Conocí a Enrique Morente en 1990 en el restaurante Viñapé, sito en la Plaza madrileña de Santa Ana, acompañado por el padre Riso, y ahí comenzó una amistad que duró hasta el triste fallecimiento del genial granaíno en diciembre de 2010. En aquellos años estaba mal visto que te gustara Morente. No podías revelar en ciertos sectores de la afición tu admiración por el Ronco del Albaicín. Te miraban con cara extraña. Esa actitud comenzó a cambiar a partir de 1996. De repente aparecían por doquier nuevos admiradores de Enrique, uno no daba crédito. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Será posible? Pero si decías que no valía y ahora de repente salen morentistas de debajo de las piedras. ¿Dónde estabais, por Dio?
Aquel año fue cuando se editó Omega, sin duda uno de los álbumes emblemáticos del maestro. Confieso que no es mi preferido, tengo varios, pero el que más me llega, además del inconmensurable Homenaje a D. Antonio Chacón de 1977, es Negra, si tú supieras, de 1992. Seguramente por ser el que viví más de cerca en su gestación.
Algún día tendré que contar mi aportación al icónico disco con Lagartija Nick. Aún hoy no me atrevo porque puede resultar inverosímil y no quiero que nadie piense que me quiero apuntar un tanto gratuitamente. Lo confesaré en mis memorias en caso de tener salud para escribirlas cuando tenga más de ochenta, si Dios quiere. La prueba de esa aportación debe estar entre las cosas de Enrique en su casa de Graná. Yo no hice copia.
Pero bueno, a lo que vamos. Él mismo me llegó a confesar cuando le preguntaba el porqué de tal desafección por parte de un amplio sector de los aficionados: «¡Cómo quieres que me quieran, Faustinico, con esta cara de inglés que tengo!». Al ver el cambio de actitud hacia la figura de Enrique siempre me viene a la mente la contestación de Paco de Lucía al periodista que le preguntó si era verdad que el mejor disco de Camarón era La leyenda del tiempo. El décimo del genio de la Isla y el primero en el que no había colaborado el Gran Jefe Paco. A lo que el maestro algecireño respondió: «No, es el primero que tiene batería».
«Sería como decir que ‘Entre dos aguas’ es lo mejor de Paco o ‘Volando voy’, lo mejor de Camarón, o que el ‘Concierto de Aranjuez’ es la obra máxima de la “música clásica” española. ¿Es ‘Tauromagia’ el mejor disco de Manolo Sanlúcar? ¿Es ‘Siroco’ el mejor disco de Paco de Lucía?»
En el caso de Enrique, Omega no era el primero en el que había batería, Morente fue un trasgresor antes que todos, pero el sonido rockero duro de ese disco llama la atención, las guitarras distorsionadas, algo muy alejado de la estética propia del cante jondo, aparecían en el Omega con un protagonismo hasta entonces casi inédito en el flamenco. Y ahí fue donde, seguramente sin quererlo, Enrique abrió la puerta a una legión de nuevos aficionados, aunque la cerrara para siempre a otros que nunca le quisieron bien. Almas perdidas para la causa morentina que no valía la pena intentar recuperar.
¿Qué habría sido de Enrique sin Omega? Sus seguidores sabemos que para muchos Morente es ese disco y no conocen más que eso, un poco del Pequeño Reloj, otro poco del dicho de Picasso y de lo anterior nada o casi nada.
Recuerdo la presentación del maravilloso disco de Estrella Mi cante y un poema (sigue siendo mi favorito de la gran cantaora, hija del genio) en el Teatro Lara de Madrid en 2001. Tuve la suerte de estar sentado junto a Enrique en el patio de la “bombonera” y allí comenzó una nueva época. Los músicos que normalmente le acompañaban pasan a ser el grupo de su hija, y ahí comienza a volar junto a guitarras tan sobresalientes como la de Cañizares, Tomatito, Cerreduela, Juan Habichuela nieto. Un camino que dio frutos bien sabrosos en esa última etapa de su intensa carrera truncada por la fatal enfermedad que acabó con su vida en la madrileña Clínica de La Luz. De ahí que Gamboa cantará con lágrimas en los ojos: “Por la clínica de la Luz no quiero pasar, porque me acuerdo de mi amigo Enrique y me echo a llorar”.
Hay un antes y un después de Omega en la vida y obra de Morente. Es bien sabido y no estoy descubriendo nada. Aunque muchos se preguntan si en verdad ese disco es tan importante o si todo queda en que, como decía Paco respecto a La leyenda, es el primero que tiene un sonido trasgresor como pocos en el flamenco, y como ninguno antes de 1996. Todo buen seguidor del granaíno sabe que su obra va mucho más allá de ese icónico disco, que el casi olvidado Cantes antiguos del flamenco de 1968 con la guitarra del Niño Ricardo, el revolucionario Despegando de 1997 (doblete con el de Chacón, menudo año fructífero), Cruz y luna de 1983 o el Homenaje a Miguel Hernández de 1971, Sacromonte de 1982, la joya junto a Sabicas, doble LP de 1990, la Misa Flamenca de 1991 o Allegro soleá editado en disco en 1995. La segunda edición de Lorca de 1998 (reelaboración del de 1990), Pablo de Malaga de 2008 y El barbero de Picasso de 2011. Y para completar el listado, el magistral Se hace el camino al andar de 1975, y el primero de su carrera, Cante flamenco, de 1967. Tremenda obra la del maestro Morente para reducirla al Omega, ¿no creen?
Todos los artistas tienen una obra icónica dentro de su catálogo. Sin embargo, el caso de Enrique y su Omega esconde un aspecto que trasciende la calidad. Sería como decir que Entre dos aguas es lo mejor de Paco o Volando voy, lo mejor de Camarón, o que el Concierto de Aranjuez es la obra máxima de la “música clásica” española. ¿Es Tauromagia el mejor disco de Manolo Sanlúcar? ¿Es Siroco el mejor disco de Paco de Lucía? Para mí, sí, pero como todo el mundo sabe para gustos los colores. Sin embargo, el cambio de opinión generalizada que ocurrió a partir del nuevo siglo con el Omega de Morente no sigue los mismos parámetros que el resto de obras icónicas citadas. ¡Qué sabe naide!
Imagen superior: Morente y Lagartija Nick – Teaser promocional