Sentada en la orilla del Guadalquivir, Manuela espera plácidamente el momento de empezar esta entrevista. Desde Triana, al fondo, hay una bellísima vista de Sevilla. Su mente vuela hasta el otro lado con la mirada perdida en el río buscando recuerdos o, quizás, haciendo inventario de una vida de esfuerzo, trabajo, sacrificio y éxito, muchos éxitos. Manuela Carrasco consiguió alcanzar el Olimpo de las bailaoras, de las flamencas de raza. Su carrera está jalonada de galardones, premios, reconocimientos y homenajes que lo atestiguan. El último homenaje ha sido en el VI Festival Flamenco Valle Gitano, cuanto la Peña Torres Macarena cumplía sus 50 años.
Ella nació en Triana con el don del baile y el aspecto de una diosa gitana. Es su cara, su pelo negro azabache, sus ojos, esa mirada que embelesa y te transporta hasta lugares infinitos. Pozo de sabiduría y muchos años de trabajo incansable. Manuela se mece entre la nostalgia del dolor y la alegría de lo vivido. Diosa como bailaora y “guerrera” como mujer en esta difícil tarea de llevar adelante una vida, un arte, una profesión y una familia.
Estamos en Flamenquería, calle Castilla, Sevilla, el local de su amiga Blanca, donde ensaya como si estuviera en su propia casa.
– Tú eres una artista que nace con el arte dentro. ¿Lo que has sacado de ti viene de tu padre, de tus tíos o de tu propia inspiración?
– Yo he nacido en una familia de artistas, mis tíos bailaban, mi padre bailaba, pero yo creo que lo mío es de nacimiento. Lo llevo dentro de mí, siempre lo he sentido en mis adentros. A mi tío le preocupaba corregirme la colocación, me decía lo importante que era la colocación de los brazos, de todo el cuerpo, y yo hacía lo que él me aconsejaba y me llevaba horas ensayando.
– ¿Tú cómo te das cuenta de que quieres ser artista profesional? En tu casa, con tu gente, tendrías momentos para bailar, en las bodas, los bautizos, las reuniones en familia.
– Yo nací en Triana, tú sabes. En el año 1962, 1963, nos echaron a los gitanos y a los que no eran gitanos también. Yo tenía solo cuatro años cuando nos fuimos a vivir a San Juan de Aznalfarache. Era un barrio de artistas, porque todos los niños y niñas cantaban y bailaban. Angelita Vargas, que era la mayor de nosotros, nos llevaba a la Feria de Sevilla, hacíamos un corro y allí nos poníamos a cantar y a bailar y luego pasábamos el plato o la mano y nos daban el dinero que nos quisieran dar. Yo, como era la más pequeña, no tenía ninguna maldad, llevaba una faldriquera y ahí metíamos todo el dinero que cogíamos. Aunque era muy lista y me daba cuenta de que algunas se escondían los billetes en el pelo.
– ¿Es posible que la humildad de tu familia te empujara hacia los escenarios?
– Así es. Íbamos a las galas juveniles y al Teatro San Fernando, y yo lo que quería era bailar. Nací en una familia muy humilde, yo era la mayor de seis hermanos. Un día vi a mi madre llorar porque nada más tenía un tomate con una viena para darnos de comer a sus tres hijos. Tenía entonces nueve años y me juré a mí misma que en mi casa ya no se iba a pasar más hambre. Y de ahí pues nos fuimos a Málaga, porque vivía allí mi tata, que trabajaba en los hoteles. Y mi madre le pidió que le buscara trabajo porque con tantos niños no se podía vivir. Mi madre se puso a trabajar en el restaurante del hotel, a mi padre lo pusieron a hacer pinturas abstractas en cartulinas para los turistas. Y a mí en el restaurante fregando.
– ¿Cómo escapas de un oficio que no te dejaba bailar, que era en realidad lo que tú querías hacer?
– Allí estaba el Tablao de Mariquilla, y yo, al pasar, veía que ella estaba en una fotografía muy grande en la puerta del tablao. Me quedé mirándola y me puse a hacer posturas. Yo siempre llevaba mis zapatos de baile conmigo. Eran de cordones y los llevaba aquí puestos (se toca el hombro). En los descansos me colocaba mis zapatos y me ponía a bailar, allí mismo en la acera, y todas las personas me decían: “¡Ay, mira qué graciosa!”. Entonces, María me llama y me dice: “Ven acá, ¿tú bailas?”. Yo sí. “¿Y tú por qué bailas?”. Y y yo le dije por to, aunque solo sabía por tangos y bulerías. Y Juan, el suegro de Morenito de Íllora, que estaba allí, me dice: “Niña, ¿tu padre es José el Sordo? Tú tienes toda la pinta de tu familia. ¿Tú quieres bailar? Te canto yo un poquito”. Y yo le dije que sí y bailé un poquito por bulerías y eso se quedó ahí.
«Pues sí, he anunciado mi despedida de los escenarios. Estoy haciendo una gira que va a durar dos años y creo que es necesario hacerla. Todavía no ha llegado el día, pero yo sabré cuándo será el momento de irme, y será porque no pueda dar a mi público todo lo que yo quiero»
– Tú jugabas a bailar en la calle. ¿Cómo fue que tu madre se enteró?
– Al día siguiente me dijo mi madre: venga, que nos vamos al restaurante. Y digo, yo no voy, y me tiré al suelo llorando. Que yo no iba a fregar más, que yo quería ser bailaora y que ya no iba más. Al otro día, mi madre se fue, la pobre, por todo Málaga, con lo justo para el autobús, buscando a Mariquilla. Ya por la noche da en la puerta de la casa de Maribella, la cuñada de Mariquilla. Le preguntó: “Niña, ¿tú sabes donde vive Mariquilla?”. “Yo sí, señora, ¿qué le pasa?”. Mi madre le explicó que tenía una niña que nada más quería bailar. “Ahora mismo la llevo yo donde vive Mariquilla”. Total, que mi madre llorando, le contó que tenía muchos niños y que la niña no quería fregar, que lo que quería era bailar. Entonces Mariquilla le dijo, “llévamela esta noche al tablao”, que se llamaba El Jaleo.
– ¿Cómo fue ese primer día como bailora de tablao?
– Yo lo único que llevaba eran mis zapatos, los labios mu rojos de mi tía, que me los pintó, con unos rabos muy grandes en los ojos, y un sujetador de ella que me rellenaron con algodones. Cuando llegué al tablao, Mariquilla empezó a decir “esta niña es mu larga, mi ropa no le viene, venga, vamos a buscarle ropa”. Y entre Rocío y Maribella me dieron tres vestidos de baile. Y empecé allí a bailar, con nueve añitos, y ya me quedé los tres meses de verano. Mi madre me había comprado un lápiz y una barra de labios. Pero, claro, yo me quería pintar como se pintaba Rocío, que era una belleza, los labios fucsia, los ojos con eyeliner, preciosos. Mi madre se quejaba de que no ganaba para comprar eyeliner, porque yo me pasaba el día pintándome y despintándome.
– ¿Cuánto cobrabas?
– Yo cobraba 300 pesetas por cada día.
– ¿Cuántos pases al día?
– Dos o tres pases. Mucho dinero en aquella época.
– El tablao te sirvió de escaparate? ¿Cuáles fueron tus siguiente actuaciones?
– Me llevaba Pulpón a las fiestas y luego me metí primero en La Cochera, después estuve en Los Gallos. De ahí me fui al espectáculo con Curro Vélez, donde estuve dos meses. Se hizo el homenaje a Caracol en el Potaje de Utrera y, bueno, ahí me vieron y primero me llamó Caracol para que fuese al Hotel Lux, de Madrid, con mi madre, pero ella era muy rara y no quiso en ese momento que yo fuese a Madrid. Dos o tres años más tarde, ya tendría yo trece o catorce años, fui al homenaje que le hicieron después de muerto Caracol y me vieron bailar un poquito por bulerías. Bailamos Angelita Vargas y yo en el fin de fiesta la bulería. Ahí ya me contrataron y me fui a Los Canasteros.
«Nunca me valoro ni me he valorado, porque pienso que lo que yo hago es porque lo llevo adentro y porque lo siento y ya está. Nunca me he puesto una meta como se pone la gente por el cueste lo que cueste. Yo tengo que llegar ahí arriba y para eso he bailado y me he partío los riñones y me he partío las piernas»
– ¿ Cómo fue tu experiencia en Los Canasteros, ese tablao mítico?
– Ese lugar era precioso, estaba la Chana, el Güito, los más grandes entonces, pero la sala no se llenaba, tenía tres o cuatro mesas llenas cada noche. Llegué yo y al mes allí no se cabía. Tú sabes que los gitanos anticuarios se gastaban lo más grande. Todo de botellas de whisky.
– ¿Quién te acompañaba al cante?
– Juan Villar. Se había criado con mis tíos, quería mucho a mi padre y es como un hermano mío, siempre lo ha sido y hasta que me muera. Después, lo quité del cuadro y se quedó exclusivamente para Güito y para mí, de atracción, y luego empecé a llevármelo a los festivales. Y luego ya todos los tablaos queriéndome contratar y ya me salí de los Canasteros y me fui a Torres Bermejas dos meses, y de ahí me vine aquí a Sevilla y ya empecé con mis festivales, mis galas, mis televisiones…
– ¿Tú no has dejado nunca de trabajar?
– No, nunca, en la vida. Desde niña ganando dinero para mi casa. Yo quería que no faltara de nada en mi casa.
– ¿Las condiciones que tú tenías en los tablaos eran como las de ahora?
– No, no, yo ganaba un buen dinero. Quince o veinte mil pesetas diarias. Porque me enseñó Juanito Villar a pedir. Él es una gran persona y un cantaor maravilloso. En Los Canasteros, él era mi cantaor y verás lo que me pasó, una cosa de arte. Yo entré para dos cuadros y una actuación. Y total, como yo había formao la que había formao en el tablao, me llaman Arturo y el hijo de Caracol y me dicen: “Hija, tú ya no vas a estar más en el cuadro”. Yo me había llevao conmigo a mis niños, a mi padre y a mi madre, a todo el mundo. Nosotros estábamos en la calle Infanta, al lado de la calle donde estaba Los Canasteros, en la pensión Bariberi. Y resulta que me llama Juan Villar y me dice: “Ven pacá, Jililea”. A los quince o veinte días de estar allí yo cobraba mil setecientas pesetas. Y digo, ¿qué pasa? “Escúchame, vas a pedir cuatro mil pesetas”. Y le digo: ¿qué dices, enano? Que me van a echar. Que yo no pido cuatro mil pesetas. “¿Tú no te das cuenta cómo está la sala, que todo el mundo viene a verte y los dinerales que se gastan? Pide cuatro mil pesetas”. Digo, estate quieto que yo no pido ese dinero, que me van a echar, que tengo aquí tos mis niños, mis padres. “¡Que lo pidas!”, me dice. Total, que le digo: mirusted, Arturo, yo con este dinero no puedo pagar colegios, ni puedo pagar pensión, comer, que tengo aquí toda mi familia, si usted no me paga colegios y me paga la pensión y cuatro mil pesetas, yo no me puedo quedar. “Claro, hija, hecho. Ahora mismo”, me contestó. A los dos o tres meses, porque me llevé ocho meses allí, me dice Juan Villar: “Pide quince mil pesetas”. Digo, ya está otra vez el enano este aquí con la retahíla. “Pide quince mil pesetas”. Y me dieron las quince mil pesetas.
– ¿En qué momento te has sentido una bailaora consagrada? ¿Tú has sentido ese salto en tu evolución?
– Mira, te voy a explicar una cosa. Yo me he sentido artista desde el primer día que yo he puesto los pies en el escenario, pero nunca me lo he creído. Nunca he dicho ahora estoy consagrada, porque pasé tantas fatigas para mantener a mi familia… [un rictus de tristeza se dibuja en su cara].
«Yo me casé con un hombre que nunca se valoró. Joaquín Amador era uno de los mejores guitarristas de su tiempo. Él no quería ir con nadie y vivió para mí. Nunca le importó estar detrás de mí porque decía que si él seguía con su carrera yo tenía que seguir con la mía, entonces no me quería perder. Él estaba enamorado de mí y vivía solo para mí»
– Siempre había pensado que tu actuación en los festivales de la Puebla en 1973 y 1974 marcaron un antes y un después en tu carrera. ¿Es así?
– Pues sí. Yo fui a la Reunión de Cante Jondo de esos años. Había un hombre que era médico que venía mucho a los Canasteros, uno muy alto, amigo de Fernanda Roy, que venía mucho a verme al Tablao. Él habló con los que organizaban el festival para que yo estuviera en el cartel. Y Francisco Moreno Galván le dijo que bajo su responsabilidad. Y allí que fui en el año 1973. En el escenario se me salió un zapato, me quité el otro y bailé por alegrías descalza, y formé lo más grande.
– Tú sabes bien lo difícil que es el mundo del arte y especialmente el baile.
– Yo estuve en los años 70, que era la época dorada del Flamenco. Si yo eso de partirme las piernas y los riñones no lo hacía no me contrataban al año siguiente y yo tenía que estar la altura. Yo he trabajado para sacar a mi familia adelante, y a mi abuela, mi tía, mi tío, a quien ha venido a pedirme, toda la vida. Y no me ha importado hacerlo, porque soy guerrera y no sé decir que no.
– ¿Cómo fue que te despegaste de la casa de tus padres?
– Yo me fui con mi marido, me tuve que ir. A mí me pidieron, pero mi madre no quería que yo me casara y eso se rompió. A los cinco o seis meses volvió mi marido, que era de Alicante, y me preguntó: ¿qué piensas? Lo que tú pienses, le dije. Y me escapé con él, solo con el vestidito que llevaba puesto. Después de haber comprado lo más grande de ajuar. Después de haber mantenido a todo el mundo y de comprar chalet y comprar casa y de todo, que nunca me ha pesado porque yo lo hacía todo por mis hermanos, por mi madre y por mi padre. Y volví a empezar mi vida otra vez, de nuevo. Así que cada trabajo que me salía era para una cosa que nos hiciera falta, este para un sofá, este para las cortinas. Y poquito a poco, con muchas fatigas empecé otra vez. Compré un pisito en San Juan de Aznalfarache, pero mi marido y yo no estábamos a gusto allí porque no era nuestra vida. Después lo vendí y compré el piso de República Argentina. Cuando vine de mi gira por América volví con el dinero y terminé de pagarlo.
Mis padres eran muy severos. Yo me había convertido en la gallina de los huevos de oro. Yo tuve la suerte de dar con un gran señor, me casé y me liberé, porque antes era así. Era un hombre que vivía para mí y vivía para sus hijas y para su casa. Perderlo está siendo muy duro. Ahora lo estoy superando, pero me está costando mucho, porque tengo mis niñas, pero cuando estoy sola lloro mucho [sus ojos se llenan de lágrimas que no alcanzan a brotar].
– Pronto te quedaste embarazada. ¿Cómo cambió eso tu modo de vida?
– Sí, a los tres meses me quedé embarazada de Zamara. Yo estuve bailando hasta los siete meses, porque la hipoteca estaba ahí y había que luchar para pagarla. Yo me casé con un hombre que nunca se valoró. Joaquín (Amador) era uno de los mejores guitarristas de su tiempo. Él no quería ir con nadie y vivió para mí y nunca le importó estar detrás de mí porque decía que si él seguía con su carrera yo tenía que seguir con la mía, entonces no me quería perder. Él estaba enamorado de mí y vivía solo para mí.
– Tanto tiempo trabajando juntos os daría un gran conocimiento mutuo en lo profesional, ¿no?
– Claro que sí. Él se llevaba cinco o seis meses sacando mi música. Llegaba yo y le decía: esa parte no la quiero. Y él se rebelaba conmigo, soltaba la guitarra, se iba, se tomaba un café, volvía y me decía: ¿qué parte no le gusta, señora? Y hacía lo que yo decía. Por un lado lo entendía muy bien, pero es que a veces yo no entendía lo que él estaba haciendo.
«Yo tenía solo cuatro años cuando nos fuimos a vivir a San Juan de Aznalfarache. Era un barrio de artistas, porque todos los niños y niñas cantaban y bailaban. Angelita Vargas, que era la mayor de nosotros, nos llevaba a la Feria de Sevilla, hacíamos un corro y allí nos poníamos a cantar y a bailar y luego pasábamos el plato o la mano y nos daban el dinero que nos quisieran dar»
– Sientes una gran admiración por tu marido, Joaquín Amador.
– Nunca se valoró porque era mi guitarrista, uno de los mejores. Nunca le importó que yo fuera más que él. Y yo discutía mucho con él, porque podía haber llegado muy lejos. Y también era compositor. Él se componía su música, que todavía es más difícil, y conocía la guitarra, hoy casi nadie la conoce. Él tenía un sabor muy especial, y eso no se aprende. Él lo sacaba todo solo.
– Él fue contemporáneo de grandes guitarristas. ¿Le pedían que compusiera para ellos?
– Paco de Lucía le decía que era el mejor pulgar de España. Estaban deseando todas las guitarras que él sacara algo nuevo para cogérselo.
Riqueni, hasta hace un año y medio, se ponía debajo de mi puerta a las ocho de la mañana. “Maestro, que estoy acá abajo, póngame la seguiriya”. “¿Riqueni de mi corazón, ¿a las ocho de la mañana? ¿Tú no puedes venir a otra hora?”. Mi marido era maravilloso. Riqueni no tiene ni tendrá la pulsación de Joaquín. A mí me daba mucho coraje, no porque se la pusiera, me daba mucha pena porque él se llevaba siete u ocho horas sacando su música para que otro lo cogiera. Como Joaquín no podía grabar lo hacía otro. Es que él no quería grabar. Es mucho todo lo que se ha perdido cuando se fue. Un día vino Paco de Lucía, porque Tomatito iba a grabar un disco, y le dice a mi marido: “Por la manera que está construida yo sé que es tuya, vengo a decírtelo para que lo sepas”. Yo tengo guardadas muchas cosas de él y otras que se pueden recuperar, porque lo grababan, habría que recuperarlo todo.
– ¿Merece Joaquín Amador, guitarrista, un reconocimiento?
– Por supuesto que sí. Yo le voy a hacer un disco con su música. Voy a recuperarlo todo. Y también un señor homenaje como se merece. Cuando él estaba en el velatorio si no había cerca de 100 guitarristas no había ninguno. Fue un guitarrista admirado por todo el mundo.
– Eres madre de artistas ¿y maestra?
– Las dos cosas. Haría lo que fuera por mis hijas. Zamara es cantaora y bailaora, y Manuela en el baile, son dos pedazos de artistas. Soy muy dura con ellas, no les dejo pasar nada, porque yo sé lo mucho que cuesta estar en los escenarios y mantenerse. Sé que a veces soy muy exigente, pero tiene que ser así y ellas lo saben.
«Si yo eso de partirme las piernas y los riñones no lo hacía no me contrataban al año siguiente y yo tenía que estar la altura. He trabajado para sacar a mi familia adelante, y a mi abuela, mi tía, mi tío, a quien ha venido a pedirme, toda la vida. Y no me ha importado hacerlo, porque soy guerrera y no sé decir que no»
– Has anunciado a los medios tu despedida de los escenarios. ¿No es pronto para que Manuela Carrasco nos prive de su baile?
– Pues sí, lo he anunciado. Estoy haciendo una gira que va a durar dos años y creo que es necesario hacerla. Todavía no ha llegado el día, pero yo sabré cuándo será el momento de irme, y será porque no pueda dar a mi público todo lo que yo quiero.
– Para terminar, ¿cómo catalogarías tu vida en el baile?
– Yo he bailado por fatiga. Mi vida ha sido fatiga por ganar dinero. Nunca me valoro ni me he valorado, porque pienso que lo que yo hago es porque lo llevo adentro y porque lo siento y ya está. Nunca me he puesto una meta como se pone la gente por el cueste lo que cueste. Yo tengo que llegar ahí arriba y para eso he bailado y me he partío los riñones y me he partío las piernas.