, como si tuviera los pinceles de Velázquez en las manos»
Cuando una bailaora tiene entre cincuenta y setenta años no puede bailar como cuando tenía treinta. Imposible. Suele pasar que recurren al teatro y a la ojana, cuando podrían bailar mejor incluso que con treinta años. Se puede bailar con arte sentada en una silla, solo moviendo los brazos y los músculos de la cara. El arte puede habitar en una mirada o en un gesto y no tiene nada que ver con el atletismo. Pongo un ejemplo: un cantaor tiene unas facultades enormes con treinta años y lleva la voz al límite. Basa su cante en la fuerza y cuando la pierde, cuando merma el fuelle, no le queda nada. Cuando no hay arte, algo innato, la fuerza es solo fuerza y exhibicionismo, nada más.
Tuve la suerte de ver bailar a Pilar López en Ronda con casi noventa años y no recuerdo haber visto nunca algo parecido. No dio ni un zapatazo y dibujó en el aire cosas hermosísimas, como si tuviera los pinceles de Velázquez en las manos. Allí estaban Matilde Coral y Blanca del Rey, que no respiraron nada mientras bailaba la gran maestra. Doña Pilar supo envejecer en el baile y nunca recurrió al teatro o la ojana, que es casi lo mismo. Ella, Pilar, me contó en Córdoba que una noche vio bailar a la Malena en la cama, solo moviendo los brazos y los ojos, y que se tuvo que ir a una habitación de al lado a llorar.