Hemos estado en la casa donde vive el maestro Manolo Marín (Sevilla, 1936), en un lugar castizo del barrio de Triana en cuya fachada está colocado el azulejo que honra la figura de este bailaor y coreógrafo. Es amable y nos recibe con mucho cariño. No quiere hablar demasiado porque le da coraje “enrollarse”, pero cada frase que pronuncia va cargada de sentido, historia, experiencia… Empezó escuchando la copla en la radio de la generación, “así empezamos muchos, escuchando a Lola Flores y Caracol, cantábamos, no teníamos dinero para teatro”. Emigró a Barcelona con su familia y llegó a ser uno de los miembros de la compañía de Antonio, “que no sería el mejor bailarín del mundo, o el mejor bailaor, pero esa transmisión…”. Recuerda su etapa en Azabache, “una espinita que tengo ahí, pues nadie me ha preguntado por ese tema y éramos más, no solo las que cantaban, como la orquesta o yo, con sesenta bailarines”. Habla del baile en la actualidad, que “no puede ser un maratón”, que “necesitan dirección escénica”, que “menos es más”. También entra en las alumnas y alumnos que ha tenido durante décadas en su academia. “Les explicas cosas del cante y baile y no quieren, algunas vienen para dos semanas a llevárselo todo”, comenta.
«Ni Don Juan ni Juanillo, mis alumnos siempre me han respetado»