En la década de los 70 andaba descubriendo la pintoresca sociología que ambienta la Semana Santa en Andalucía. En Nueva York había entonces un entorno flamenco muy rico: estaba Mario Escudero, estaba el gran maestro Sabicas, cantaores de Jerez (Domingo Alvarado), Triana (Pepe Segundo) o Málaga (Paco Ortiz), entre otros, pero no había, ni mucho menos, un ambiente mínimamente similar al de estas fechas tan señaladas en ciertas poblaciones españolas.
Desde aquel entonces se han perdido muchas costumbres entrañables. Como el recuerdo que comienza una tarde en el casino de Utrera donde se reunían los flamencos habitualmente. En aquellos años en la madrugada de Viernes Santo paseaban a la Virgen de los Gitanos por la Calle Nueva, la del Pinini. Cada año se armaba un intenso ambiente entre el fervor religioso y el soniquete de la fiesta, la gente aglomerada cantando y bailando, y te arrastraba la muchedumbre. Una calle de menos de cien metros, tardamos dos horas en recorrerla centímetro por centímetro, y todo el rato, cante, cante y más cante, poca saeta, mucha bulería, también tangos, fandangos, bulería por soleá, el yeli, individualmente y en coro, versos dedicados a la Virgen, piropos extravagantes y ella que parecía soltar lágrimas. Una cosa hermosa, un delirio flamenco. Y a todo esto, apenas sonando a la distancia la banda de música con su repertorio neo romano y sus tambores, entre una cosa y otra una escena digna de Fellini. Con la aglomeración de gente, casi imposible moverse, y esa Virgen siempre avanzando, cientos de velas vibrando, y el río de personas que te llevaba hacia delante.
De la Calle Nueva a la plaza Ximénez Sandoval donde el bar de Bambino, poca distancia, y habiendo ganas de fiesta fue el lugar indicado. Por el camino se unieron al grupo Turronero, Cuchara, Diego Chamona (hermano de Bambino), Gaspar de Perrate y el Marquesito, además de Inés y Luis Suárez, sobrinos de Fernanda y Bernarda, y el guitarrista Ramón Priego. Un “elenco” utrerano a pedir de boca para la reunión que se estaba cocinando y que no daría tregua hasta bien entrada la mañana del día siguiente cuando acudimos a la recogida del paso que había seguido en la calle toda la noche y madrugada. Y aún había cante y baile en la entrada de la iglesia con pleno sol.
«Y a todo esto, apenas sonando a la distancia la banda de música con su repertorio neo romano y sus tambores, entre una cosa y otra una escena digna de Fellini. Con la aglomeración de gente, casi imposible moverse, y esa Virgen siempre avanzando, cientos de velas vibrando, y el río de personas que te llevaba hacia delante»
Años más tarde, en otro Viernes Santo, tuve la oportunidad de observar desde dentro los preparativos de última hora para la salida del paso de madrugada. Fue impresionante estar en la iglesia con cientos de personas, cada uno su papel: nazarenos, músicos, hermanos dirigentes, el ambiente cargado de incienso, la Virgen y Jesús aguardando, miles de flores frescas… Y a todo esto, una atmósfera caótica esperando la hora de la salida. El cura gritaba órdenes por un micrófono que sólo pitaba, los numerosos nazarenos hablaban por el móvil a través del antifaz, otros grabando en vídeo, niños chicos que apenas podían andar se quejaban de que no aguantaban el capirote, guapos adolescentes vestidos con la mayor elegancia juvenil. Los tambores tocando, la multitud fuera de la iglesia esperando que abriera el portón y saliera el paso, un espectáculo emocionante que conmueve a cualquiera.
Después de la salida, seguimos calle abajo hasta el centro a una casa de amigos donde nos habían invitado. Una puerta insignificante abrió a un gran patio andaluz. Allí había gloria… jamón, queso, tortilla, migas, pescaíto, chicharrones y mucho vino casero. Tenían preparados bocadillos, dulces y refrescos para cuando paraba el paso delante de la casa entraran corriendo unos catorce hombres jóvenes, los costaleros, exhaustos pero aguantando. Tenían exactamente ocho minutos por reloj para comer, beber, usar el baño, fumar y volverse a colocar para seguir la ruta, que todavía quedaban horas.
En años posteriores había otros amigos: Tomás de Perrate, Antonio Moya y Mari, los Marquesitos (hijos), Manuel de Angustias, Enrique Extremeño o Manuel Requelo, entre muchos otros. Ya no llevan a la Virgen de los Gitanos por la Calle Nueva de Utrera al son del compás. Me dicen que algunas autoridades consideraban que era un rito indecoroso, tanto jolgorio en fecha tan solemne, y que había que ponerse al día.
Imagen superior: Cantando a la Virgen de los Gitanos en Utrera. Foto: Estela Zatania