Paco y Manolo, Lucía y Sanlúcar o Sanlúcar y Lucía, tenían que dar un concierto mano a mano en la Islas Canarias y decidieron preparar el concierto en el norte, en una especie de cabaña a la que se fueron con sus respectivas santas. Se levantaban, desayunaban, andaban un poco por el bosque y se ponían a trabajar en la obra hasta la hora del almuerzo. Por la noche, agotados y con los dedos heridos de muerte, cenaban y se tomaban unas copas charlando de las cosas propias del arte jondo, riéndose de todo y relajándose. Siempre era Manolo el que decía que había que dormir y desconectar para seguir por la mañana.
Me contó Manolo que una de aquellas noches, acostado ya con Ana, agotado, escuchaban cómo en la habitación de al lado Paco repasaba todo lo creado durante el día, sin desconectar, hasta casi por la mañana. “Ahí me ganó la pelea, en su capacidad de trabajar hasta agotar las fuerzas”, me dijo en su cortijo de El Pedroso mientras me freía unos huevos con chorizo. “Era incansable”, apostilló. Al margen de su increíble talento natural, que le llevó a crear piezas extraordinarias, demostrando su faceta de gran compositor, Paco basó su revolución en unas facultades inauditas, descomunales, nunca vistas en la historia de la guitarra española o flamenca.
A la hora de alabar su talento, su genialidad natural, no debemos olvidar su fuerza, esa rara capacidad de agotar a todos. Lástima que ningún medio haya destacado esto estos días, solo que fue poco menos que Dios, que no es cierto. Paco era de carne y hueso, un artista sencillo, pero dotado como nadie para la música. Manolo era distinto, un gran músico atormentado que hubiera partido todos sus discos si le hubiesen dejado. Estaba más orgulloso de su labor didáctica e investigadora que de sus composiciones. Y nos dejó, entre otras joyas extraterrestres, el mejor disco de guitarra de la historia, Tauromagia. ¡Sombreros fuera, por favor!
«Al genio no hay que tratarlo como a Dios, sino como un hombre superdotado que trabajó más que nadie, casi como un esclavo, para dejar la obra que dejó, sin parangón. No intenten convertirlo en un mago que se sacaba el conejo de la chistera, porque en realidad era un muchacho de Algeciras, de familia pobre, tímido y con sus complejos, que tuvo que trabajar más que los demás, como mil veces más»
Me jode que se trate a Paco de Lucía como si hubiese sido Dios, porque eso no le hace justicia. Dios fue una especie de mago que fue capaz de crear el mundo en seis días, con todos los detalles, y le quedó muy bonito. Luego llegamos los humanos y lo fastidiamos todo. Hoy mismo leí en un diario nacional algo sobre Paco, las limosnas de los señoritos a los flamencos y el Teatro Real. Como dando a entender que antes de la llegada del genio de Algeciras los flamencos mendigaban aún en los cuartos de los señoritos. No es verdad. Silverio y Juan Breva ya llenaban teatros hace más de siglo y medio. Y Don Antonio Chacón y la Niña de los Peines, lo mismo.
Julián Arcas, Paco el Barbero, Paco el de Lucena, Ramón Montoya, Sabicas y el Niño Ricardo habían dignificado la guitarra antes de que naciera el santo padre de Paco, don Antonio Sánchez Pecino. Al genio no hay que tratarlo como a Dios, sino como un hombre superdotado que trabajó más que nadie, casi como un esclavo, para dejar la obra que dejó, sin parangón. No intenten convertirlo en un mago que se sacaba el conejo de la chistera para dejarlos a todos boquiabiertos, porque en realidad era un muchacho de Algeciras, de familia pobre, tímido y con sus complejos, que tuvo que trabajar más que los demás, como mil veces más, para que hoy lo traten como a Dios.