Manuel es “un niño de la marisma”, con todo lo que ello significa. Lleva por bandera su condición humilde y el haberse ganado el pan con el sudor de su frente y la lucha contra lo que hubiera que luchar, sin otro interés que no fuera el de Andalucía. “Un niño de la marisma”, dice siempre, con los ojos encandilados de ilusión al recordar su infancia y su juventud, cuando sus padres, ya desde Los Palacios, se desvivieron para que el niño estudiara una carrera. Y la estudió. Y la aprovechó… vaya si la ha aprovechado. Como aprovechó las enseñanzas recibidas del gran Paco Sánchez.
Curao lleva en su forma de hablar –Pive Amador dice que lleva a un viejo metido dentro– los cuatro puntos cardinales de su tierra. Los Palacios literarios de Romero Murube con su Pueblo Lejano. Los Palacios flamencos de la Peña del Pozo de las Penas, altar de ceremonias flamencas con Herrera Rodas como faro indiscutible. Los Palacios de Álvaro Romero Bernal, que por una mirilla palaciega mira al mundo, siempre con el velo de su pueblo, de su cultura y su gente, echado a la cara. Curao es su pueblo y su pueblo es Curao. Un pueblo culto que vive del campo y al campo adora, que de él recoge la vida en cada cosecha. Así de claro.
Una vida dedicada al flamenco. Lo que yo te cante, Flamencos, Quédate con el cante, La puerta del cante, Noche flamenca, La venta del duende, Foro flamenco, Portal flamenco… Y en un rincón de su casa, el Giraldillo honorífico de la Bienal de Flamenco de Sevilla, el premio Flamencos Hoy y un Ondas por la programación de flamencoradio.com.
«¿Quién le iba a decir a usted, Manuel Curao, que llegaría el día de cortarse la coleta cuando se está en lo más alto? Quién le iba a contar esta historia de éxitos a aquel niño de la marisma, cuando empezó en las ondas con unas tijeras para cortar coletas»
Dicen que se va a cortar la coleta, pero yo no me lo creo. O no me lo quiero creer. Porque me cuesta entender el flamenco sin su voz y su elegancia. Porque quiero seguir escuchando flamenco de alguien que fue un niño de la marisma, que llegó al olimpo de los dioses, donde siempre había soñado, entre arrozales y eucaliptos, y que nos habla de lo que más nos gusta con un pañuelo de lunares negro en el bolsillo de la americana y de la cubanita flamenca. Y todo ello desde el respeto y el conocimiento, por eso jamás ha tenido que echar mano del insulto ni de la descalificación.
“De blancos pañuelos la plaza revienta”… De blancos pañuelos –con lunares negros– para sacar por la Puerta del Príncipe de los sueños a quien lo ha sido, lo sigue siendo, todo en el mundo del flamenco, con las únicas armas de la humildad, la verdad y un micrófono frente a sus labios.
¿Quién le iba a decir a usted, Manuel Curao, que llegaría el día de cortarse la coleta cuando se está en lo más alto? Quién le iba a contar esta historia de éxitos a aquel niño de la marisma, cuando empezó en las ondas con unas tijeras para cortar coletas.
Empezó trabajando en la comunicación y está rematando la faena jugando como un niño pequeño, como Pepe Luis jugaba a los toros en el matadero de San Bernardo, disfrutando cada segundo, cada instante.
Su agenda, cargaíta de eventos y actos, seguirá en las mismas, estoy seguro. Pero el tiempo se alargará para poder disfrutar de los suyos lo mucho que hasta ahora no ha podido. Sus hijos lo necesitan y ahora lo tendrán más que nunca. De ellos será ahora su voz y no nuestra.
A nosotros ya solo nos queda tocarle las palmas, a compás, y agradecerle lo mucho que ha hecho por nuestro arte. Y que sí, maestro, que sí, que vamos a terminar todos “borrachos de arte, bailando al compás de la bulería”.
→ Ver aquí la primera entrega de este artículo sobre Manuel Curao