Era todavía muy niño, con ocho o diez años, cuando sabía ya quién era Juanito Valderrama, quizá el cantaor y cantante de coplas más famoso de esa época, los años sesenta. No tenía aún idea de lo que era el cante jondo o flamenco, más allá de lo que oía en casa cuando sonaba algún cantaor en la radio. Mi madre cantaba a veces por lo bajini mientras hacía la faena de la casa y recuerdo su inclinación hacia las voces almibaradas como las de la Niña de la Puebla, Juanito Valderrama, el Niño de Marchena o Pepe Pinto.
Un día fuimos al médico de Mairena del Aljarafe y al regreso, esperando el autobús de Palomares del Río, donde vivíamos, me dijo que en la terraza de un bar de enfrente estaba sentado Pepe Pinto, al que ella había escuchado alguna vez en Arahal cuando iban las compañías flamencas a los cines del pueblo. Miré a aquel hombre bajito, rechoncho, guapo y con mascota, de piel casi transparente, y sentí un extraño escalofrío. Quizá fue mi primer repeluco del cante, sin saber aún que el arte andaluz era un pellizco, un torniscón o un dolor.
A partir de aquel día lo escuchaba siempre que lo ponían en alguna emisora de radio, generalmente en Radio Sevilla o Radio Nacional de España. Supe también por mi madre que era el esposo de la Niña de los Peines, cantaora a la que ella adoraba porque la artista era hija de una gitana de Arahal, su paisana Pastora la de Calilo. Tomás de la Cruz y Cantarote, El Tío Calilo, abuelo materno de La Niña, era un cotizado herrero de mi pueblo con fragua propia en varias de sus calles, como son Tahona, Juan Pérez –donde nació el hermano mayor de Pastora, Arturo– o la Puerta de Utrera.
A mi madre le gustaba una bulería que cantaba Pastora, que hablaba de Palomares, quizá pensando que se refería a Palomares del Río. Sus famosas Lorqueñas, que según la propia Pastora, el poeta de Granada, Federico, las escribió para ella. En realidad era un viejo cante popular cántabro y no se refería a ningún cerro de Palomares del Río, sino de uno famoso de esa región, el Cerro Palomares. La letra viene en un viejo cancionero cántabro, de donde seguramente la tomó prestada Federico:
En lo alto del Cerro de Palomares
hay un gañán arando
con cinco pares, con cinco pares.
«Miré a aquel hombre bajito, rechoncho, guapo y con mascota, de piel casi transparente, y sentí un extraño escalofrío. Quizá fue mi primer repeluco del cante, sin saber aún que el arte andaluz era un pellizco, un torniscón o un dolor»
El niño prodigio de La Pinta
No tuve la fortuna de escuchar nunca en vivo a Pastora, ni por supuesto a Pepe Pinto. Esto no fue óbice para que me enamorara locamente de estos dos grandes artistas del cante. Pastora está muy reconocida, sin duda alguna, y algo hemos tenido que ver en eso, pero el Pinto es uno de los grandes olvidados de Sevilla, su tierra, siendo uno de los mejores cantaores que ha dado la capital andaluza.
Nació el cantaor José Torres Garzón, Pepito el Pinto, en la calle Monedero, 6, en pleno barrio de la Macarena, en 1903. Es una calle paralela a Torrijiano, donde está la popular Peña Flamenca Torres Macarena y nació otro gran cantaor del barrio, el Colorao. Fueron sus padres el agricultor José Torres Sánchez y Carmen Garzón Pinto La Pinta, cantaora de saetas. Una mujer valiente y libre que tendría ella sola un buen libro. Tan valiente y libre que tuvo sus primeros hijos sin estar casada.
Pepito el Pinto fue un niño prodigio del cante criado en uno de los barrios más flamencos de Sevilla. La Macarena fue un arrabal muy cerca del Barrio de la Feria y la Alameda de Hércules. Al ser aprendiz de camarero del famoso Bar Plata, con solo 12 o 13 años, un bar que aún existe y que está en Don Fadrique esquina a Resolana, enfrente justamente de la Basílica de la Macarena, tuvo mucho trato con los cantaores y las cantaoras del barrio. También existía la taberna de Rafael Sosa, en la calle Don Fadrique, que fue igualmente paradero de artistas. Era frecuente ver por allí a Ramón el Ollero o Frijones de Jerez cuando ambos eran vecinos de la cercana calle Palomas, en el Barrio de la Feria.
Su encuentro con El Carbonerillo
Aunque Manuel Vega García El Carbonerillo nació en la calle Sol en 1906, en San Julián, se crió en la Macarena y fue allí donde hizo amistad con Pepito el Pinto. Me extraña que no se tenga en cuenta este hecho cuando se habla sobre la polémica de la autoría de los fandangos de El Carbonero. Para algunos, son estilos del Pinto, cantaor muy creativo y algo mayor que Manuel, en concreto tres años. No hay que ser muy listo para llegar a la conclusión de que se parecían mucho porque eran de una misma generación y de un mismo barrio. Evidentemente recibieron la influencia de varios de los mismos maestros sevillanos.
Famosos en el arrabal por sus fandanguillos, Pepito el Pinto y el Carbonerillo no tardarían en comenzar a ganar dinero cantando en veladas, tabancos y fiestas íntimas, y así acabaron debutando juntos en el famoso Salón Novedades de Sevilla, más o menos entre 1915 y 1917. El célebre café cantante de la Campana solía organizar veladas infantiles los domingos por la mañana y fue ahí donde comenzaron sus carreras los dos cantaores macarenos. Se dice que se unió a ellos el Niño de Marchena, otro niño prodigio del cante de la época que llegó a ser el rey del cante o uno de los reyes del género.
En vista del alboroto que se lió con los dos pequeños jilgueros del cante, los avispados representantes los contrataron para cantar por los pueblos de Sevilla junto a otros niños como El de la Huerta, Pepito Palanca, Paquito el Boina, Pepito el de la Flamenca, el Peluso o el guitarrista macareno Antoñito Peana, que fueron luego destacados artistas profesionales, algunos de enorme fama como el Divino Palanca, el Niño de la Huerta o el Peluso, de los Triano, los guitarristas de Écija.
En Sevilla se cantaba en los años veinte una copla por fandangos en honor de los dos nuevos genios macarenos:
De bailaoras y toreros
Sevilla tiene la fama.
Pero en el cante flamenco
se llevan la laureada
el Pinto y el Carbonero.
«Retirada ya Pastora por completo tras la guerra, el Pinto continuó con su carrera artística y empresarial, siendo ya uno de los grandes maestros del cante flamenco junto a Manuel Vallejo, Manolo Caracol, el Niño Marchena o Juanito Valderrama. Además, el cantaor macareno supo invertir en inmuebles y bares»
De cantaor a destacado croupier
El Pinto no fue nunca un cantaor de vocación como el Carbonerillo, sino un joven inquieto y amante del dinero, bastante aventurero y con una seria inclinación a embarcarse en negocios generalmente ruinosos. Siendo solo un adolescente acabó viviendo en la casa de un empresario de El Coronil, dueño de un casino, El Pay-Pay, y ahí empezó su carrera como profesional del juego.
Alejado del cante, en 1918 era ya croupier del Casino de Arahal, donde una noche tuvo su primer encuentro serio con la Niña de los Peines, que era trece años mayor que él. La adoraba como cantaora, como a sus hermanos Arturo y Tomás, pero aquella noche la miró ya como mujer, una morenaza con fama ya de conquistadora. Se casaría con ella quince años más tarde en la Basílica de la Macarena (1933), con los guitarristas Niño Ricardo y Antonio Moreno como testigos.
En esos quince años, el cantaor macareno hizo de todo, pero su carrera de croupier acabó cuando se prohibió el juego en España. Debido a la corrupción que producía el juego en los casinos del país, el General Primo de Rivera lo prohibió en 1924, curiosamente cuando comenzaba la Ópera Flamenca, en la que el Pinto jugaría un importante papel como cantaor taquillero junto a su esposa y el Carbonerillo.
Volvió al cante de manera profesional y en 1928, en plena Ópera Flamenca, grabó sus primeros discos con el Niño Ricardo para el sello Regal, en los que se hizo llamar Pepito El Pinto. Sus fandanguillos formaron un alboroto, como ocurrió con su eterno rival, el Carbonerillo, que también grabó el mismo año, en el mismo sello y con el mismo guitarrista.
Su entrada en la Casa de los Pavón
La carrera artística de Pepe Pinto se puede dividir en dos partes bien diferenciadas: antes y después de entrar en la Casa de los Pavón, la gran casa cantaora de Sevilla. Técnicamente, Pepito el Pinto tenía grandes carencias, solía respirar mal y se descuadraba con facilidad. No dominaba los palos más comprometidos, en los que se descubre a un buen o mal cantaor, como son las soleares y las seguiriyas. Al entrar en la familia Pavón aprendió a respirar y a templar en el cante, como no podía haber sido de otra manera. Pero también volvió a descuidar su carrera para dedicarse por entero a la de su esposa, que era la máxima figura del cante.
Se obsesionó tanto con la carrera de Pastora que llegó a alejarla del cante cuando vio que el público había cambiado y que ella, como declaró en alguna entrevista en la época de la Segunda República, estaba cansada de viajes y camerinos. Tras la Guerra Civil de 1936, que la pasaron en Madrid, el Pinto montó su propia compañía y Pastora hizo Las Calles de Cádiz con Concha Piquer. Acabada la gira nacional, doña Concha le propuso irse a América y ambos se negaron. Pastora ya no aguantaba más y se retiró definitivamente de los escenarios para dedicarse a su hija, Tolita, a su marido y a sus hermanos Arturo y Tomás.
«El gran cantaor macareno murió el 6 de octubre de 1969, con el hígado reventado, y su esposa, la gran Pastora, el 26 de noviembre del mismo año y sin saber que era la viuda de José Torres Garzón, el gran amor de su vida»
España y su cantaora
Retirada ya Pastora por completo tras la guerra, el Pinto continuó con su carrera artística y empresarial, siendo ya uno de los grandes maestros del cante flamenco junto a Manuel Vallejo, Manolo Caracol, el Niño Marchena o Juanito Valderrama. Además, el cantaor macareno supo invertir en inmuebles y bares como los que tuvo primero en la calle Tetuán de Sevilla, el primer Bar Pinto, que luego estuvo en la Campana y que fue el paradero de los artistas flamencos durante años. Le gustaron siempre este tipo de negocios, porque también tuvo una famosa venta en Morón de la Frontera, localidad sevillana a la que estuvo muy ligado.
Regentando sus prósperos negocios de hostelería y sin dejar de cantar, con propiedades en Chipiona, Gerena y Sevilla, pensó en retirar oficialmente a Pastora con un magno espectáculo que recorriera el país, España y su cantaora. Invirtieron gran parte de sus ahorros, cientos de miles de pesetas, un verdadero capital para la época (1949), con un libreto de altura, un vestuario de fantasía y un elenco artístico de lujo, entre otros, su sobrino Arturo, Maleni Loreto o Juan Montoya, el padre de Lole Montoya.
Se estrenó en el Teatro San Fernando de Sevilla y fue un éxito. Recorrieron algunas ciudades españolas y tuvieron que cortarle la cabeza al espectáculo en la localidad manchega de Alcázar de San Juan porque no llenaban y, además, el público ya no adoraba a la cantaora más grande de la historia. Ahí acabó la carrera de Pastora definitivamente, por cierto bastante desengañada.
Pepe Pinto siguió siendo una gran figura, ganando dinero y fama, pero a mediados de los sesenta, con Pastora ya enferma, senil y medio olvidada, Pepe se fue alejando de los escenarios para dedicarse a ella y al bar de la Campana. Sufrió tanto viendo a su amada esposa en una cama, sin memoria y en los huesos, que se castigó físicamente para morirse antes que ella, lográndolo. El gran cantaor macareno murió el 6 de octubre de 1969, con el hígado reventado, y su esposa, la gran Pastora, el 26 de noviembre del mismo año y sin saber que era la viuda de José Torres Garzón, el gran amor de su vida.
Me duele en el alma que Sevilla se haya olvidado de Pepe Pinto, uno de sus mejores cantaores. Un buen cantaor con una discografía muy desconocida, un gran artista, un excelente empresario y, por encima de todo, un buen hombre. No lo había mejor para empezar esta nueva serie de ExpoFlamenco.
Un caballero del cante
de voz acaramelada
y de hechuras elegantes.