Marcelo Sousa Navas vio la luz por vez primera en Guillena (Sevilla) un 27 de febrero del año de 1949. Charlar con él es la mejor manera de desenterrar recuerdos ocultos y tantas vivencias como atesora. Su memoria es fresca y con un gran caudal de vivencias. Marcelo Sousa es de aquella época en la que ser cantaor no era plaza fácil de ganar, conviviendo con las más prestigiosas figuras del panorama flamenco del siglo pasado. Cantaor enciclopédico donde los haya, ortodoxo y siguiendo la senda del Maestro Antonio Mairena.
– ¿Cómo fueron tus inicios en el cante?
– Soy hijo del cante. Toda mi vida he cantado y cantar es mi pasión. Lo llevo en la sangre. Mi abuelo le tocaba la guitarra a Manuel Torre. Mi madre era cantaora –Pepa la del Carabinero–, ella fue la que nos trasladó, nos legó, nos inculcó esta pasión desde chiquititos. En mi casa cantan todos. Mi hermano el mayor, que ya ha fallecido, se recuerda por los aficionados. Mi hermana Marcela cantaba muy bien. Otra que tengo en Ibiza canta muy bien. Y otra que es más flojita cantando, todos nos hemos criado en ese ambiente. Mi madre era la que dirigía la familia. Guisaba dos pollos y ya estaba formado el revuelo. Yo empecé a cantar cuando el Mar Muerto estaba herido (risas).
– ¿Hay un momento concreto en el que decidiste ser artista?
– Mi padre compró un aparato de radio tan grande como esta mesa, un Skar. Le puso un alambre en la ventana para hacer de antena. Yo me llevaba horas y horas escuchando. En las ferias también se escuchaba flamenco en las tómbolas y yo me que daba allí. Tendría unos diez u once años. El hermano de mi esposa fue el artífice. Un día de Reyes a mi cuñado Pepe se le antojó ir a la Alameda a verlos pasar. Cuando llegamos, la cabagata ya se había ido. Pero Pepe, que era muy aficionado, de los que ya no quedan, me dice que había por allí cerca una fiesta. Eran las lumbreras en casa de Paco el Vizco, y yo le dije: vamos a entrar, Pepe. Entramos allí, que estaban cantando, y me dice mi cuñado: canta un fandango. Ya se acercó un hombre que fue el primero que me llevó a Huelva a presentar mi disco, ¡quién me lo iba a decir a mí!. Era el inspector general de la policía de Sevilla, compadre de Antonio el Sevillano. Me preguntó: ¿quién ha cantado ese fandango? Y mi cuñado me señaló a mí. ¿Eres capaz de cantarlo otra vez? Me preguntó dónde vivía, le digo que en Torre la Reina y me dijo: vamos a ir un día a por ti. A lo que le contesté que yo no me iba a ningún sitio si no se lo decían a mi padre. Total, que le preguntaron a mi padre y me fui con ellos a una fiesta a cantar. Estuvimos con don Manuel Peyré, y otros señores pudientes de la época, y un jugador del Betis –Valderas–, que fue el primero que me pagó 200 pesetas. Cuando llegué a mi casa, mi madre no me creía. Menos mal que mi padre estaba acostado y salió en mi ayuda, porque mi madre me quería matar a pellizcos. Con 14 o 15 años, Paco el Vizco se hizo amigo mío, iba con Postigo, con Manuel Mairena; con él fui a muchas fiestas. Yo era chico, pero él me metía clandestinamente, a escondidas. Ya me hice más o menos popular en mi barrio. Me presentaron a Tomatoma, al padre de José el de la Tomasa. Conocí a la Tomasa, a Manolito Cantón, a Coberito, Enrique Montes, Enrique de Utrera, el Polito de la Alameda, el bailaor el Moya, al Cochina, al Lequi… Aquello era un vivero de cantaores y yo quería dedicarme al cante.
– ¿Cómo fue el camino y tu paso por los concursos?
– Mi mujer, la pobre, se dormía en un sofá de escay esperándome. Nos casamos en 1974, yo tenía 23 y ella 21. Por aquellos días don Antonio Olaya me dijo que me comprara un piso en el Parque Alcosa. Que lo iba a pagar con lo que ganara en las fiestas. Qué sofocón cuando no sonaba el teléfono. Tenía una letra cuatrimestral que me quitaba el sueño. Me llamaba Curro Vélez para cantar en el Tablao El Arenal. Me llamaban para cantar saetas a los pasos y yo le cantaba hasta a los de cebra, lo que hiciera falta. Después de eso ya me dediqué a cantar en los concursos, porque no había otro trampolín para darte a conocer. Me fui a La Unión en un 850 que se calentaba más que una colilla y me traje cuatro premios. Llegué allí y me preguntaron que de dónde era. Yo de Torre la Reina. Es una pedanía anexa a Guillena, pero no tiene ayuntamiento. Aquella gente no sabía ni dónde estaba. Cuando al día siguiente yo me desperté en el hostal que compartía con Jesús Heredia –pobrecito, que nunca han contado con él para la Bienal– yo no me lo creía, eran 400.000 pesetas de aquella época. Llamé al escayolista que lo contrataba cuando podía pagarle y le dije: ven a terminar el trabajo, que soy el cantaor más rico de España. Me presenté en la Kutubía en un concurso de Radio Corazón. Empecé en Lora del Río, gané el Laurel, Concurso nacional de Carmona, El Viso, Mairena, Los Palacios, Lebrija, Trebujena… Le di la vuelta a todos los concursos ganando primeros premios. Yo soy el único cantaor no cordobés que tengo la Calahorra Flamenca. Y he ganado también en Fernán Núñez, Montoro, Cañete de las Torres, Pozoblanco, y en Pedro Abad. Yo he recorrido lo más grande y he pasado más sueño que Jesucristo en Lepe.
«Mi querido Luis Caballero Polo decía “al cante eternamente agradecido”. Yo le agradezco al cante porque me ha dado una vida estable, he podido cumplir con mis obligaciones familiares, hemos vivido holgadamente»
– ¿Cuanto tiempo viviendo en Parque Alcosa?
– Yo viví en el Parque Alcosa 22 años. Inauguré la peña de la Jumosa III, que estaba enfrente de mi casa. Ahí he vivido yo noches memorables con Miguel Vargas, Paco Taranto, el Gallina, Juan Antonio Chacón, Pepe Galán… Allí hemos pasado noches de muy buen cante, por derecho. Difícilmente se va a repetir eso.
– ¿Sólo me citas nombres masculinos? ¿Las mujeres no tenían la misma cercanía a la hora de acudir a las fiestas?
– Tina Pavón sí, pero no de fiesta, venía como artista. Para las fiestas nos juntábamos los hombres, las mujeres acudían menos. Había otro respeto. Sí venían bailaoras como Pili Sevilla, que para mí ha sido una excepcional, y su cuñada Macarena Domínguez, que bailaba muy bien.
– Me has dicho que en tu casa todo el mundo canta: madre, padre, hermanos, abuelos. ¿Solo tú te has dedicado al mundo artístico?
– Sí, así es, solo yo. Mi hermano tenía una empresa de camiones y, claro, no le quedaba tiempo. Mi querido Luis Caballero Polo decía “al cante eternamente agradecido”. Yo le agradezco al cante porque me ha dado una vida estable, he podido cumplir con mis obligaciones familiares, hemos vivido holgadamente. También fui a trabajar a Alemania, donde lo ganaba muy bien.
– ¿Trabajar en lo que a uno le gusta no es trabajar? ¿Te sientes un privilegiado?
– Sí, sí, sí, totalmente. Yo ya no necesito cantar para vivir. Yo sigo en esto no porque me haga falta, hemos sabido gestionar, sino porque amo el Flamenco. Es lo que quiero hacer, cantar. Yo he vivido una época muy interesante en el Flamenco. En el aeropuerto camino de México, cuando fui a recoger las maletas, me encontré con Mario Maya. Me preguntó: ¿qué vienes, a actuar aquí? Me habían llamado por Pepe Vélez para actuar en Ole Sevilla, la sala más grande de México DF. Y me dijo: ¿quieres cantar en Gitanería? Hombre, claro que sí, lo que haga falta. Tuve suerte porque me escucharon cantar y vino un tal José Luis Rodríguez, guitarrista, que estaba en la compañía de Pilar Rojas, la mayor figura del baile en aquel país. Yo ganaba en aquellos tiempos 125.000 pesetas cada noche.
– ¿Se ha perdido el cariño “tabernero” a los cantaores? ¿Aquello de entrar en una taberna, que te reconozcan y que surja el cante?
– Hoy se han perdido todas las cosas. Sevilla era un hervidero de la gente del arte. Mary, mi mujer, me decía: ¿hasta ahora ha durado esto? Y yo le contestaba: es que se ha ido la luz. Entonces había otra historia en Sevilla. Yo me acuerdo en Casa Serra, levantarnos de cenar y decirnos el dueño: ¿ahora os vais a ir así? ¡Venga, tomarse unas copitas! Y nos quedábamos más rato. O venir del Serranito con Antonio el Sevillano, Manolo Fregenal y nos liábamos a cantar por bulerías debajo de un balcón y cuando nos íbamos decía el del balcón: ¿ande vais? Venga, hombre, os voy a bajar un platito de jamón y seguís. Hoy no te pasan esas cosas, hoy te tiran un cubo de agua.
«Yo soy mairenero de afición y de devoción. Pero a mí me gusta ser yo, me gusta coger los cantes y traerlos a mi huerto, a mi fonética, a mi forma de expresarlo, a mi forma de entender el Flamenco. Por mucho que lo intente, a la altura de Antonio, de su grandeza, es muy difícil. Antonio Mairena es él y yo soy yo»
– ¿Hay en ti una escuela distinta de Antonio Mairena en adelante?
– Hombre, sí, el que vaya en la línea de Antonio Mairena no puede salirse de ella porque eso está bien marcado. Yo soy mairenero de afición y de devoción. Pero a mí me gusta ser yo, me gusta coger los cantes y traerlos a mi huerto, a mi fonética, a mi forma de expresarlo, a mi forma de entender el Flamenco. Por mucho que lo intente, a la altura de Antonio, de su grandeza, es muy difícil. Poner el sentimiento de otra persona es muy difícil. Antonio Mairena es él y yo soy yo.
– ¿Mairena fue un hito histórico en el Flamenco, como lo fue Silverio Franconetti?
– Yo creo que Antonio sí lo fue. Por grandeza cantaora, Antonio fue un hombre que yo creo que era necesario en aquella época. Coger un cante… y en la situación que él lo explica en cien años de cante gitano. A Rafael de Penagos y a Miguel de los Santos en Radio Madrid se lo dijo claramente. Antonio fue un descubridor de cantes en desuso. Él como buen cantaor cogió aquellos cantes y les dio grandeza, y los puso en el sitio. Eso no quiere decir que los demás calcaran. Menese fue un discípulo suyo con una visión de la métrica y la poesía de Francisco Moreno Galván, y además tenía su personalidad. Hacía los cantes de La Andonda, de Teresa Mazantini, de toda la diversidad que Antonio puso en liza, porque Antonio fue una fuente para todo el que quisiera beber. Antonio es que cantó por seguiriyas en 17 estilos, por soleá en 40 estilos distintos, dominándolos, que se dice muy pronto, y descubriéndolos y diciéndole al mundo “esto es pan y esto es trigo”. Para mí fue una persona que puede entrar más o menos en el gusto de la gente, yo ahí no entro, porque el libro del gusto está en blanco. Hay quien dice que Antonio era frío, pero no es así. Antonio era un cantaor sobrio.
– ¿Tú eres un cantaor clásico, ortodoxo, y a la vez un hombre moderno que expresa sus opiniones en las redes sociales como Facebook?
– Sí, bueno, veo cosas que me gustan y otras que me gustan menos.
– Pero tú escribes y lo haces muy bien.
– Trato de plasmar lo que algunas veces me gusta y lo que no lo suelo denunciar para que tomen conciencia, para ver si pueden ir rectificando y haciéndolas mejor. Muestro ahí mi descontento. A mi me gusta el Flamenco clásico, tradicional, y dentro de esa verea puede ir uno y hacer su caminito. Miguel Acal decía “Marcelo es la misma fuente pero con distintos cauces”, porque si no eres un imitador. Tienes que hacer alguna aportación para bien o para mal. Hoy no se renueva nada, no se aporta nada. En la literatura estamos donde mismo y hay quien vive toda la vida con las mismas letras con los mismos cantes. Están cayendo muchos cantes. Estamos perdiendo patrimonio porque están en desuso una enorme cantidad de cantes. Hoy está de moda la bulería, la pataíta por bulería, el fin de fiesta, pero de ahí no salimos. La taranta de Linares, la serrana, la toná liviana, ¿qué te digo?, cantes de ida y vuelta que no se tocan, como la vidalita que no se toca mucho, hay excepciones pero son pocas. Están en punto muerto cantes como la guajira, o el garrotín, el polo, la caña. En fin, te mentaría el árbol genealógico del Flamenco. Ese árbol se está perdiendo. Es necesario mantener una música que siempre ha tenido identidad propia. A la vuelta de unos años, esto va a quedar en un bagaje de cuatro o cinco cantes, no habrá muchos más. Estamos perdiendo patrimonio. Y eso yo lo denuncio en el Facebook.
– ¿Qué crees tú que le gusta más al público?
– La bulería es alegre, es digerible. Yo la he cantao aquí en Triana, en la Velá de Santa Ana, que por cierto le hice una letra: Esta noche me voy pa Triana / que esta noche es la velá / en la plaza de Santa Ana veo a la gente de pasá / y con qué maña y con qué maña / se suben los chiquillos por la cucaña.
«Antonio fue una fuente para todo el que quisiera beber. Antonio es que cantó por seguiriyas en 17 estilos, por soleá en 40 estilos distintos, dominándolos, que se dice muy pronto, y descubriéndolos y diciéndole al mundo “esto es pan y esto es trigo”»
– Una letra preciosa, cinco versos para contar la historia de la velá de Triana.
– Es que mi madre era una trianera que venía a comprarme los zapatos a Triana. Me traía andando y yo le decía: mamá, que me va a dar calentura. Y ella para consolarme me decía: anda, que te voy a quitar el enfado, te voy a meter en un obrador. Es que me gustaban mucho los dulces.
– ¿Cómo ves Triana ahora?
– Triana ya no es lo que fue. Me contaba mi madre historias de convivencia, era un barrio emblemático donde había un asentamiento Flamenco que ya no lo hay, porque se cayeron las casas de don Juan Vázquez, pero se nota el brillo que ha tenido este barrio. Me acuerdo de una fiesta que me llevó Pepe Luis Vázquez, donde había una muchacha. Yo cantando por bulerías, y ella salió bailando. Le pregunté: ¿tú eres de Triana? Sí, me contestó. ¿Por qué lo sabe usted, me conoce? Por la forma de bailar. Mi madre bailaba igual. Se le veía la pantorrilla, todo un atrevimiento en aquellos entonces. Mi madre también me contaba cosas de cuando había esa convivencia familiar en las casas de vecinos. Las casas con la hornilla de soplillo de carbón. Si estaba el gato acostado en lo alto de la hornilla es que no había mucho de comer. Siempre había un plato para una vecina necesitada, con un poquito de cada una. Esa solidaridad se ha perdido. Y esas fiestas espontáneas…
– ¿Tú no pasaste carencias en tu niñez? Dicen que hace falta pasar hambre para cantar.
– Yo no, afortunadamente. Mi padre fue un hombre que se adelantó a los tiempos. Era un hombre de los pudientes de la época. Y las penas con pan son menos penas. Uno esmayao no puede cantar bien. Me acuerdo del tío Arroyo Molino de la Línea, me contaba cuando el pobre tenía quince metros de tripa sin estrenar. No podía cantar ni al aire en la guitarra. El decía: cuando yo me he hartado de cante es cuando he descubierto la guitarra. El pobre pasó fatigas en aquella generación. Yo afortunadamente no he pasado por ahí. Mi padre era encargado en un cortijo, desde Guillena hasta el Ronquillo, allí se criaban vacas, ganado, y se traían aquí al matadero de Sevilla y él ganaba mucho dinero. Ganaba dinero con toda la aristocracia de aquí. Mi madre trató de ser profesional pero mi padre no me dejó.
– Marcelo, ¿cómo fue tu primer intento de ir a Madrid?
– Antonio el Sevillano trató de llevarme a Madrid con 15 años, tú te vas a venir conmigo. Mi padre, hablando con él, le dijo que sí, y yo saltando de alegría en la habitación de al lado. Pero luego, cuando nos quedamos solos, mi padre me dijo que no, que por ahí solo se pasaban fatigas. Aquello no me hizo mucha gracia, pero bueno.
«Hoy no se renueva nada, no se aporta nada. Están cayendo muchos cantes. Estamos perdiendo patrimonio porque están en desuso una enorme cantidad de cantes. Hoy está de moda la bulería, la pataíta por bulería, el fin de fiesta, pero de ahí no salimos»
– ¿Cuando fue el momento en que conociste a Antonio Mairena?
– Fue en la Real Venta de Antequera con mi hermano el mayor, que me llevó en una Gucci de las tres marchas en el depósito y sin amortiguador. Yo iba con un cojín que me ponía mi abuela, pero las calles estaban todas adoquinadas, ¡figúrate! Yo llegaba con el culo cuadrado. Estuvimos allí una noche en la que escuché a Antonio haciendo la soleá de Frijones y me quedé impresionado. Antonio mismo nos preguntó: ¿ustedes de dónde vienen? Le dijimos de dónde veníamos y él ni corto ni perezoso nos dijo: mañana estaré en casa del Truja, el antiguo bailaor, el macareno, en Alcalá de Guadaíra. Fui con mi hermano, estaban allí Fernanda y Bernarda de Utrera, Manolo de Angustias, el Poeta, Joaquín Bastián, Recachas el pintor, Enrique el de la cafetería, Manolito Granados, que fue alcalde honorífico y estaba en el jurado en Mairena, él me dio el primer premio. Con Antonio Mairena, cuando me juntaba con él, yo le preguntaba cómo eran los cantes de María la Anica, y los del viejo la Isla, y la soleá de Teresa Mazantini y la de la Andonda, y en qué se diferencian los cantes del Nitri de los de Frijones. Y él me respondía: en los ayes… Tanto lo atosigaba con preguntas que me decía: oye, sobrino, escucha una cosa, tú preguntas más que una turista en el barrio de Santa Cruz. Sin embargo, Curro Mairena era muy generoso. Como sabía que yo era cortado… Eso que dicen que Antonio Mairena… A mí me aceptó desde el primer día. Nunca me ha marginado por no ser gitano. Él defendía el cante gitano andaluz.
– ¿Crees que lo hizo con triple intencionalidad: por reivindicar el Flamenco, por reivindicar el papel del gitano en el flamenco, y por poner el nombre de Andalucía en un lugar elevado?
– Sí, sí, claro. Él tuvo un buen asesor, como fue Ricardo Molina, que era el intelectual. Antonio no tuvo estudios, se ganó la vida a trancas y barrancas. Su madre murió pronto. Su padre se casó con una mujer de La Algaba que le decían La Quintina, de ella nacieron Ángeles y Manuel, aunque los apellidos Cruz García coincidían. Siempre vivieron bien aunque tuvieran sus mijitas, como es normal. Manuel no supo asimilar que su hermano era un genio. Manuel cantaba muy bien, pero Antonio era un genio.
– ¿Cuándo empiezas a componer tus propias letras?
– Desde siempre. Para vencer el miedo del avión, cogí una vez un periódico de los que te daban allí mismo y leí una frase que me llamó la atención y que me inspiró esta letra: Como la grulla a su tierra / siente el ansia de volver / yo como el Guadalquivir / que nace en Andalucía / donde me quiero morir. Con José el de la Tomasa, Curro Malena, José Menese y José Mercé hice una actuación y canté ese fandango. La gente emocionada me cogió y me tiró por lo alto. Antonio Rincón Muñiz me ha ayudado mucho también, igual como yo a él. He grabado cuatro discos con letras de los dos: Contra viento y marea, De viva llama, Navegando y Por los caminos cantando. Estoy integrado en la Antología de Tartessos y en La Alameda sevillana, crisol del cante Flamenco. También grabé letras de Francisco Moreno Galván, una pieza fundamental en el Flamenco. Él me llamaba con mi compadre Fernando Rodríguez y con Diego Clavel y nos pedía que cantáramos por soleá. Y también había otro en La Puebla de Cazalla que escribía y se llamaba Salvador Cabello.
– ¿Cuál es tu aportación al cante?
– Me gusta ponerle un poquito mi sello. Poco hay que se pueda hacer, porque esto está más cogío que el sitio de Zaragoza, pero siempre hay algo que le puedes ganar. En el mirabrás me llamó Velázquez Gastelu, quien me hizo una crítica y una entrevista muy positiva. Miguel Acal también me llamó una tarde para presentar mi disco Contra viento y marea. Cuando lo escuchó me dijo: ¿tú sabes lo que has hecho por soleá? Has hecho siete minutos sin salirte del cante de Juaniquín.
«Hay personas que no saben medir el cante. El cante tiene que salir por sí solo. La gente aprende de lo que está grabado, o se meten en una peña, pagan 3 euros y creen que han comprado el mundo»
– ¿Qué diferencia hay en la forma de aprender a cantar hoy a como se hacía antes?
– Es muy grande la diferencia. Uno no puede ponerse a cantar a cualquier hora para enseñarle a otra persona. Recién levantado es imposible. Hay personas que no saben medir el cante. El cante tiene que salir por sí solo. La gente aprende de lo que está grabado, o se meten en una peña, pagan 3 euros y creen que han comprado el mundo.
– ¿Tú has sido peñista?
– Sí. En Los Cabales, El Manantial… A la Peña Torres Macarena la conocí yo en la calle Torres, con Manuel Centeno y Antonio Centeno, su hermano. Ahí ya daba yo recitales con el Chozas, Juan Antonio Chacón, Luis Caballero… Hemos cantado misas flamencas en aquel patio. También en las tertulias en el callejón de Triana, allí venía el padre de Curro Fernández y nos daban las claras del día, con Salvador Feria a la guitarra… He inaugurado, de Sevilla, La Fragua, La Ganchosa, donde me llevé el primer premio, en la Juan Talega, que estaban Eugenio Martín y José de Terán…
– Eres uno de los pocos cantaores enciclopédicos, pero donde más te emocionas es en la seguiriya y la soleá.
– Yo siento mucho esos cantes porque mi madre era muy buena seguiriyera y solearera. Yo le preguntaba: ¿de dónde has sacado tú esa soleá? Me respondía: de Triana. Yo he conocido a lo más grande de Triana. Ella le preguntaba a Manolito el Carbonero y lo aprendía: Bendita sea esta casa / y el albañil que la hizo / que por dentro está en la gloria / y por fuera en el paraíso. Mi madre me llevaba allí, a Triana que era el paraíso para ella.
– ¿Cómo ves el panorama Flamenco?
– Antes se movía esto mucho más, hoy se mueve menos, casi todo está en manos de la Administración. Antes te pagaban al pie del escenario, no había A ni B ni nada de eso. Ahora todo necesita muchos papeles. Todo es mucho más complicado. Veo cómo va cayendo aquella generación poquito a poco.