Mientras en otras latitudes se busca la notoriedad con ridículas provocaciones mediáticas, aquí en La Puebla se fajan los machos para sacar un cartel como Dios manda. Desde el propio diseño estético, pulcro y de incuestionable calidad artística, pues sale de los pinceles de Moreno Galván, pasando por unos previos de altura, la escenografía, la puntualidad, la localización y el aroma a tomillo, romero y almoradux que emana del suelo empedrao de la Fuenlonguilla, coronando con un festival que fue un auténtico gozo para los sentidos. Mostrando además que no se debe ni se tiene que ser extravagante en la confusión con lo moderno, porque tal como está el patio, lo más transgresor es volver a las raíces desde la frescura que aporta la juventud comprometida y la veteranía que aún tiene algo que decir. La Reunión no renuncia a la jondura y se adapta a los tiempos con criterios de entendíos para arriba. No de enteraos. Por tanto hay que felicitar de entrada a la comisión organizadora por rubricar un espectáculo de trapío en estos momentos que vivimos. .
Se preocuparon en darle sitio con entidad propia a las tres principales facetas del flamenco: el toque, el cante y el baile. De ahí que tras las primeras palabras de Juan Vergillos, que presentó con fluidez y seriedad la cita, tronara por soleá la guitarra brillante del cordobés Niño Seve, que se perdió por la Luna de la judería buscándole sonoridades nuevas a las maderas secas de una sonanta rotunda de sones recortaos y pellizquitos de enjundia, preñá de alzapúas potentes y picaos que corrieron por la tangente de la cordura.
Se amasó el cante en los centros del morisco Raúl Montesinos, que suplió a base de conocimiento y buena ejecución esa voz engolada que cuesta encajar. Se deshizo en la entrega durante su intervención principiando por tientos tangos con ecos meneseros para conmemorar los veinticinco años de su primera vez en las tablas del festival. Le dedicó la noche a La Niña de La Puebla y a Moreno Galván y siguió tejiendo un repertorio que cabalgó en la ortodoxia que tan bien cae en esta bendita tierra, al socaire de la guitarra experimentada y siempre servil, jonda, de Antonio Carrión. Letrilla por soleá para introducir el polo, después malagueña de La Peñaranda, un guiño a Juan Breva y abandolaos. Cerró por seguiriya en homenaje a su padre, a un amigo recientemente fallecido y a Pepe de la Barbarita, a saltitos de voz, rematando con aires de Manuel Torre.
Cancanilla señaló ante el respetable que se puede colar hasta el tuétano de la afición sin pegar ni una sola voz. Que no por cantar más alto o a gritos se llega más lejos. Adonde tiene que llegar se llega bajito, acariciando el cante, con melismas dulces y quejíos sin ojana que se rompen en las entretelas de un flamenco de verdad. Este gitano menúo comenzó a guisar el piñonate por bulería por soleá, cogiendo estrofas de aquí y de allá metiéndolas a su voluntad por las variantes que se le antojaban. Como culminó los tientos tangos, endosándole una granaína. Si bien lo tienen catalogao como festero, espetó una seguiriya de ole como dictan los cánones, doliendo. Aunque fue por bulerías cuando formó el taco al abrochar su actuación con esas pataítas de age que revuelcan al público a los pies del cantaor malagueño. Lo acompañó con sabor a la guitarra Chaparro de Málaga, todo un tocaor por descubrir por estos pueblos.
«Fue en la farruca donde Lucía La Piñona alcanzó la apoteosis, rebuscando en los mimbres de su cuerpo las figuras que hablaran por ella en prosa poética, dibujando en el entarimao la historia de un lamento»
Agrada sobremanera que programaran a El Junco, bailaor que atesora unas hechuras dancísticas que bambolean entre la elegancia clásica de Gades y la gracia gaditana. A pesar de su valía, figura en menos carteles de los que quisieran los que entienden de esto. Bailó sin guitarra, con el soniquete por cantiñas -alegrías, mirabrás- del cante y las palmas de Reyes Martín y El Mati, una de gañote afilao por la sal, el otro con la melaza resquebrajá de su garganta de alfileres. Luego bailó por soleá con la extraordinaria guitarra de Ramón Amador, que no toca mejor porque resultaría insultante. ¡Qué limpieza, qué precisión, qué delicadeza ! El Junco se dio zalamero a la vez que elegante, con desplantes marcaos en su fuerza justa, con naturalidad y buen gusto. Desplantes viriles, el torso erguido, buenos brazos, sin excesos en los pies, sin ostentaciones ni chilindrinas. Pero con gallardía y compás, contoneos contenidos y mucho arte. Paseos con donosura por soleá, sabiendo pararse. Escobillas originales, poco manidas en cuanto al zapateao. Creativo sin salirse del tiesto. Tradicional sin oler a alcanfor. Y para despedirse cantó por tanguillos y se pegó otra patá de las que no se estudian. De esas que salen solas a los que están tocados con la varita.
Volvió del descanso la bajañí de Niño Seve a levantarnos por alegrías. Pero Inés Bacán paró los relojes hincando las manecillas en el terruño lebrijano. Desnudó la intimidad de los Peña al lado de la guitarra de Antonio Moya, horma de su nuez gitana, que tocó con la inspiración que le roba a Inés, a la que él le regala el tono como nadie. Empezó con los fandangos por soleá pegando arañones, escarbó en las asaúras del sentío una seguiriya doliente que se empeñó en llorar sin descanso, porque la de Inés es una queja infinita. Hundió la uñas en las carnes de los cabales en la soleá por bulería y terminó fundiendo los metales de Lebrija por bulerías. Todo a mecidas que pegaron guantazos, embistiendo el cante desde las tripas. Inés es una cantaora de otra época en los almanaques de este siglo que viene a destapar el trance del ritual flamenco que hiere y gusta.
El Pele inició como siempre, dejando paso a la guitarra de Niño Seve para apuntillar en su entrada al proscenio una ristra de letras caracoleándolas como ninguno. Tiró de genialidad cantaora ligando unas cuantas malagueñas y abandolaos. Puso guirnaldas a las de La Trini, a la de El Mellizo y a la de La Peñaranda. Luego volvió loco al gentío con su soleá, porque ya lleva su nombre, jugando con la amplitud de registro que guarda en su pecho, con unos bajos firmes y unos altos de locura que endiñaron crujíos. Echó el pestillo al cante por bulerías, acordándose de Gaspar de Utrera, Juanito Villar o incluyendo en la amalgana el cuplé Poema de mi soledad. Tremendo.
Pero aún cabía más. El baile por cantiñas y remate por bulería, farruca con tangos y soleá con bulerías de Lucía La Piñona inundó los maderos. Bata de cola verde. Al cante El Mati, Jesús Corbacho y Manuel Pajares. A la guitarra de nuevo Ramón Amador. Lucía le bailó al cante. Sedujo con su feminidad flamenca. Sin desnaturalizar el baile coreografió los estados de ánimo que amigaban con cada estilo. Deslumbrante con la bata de cola. Se derritió cuando Corbacho paladeó a Marchena, cuando Amador acompañaba con trémolos o le puso arabescos en los tangos, o cuando Pajares rumió sus letrillas. Pero fue en la farruca donde alcanzó la apoteosis, rebuscando en los mimbres de su cuerpo las figuras que hablaran por ella en prosa poética, dibujando en el entarimao la historia de un lamento. Replantes y marcajes profundos, el gesto atinado en todo momento, los pies definidos, los brazos solo suyos, conjugando poderío y presencia, provocando la tensión que retrata un dolor al estirarse hacia el abismo. Sensualidad en las caderas, hombros y cintura al menear los tangos arrumbaos que Pajares le echó evocando a Vallejo con La Catalina. De caramelo. Como también endulzaron con el surtido de fandangos los tres cantaores trayendo a la memoria a Caracol, Chocolate, Camarón… mientras se hacía el caldo para la soleá, que jalonó Lucía de instantes rancios y a la vez frescos en los paseos, las poses y la finura que la configuran como una bailaora de pellizcos nuevos que apetecen. Con Candela la de las minas de Gaspar en las mieles de Corbacho le dieron la vuelta a la pieza culminando a tres voces por solea mientras Lucía se quitó la torerilla y la placeó hasta su merecida ovación. Maravillosas las voces, soberbia la guitarra, sublime Lucía.
Y por si fuera poco, la esperada ronda de tonás y un fin de fiesta en el que Cancanilla y El Pele supieron formarla con el age que se va perdiendo. Este año La Reunión de Cante Jondo de La Puebla ha estado redonda, pa mojar.
Ficha artística
LV Reunión de Cante Jondo de La Puebla de Cazalla
Hacienda de La Fuenlonguilla, La Puebla de Cazalla (Sevilla)
13 de julio de 2024
Guitarra solista: Niño Seve
Cante: Raúl Montesinos, Cancanilla de Málaga, Inés Bacán y El Pele
Guitarra: Antonio Carrión, Chaparro de Málaga, Antonio Moya y Niño Seve
Palmas: Antonio Mole, Edu Gómez, Naim Leal
Baile: El Junco
Cante: Reyes Martín y El Mati
Guitarra: Ramón Amador
Baile: Lucía La Piñona
Cante: El Mati, Jesús Corbacho y Manuel Pajares
Guitarra: Ramón Amador
Presentador: Juan Vergillos