El tiempo no vuelve atrás y se nos escapa de las manos sin que seamos plenamente conscientes de ello. El tiempo pasa y no se detiene. Todos experimentamos el paso del tiempo y nos organizamos en función de él. Pero el pasado histórico debe estar en el presente salvo que señalemos con la ausencia al que nunca estuvo.
Gano en años que me dicen que el olvido en el flamenco es la muerte de la memoria colectiva. Y si no que se lo pregunten a la Junta de Andalucía, que metió su canguelo en el mismo cajón que la oferta de otorgar la I Llave de Oro de la Guitarra Flamenca a Manolo Sanlúcar, el artista que mayor oposición hizo a la banalización del género. Vivimos, pues, en una realidad estática que parece desconocer cómo la historia del tiempo presente no sería la misma sin la aportación de los grandes maestros.
Pero llegan momentos en que hay que transformar de inmediato el presente en el pasado, si no queremos que los burros se coloquen detrás del carro. Y para eso está la memoria, para recordar que es bueno para la salud del flamenco hacer genuflexiones –metafóricas– ante quien nos hizo avanzar, quien le abrió la puerta a la conciencia internacional de la importancia de nuestra cultura y, en definitiva, ante quien impuso su jerarquía y nos convirtió en lo que hoy somos.
Me refiero a Paco de Lucía, al que no sólo hay que recordar porque el 25 de febrero sea una fecha que conservamos en la memoria de la mitología jonda, sino porque aquel día contrajimos con él una deuda de por vida. Sí, porque Paco, cual dios del flamenco, es el relato de la creación bíblica: creó el mundo de la guitarra actual en seis días y al séptimo descansó. Por eso en esta efemérides lo evoco en siete argumentos derredor del décimo aniversario.
«En esta efemérides de su adiós, sus temas son hoy estimados por su chorro de vitalidad pero también por su valor arqueológico. Diez años después, quien le puso color al alma del instrumento y logró que en España la guitarra generara adición, vive entre nosotros»
DIEZ AÑOS DESPUÉS. El recuerdo se transforma de inmediato en algo pasado. El rasgo principal de su carácter era la duda, y su principal defecto, la indolencia. Así me lo hizo ver cuando en 1997 el alcalde andalucista de Algeciras, Patricio González, osó plantearse la posibilidad de retirar el título de hijo predilecto si aceptaba recoger primero el de la Diputación Provincial de Cádiz. Y es que Paco admiraba en el ser humano la integridad. La falta que más indulgencia le inspiraba era robar por hambre. Detestaba la falta de tacto y, como no podía ser de otra forma, su deporte favorito era la pesca submarina, lo que explica toda una vida dedicada a bucear hasta el infinito de la música.
DIEZ AÑOS DESPUÉS. La percepción del tiempo hay que hacerla a través de los sentidos. Escuchar en 2024 a Paco de Lucía es como recuperar la memoria, como devolver la dignidad a la historia contemporánea de la guitarra o, más claro aún, como si asistiéramos de nuevo al plan mejor ideado de cuantos se conocen. Y es que ante el genio algecireño todos, menos Manolo Sanlúcar, utilizaron la estrategia del ciclista, que cuando hay un líder escapado, el equipo se pone frente al pelotón para echar el freno de mano y regular su marcha.
DIEZ AÑOS DESPUÉS. Esta forma de percepción está asociada a la memoria, en tanto y en cuanto el pasado y el futuro se encuentran en nuestra mente. En otras palabras, tenemos recuerdos del pasado que nos llevan al convencimiento de que revestir a la guitarra de esa suprema dimensión que lo hace precisamente clásico, es decir, viva y actuante por encima de nuestro tiempo, sólo está reservado a los dioses, a aquellos que, como Paco de Lucía, han puesto nombre a los mil y un matices del alma del instrumento. Pero estas tonalidades tuvieron apropiaciones ajenas, como las de José Torregrosa, que desde los años sesenta figuraba como coautor de las composiciones al pasar a partitura los temas de Paco pero que la letrada e hija del genio, Lucía Sánchez Valera, según me contó para El Mundo, consiguió que el titular del Juzgado de lo Mercantil número 3 de Madrid, el magistrado Jorge Montull Urquijo, fallara contra los herederos de José Torregrosa y a favor de la viuda y los hijos de Paco de Lucía, según recoge su sentencia 104/2023 de 3 de marzo.
DIEZ AÑOS DESPUÉS. Retengo de Paco muchas apariciones. Y salvo en una, la de la clausura de la XIII Bienal de Flamenco de 2004 y que tan mal le sentó mi crítica, en todas salía impulsado por el placer narcisista de verse a sí mismo, jugando con todos los poderes de su prodigiosa técnica y la fantasía de su hondura, dado que en su propuesta se armonizaron profundidad y luz, gravedad y risa, rigor y fiesta, y todos le aplaudían entusiastamente las variantes de su discurso expresivo, tanto más valiosas por el vigor creador e imaginativo que las impulsaba cuanto por la realidad inmediata de sus logros.
DIEZ AÑOS DESPUÉS. Su estilo concreto, vertiginoso y brillante representa la síntesis y el compendio de dos siglos de vida creadora, y parecía continuamente perseguido por las ideas, de ahí que sea un caso único. Bastaba verle sentado en la soledad de un enorme escenario para comprobar la vida que animaba a sus ejecuciones, para cerciorarnos de que acariciaba la guitarra llevado no por un ejercicio más de la profesión, sino empujado por un hecho concreto que le apasionaba: gozar cómo levanta el ánimo a todo tipo de público dando al flamenco una universalidad que todo el mundo reconoce.
«Desconocemos el futuro de Paco porque él es presente, pero un presente contenido en el tiempo pasado, que es el único tiempo que tiene consistencia en el diapasón del instrumento. Consiguió escribir una historia que empezó con él y que finalizó con él»
DIEZ AÑOS DESPUÉS. Todos coinciden en que el algecireño había creado su propio lenguaje, la obra más ambiciosa jamás conocida, un mundo singular que se fue multiplicando hasta el infinito, con lo que fundó una escuela de la que nadie escapa como beneficiario de su música. Así se manifiesta que la guitarra se explique hoy según el ritmo y el pulso personal de este genio incomparable, un traductor en el mundo del mensaje de la música al que en su día sus seguidores le pedíamos que buscara algo imposible de lograr: su propia superación.
DIEZ AÑOS DESPUÉS. Paco de Lucía fue, a este tenor, la virtud balsámica para quienes salían de sus conciertos con la satisfacción de haber asistido a la criaturización de la música, ya que el placer que dejaba en el corazón era semejante al gozoso refinamiento de las alfombras cuando reclaman unos pies cansados.
Pues bien. Estas siete reflexiones nos llevan al desenlace de que desconocemos el futuro de Paco porque él es presente, pero un presente contenido en el tiempo pasado, que es el único tiempo que tiene consistencia en el diapasón del instrumento. Consiguió escribir una historia que empezó con él y que finalizó con él.
A poco que profundicemos en su obra, ésta nos sitúa ante un ilustre músico andaluz que primero sobrepasó la línea tradicional, luego fue emancipándose con voz propia e individual y, al cabo del tiempo, pondría los cimientos de toda experiencia ulterior, ofreciendo, por último, un conjunto que traza tanto el ideal soñado por sus coetáneos como la ambición de los que sobrevinieron después, por lo que, en esta efemérides de su adiós, sus temas son hoy estimados por su chorro de vitalidad pero también por su valor arqueológico. Diez años después, quien le puso color al alma del instrumento y logró que en España la guitarra generara adición, vive entre nosotros.
Imagen superior: imagen de archivo de Jesús Antonio Pulpón González
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