A estas alturas del festival hacía falta un meneo. Un zarandeón de frescura, un chorreón de age. Si no, ¿de qué va esto? Llegó Manuela Carpio a La Alameda y montó una juerga en el escenario. No se habían acordado de ella hasta esta edición, llenó el teatro y ahora la recordarán pa siempre. Puso el graderío bocabajo con su arrolladora naturalidad, en la celebración del baile por el baile y el gozo de bailar.
La acompañaron al cante las campanas gordas del maestro Enrique El Extremeño —tremendo—, que días atrás dio un repaso a sus 50 años de cante sobre las mismas tablas, los apretones rajaos del jerezano Miguel Lavi —¡qué bien se quejó!— y el torrente desbordante de Manuel Tañé. A la guitarra, Juan Requena. Al compás El Oruco y El Torombo. Y a las palmas y jaleos Israel de Juanillorro e Iván de la Manuela.
Se hizo la luz y apareció La Carpio coronando de rojo con bata de cola y sonrisa de oreja a oreja. Era su día, una ilusión… Y rebosó las cantiñas de alegría. Se abrazó a la bata y le bailó al cante, se movió con gallardía y llena de sal. Pies precisos en la escobilla, el gesto feliz y los brazos dibujando guirnaldas para engalanar La Bienal de Sevilla.
«Llegó Manuela Carpio a La Alameda y montó una juerga en el escenario. No se habían acordado de ella hasta esta edición, llenó el teatro y ahora la recordarán pa siempre. Puso el graderío bocabajo con su arrolladora naturalidad, en la celebración del baile por el baile y el gozo de bailar»
Bañados por los cenitales se alternaron los cantes Lavi y Tañé, pregonando al aire las flores el primero y entonando el no puedo vivir de esta manera el segundo sumando otros guiños a Juanito Villar hasta cruzar los cantes en el cierre con leves desafines.
Destemplá en la tercera y cuarta comenzó Requena por seguiriya y la puso a tono en los silencios. Manuela Carpio bailaba de negro luto en mono de pantalones las embestidas del cante duro y seco que lloraban sus lamentos. Después tronó con sensibilidad El Extremeño en la vidalita.
La soleá de Ramírez es otra en el gañote de Enrique. Se paseó Manuela pidiendo el cante para abrigar sus pies y su cuerpo chiquito. Anduvo con elegancia en los maderos, solemne cuando lo pedía y siempre flamenca.
«Manuela se despidió cantando y bailando con el alma, despellejándose en carne viva, dándolo todo en el proscenio, vaciándose a Sevilla con una sonrisa amplia que inundó el patio. Y todo lo demás da igual. (…) Sabíamos a qué veníamos. Y nos fuimos con la talega llena de repelucos de baile gitano y un dolor de oídos»
Ver su nombre en el cartel es garantía. El Oruco dio una lección de baile y compás sólo al arrullo de palmas y jaleos que hicieron de la bulería el paraíso de este gitano que propició la fiesta. Formaron el taco. Y prosiguieron a doce tiempos para echar el cerrojo al Alameda, no sin antes disfrutar de las pataítas de Israel Juanillorro y su sobrino, con diez años, la de Iván y la del Torombo, que cantó y bailó colmao de arte y sabiduría.
Manuela se despidió cantando y bailando con el alma, despellejándose en carne viva, dándolo todo en el proscenio, vaciándose a Sevilla con una sonrisa amplia que inundó el patio. Y todo lo demás, da igual.
Porque tuvieron cositas, claro. Pero sabíamos a qué veníamos. Y nos fuimos con la talega llena de repelucos de baile gitano y un dolor de oídos. Esto sí hay que decirlo. Porque deslució el espectáculo el derroche abusivo de decibelios haciendo del cante y la música un ensordecedor ruido que lo ensució todo sin necesidad. Y es una pena, porque lo que hizo brillar Manuela lo pudo estropear la megafonía.
Ficha artística
En cuerpo y alma, de Manuela Carpio
XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla
Teatro Alameda
2 de octubre de 2024
Baile: Manuela Carpio
Cante: Enrique El Extremeño, Miguel Lavi y Manuel Tañé
Guitarra: Juan Requena
Compás: El Oruco y El Torombo
Palmas y jaleos: Israel de Juanillorro e Iván de la Manuela