María Terremoto (nacida María Fernández Benítez en Jerez en 1999) se encuentra en un momento de madurez para no perdérselo. A veces hay que recordar que tiene tan solo 24 años, porque tiene un dominio de facultades, un poderío escénico y un temple apabullantes para ser tan joven. Este miércoles lo demostró en un Teatro de la Abadía lleno (200 asientos) en la segunda jornada del festival Suma Flamenca de Madrid.
Lo hacía en un teatro especial, por la cercanía entre público y escenario, y tan solo unos días después de haberlo hecho ante un auditorio mucho más abierto y es de presuponer que ecléctico, en la Gala de las estrellas del flamenco que el Corral de la Morería organizó en la plaza Mayor de la capital como parte de los Festejos de la Hispanidad.
María, decíamos, mostró madurez y dominio, temple, afinación y poderío, sensibilidad y gusto. Quiso arrancar de pie, encarando al público, sin amplificación de la voz ni acompañamiento. Vestida de sobrio terciopelo verde, la jerezana presentó sus credenciales con un cuplé por bulerías libre, en el que fue salpicando las letras sobre el Todo es de color de Lole y Manuel.
Seguiría por cañas, en las que demostró que en el susurro también se puede quebrar la voz, que el cante recogido también puede doler. Haciéndolas suyas, parándolas, meciendo el compás con un magistral acompañamiento a la guitarra de Nono Jero, que le ofreció el marco que ella necesitaba, la cantaora arrancó los primeros oles y aplausos de un público que respondería en una noche cargada de emoción.
«Una cantaora incontestable, en una noche íntima y con pura verdad. Ahora que anuncia una metamorfosis, qué interesante sería verla en otros registros, siquiera estéticos, más acordes quizás a la generación que pertenece en los que sin duda podría aumentar su reinado sin perder un ápice de autenticidad»
Lo mismo ocurrió por malagueñas –rematadas por abandolaos–, en un cante que María hace suspendido en el tiempo, pausado, doliente y modulado, que también grita y se duele sin perder la afinación ni el sentido de lo que tenía entre manos.
Un intermedio por unas bulerías pletóricas de compás, “de la tierra”, que dijo el guitarrista, Nono Jero, dio descanso a la garganta de una cantaora que ofreció un recital de 70 minutos que dejaron muchas ganas de más.
Tras volver a salir a escena, ahora de negro y oro, la jerezana se entregó a la fiesta. Tangos, alegrías y un final por bulerías fueron los palos elegidos para exhibir su poderío como cantaora. “¡Vamos allá, leona!”, le gritaban desde el publico. Y ella iba intercalando letras –hasta de La Plazuela se acordó por tangos– cortando el aire con sus manos mientras su grito ancestral convocaba a su estirpe.
María está en un momento de madurez incontestable. Pletórica de voz, ha aprendido a usar su tesoro y templar, acudir al grito pero también cantar en un susurro, llevarse el compás a su terreno, que le acompañe en lo que quiere contar, en el trance que quiere alcanzar. Tras los cantes por Cádiz llegó el final de fiesta, que no podía ser de otra manera más que por bulerías, ya en pie, sin zapatos y rematando sus letras con remates de baile, que hasta del Derroche de Ana Belén quiso acordarse.
Unos fandangos para evocar a su padre y a su hijo fue la propia que quiso entregar a Madrid y dejar la noche en alto tras 70 minutos de cante por derecho. Una cantaora incontestable, en una noche íntima y con pura verdad. Ahora que anuncia una metamorfosis, qué interesante sería verla en otros registros, siquiera estéticos, más acordes quizás a la generación que pertenece en los que sin duda podría aumentar su reinado sin perder un ápice de autenticidad.
Ficha artística
Cantaora, de María Terremoto
Suma Flamenca de Madrid
Teatro de la Abadía
16 de octubre de 2024
Cante: María Terremoto
Guitarra: Nono Jero
Palmas: Manuel Cantarote y Juan Diego Valencia
Texto: Ángeles Castellano. Fotos: Pablo Lorente – Suma Flamenca