El cante de Rocío Luna es como un besito en el cuello, como un mordisquito en la oreja. Rocío te eriza la piel con tibieza y derrama las mieles de su voz dulce chorreando caricias de almíbar. Posee una sensibilidad hipnótica. Todo en ella es hermoso, exquisito y fino. Seduce con el gesto, sus hechuras y la manera que tiene de rizar los melismas. No busquen en ella la negrura de un quejío que arañe. No cabe en su tesitura un pellizco. Se lamenta suave. Su cante no es dolor insondable, es pura vaselina.
El extraordinario marco de los Jardines del Alcázar de Sevilla cobijó los dibujos de su música, del flamenco bonito. El público mudo. Principió la joven cantaora la caña con la soleá de Pinea, acordándose de El Gallina, cerrando también por Triana. Se fue a Levante. Abrió con su bolsico en la mano y brilló en la taranta de La Gabriela. Luego bulerías pa escuchá, tamizando los aires jerezanos a su manera. La seguiriya en sus mimbres no escarbó en heridas. Lloraba azúcar. Los giros de El Marrurro e incluso los apretones del macho de Manuel Molina no se amarraron al grito. Todo muy bien ejecutado. Aunque llegando a los tangos flojeó algo el asunto. Lo mismo tributó a Camarón, que a Juana la del Revuelo que a Morente. Llenó el compás de la bulería picando de aquí y de allá, rescatando con acierto letrillas del repertorio de Pastora poco oídas. Abrochó su actuación meciéndose por fandangos de El Carbonerillo y de Porrina.
«Sabe lo que le viene bien a su timbre, canta con precisión y afina. (…) Aquí hay cantaora pa rato. Recuerden su nombre: Rocío Luna. Y sus caricias de almíbar»
La acompañó a la guitarra David de Arahal para derretirse de gusto, robándole una musicalidad inusitada a las seis cuerdas, poniéndole un renglón más al pentagrama sobre el que tejió con hilos de caramelo la recreación de falsetas jondas. Llevó en volandas a la cantaora entre las sedas de su sonanta. Tocó con delicadeza y sentimiento. Sonó añejo y nuevo, al igual que Rocío, bañando de frescura el cante de siempre y de ahora. Se enredaron en un diálogo de dulzura formando un tándem perfecto para los amantes de lo tierno. Sutil en las tres primeras e intenso en los bordones, marcó bien el compás y preñó de trémolos el toque melódico que domina.
Rocío sabe lo que le viene bien a su timbre, canta con precisión y afina. Pero me queda una duda: no sé si se pasa buscando la excelencia, encorsetándose en el pulimento, pensando cada tercio en demasía. La pulcritud de este escenario tampoco animó. Quiero verla en las peñas, con el arrope de palmas, al abrigo de los cabales jaleando, desmelenándose y cerrando los puños. Cantándole al baile, suelta, sin medidas. Pero aquí hay cantaora pa rato. Recuerden su nombre: Rocío Luna. Y sus caricias de almíbar.
Ficha artística
Noches en los Jardines del Real Alcázar de Sevilla
Recital de cante de Rocío Luna y David de Arahal a la guitarra
2 de septiembre de 2024