En la edición del 2006 del Festival de Cante de las Minas, Miguel Poveda, Lámpara Minera 1993, presentaba una auténtica sorpresa para el público. Hacia la mitad de su recital anunció que se sentía en deuda con el pueblo de La Unión y quería hacerles un pequeño regalo: “…Y para mí no hay mejor regalo que la voz de Luis el Zambo”, decía Miguel. Y vaya regalo, Luis Fernández Soto, “Luis el Zambo”, por iniciativa particular e invitación propia de Poveda. Por primera vez la cálida voz de Luis llenó el espacio de la Catedral de Cante reivindicando su personalísima manera de entregar el flamenco.
En Jerez, hacía años que los aficionados conocían el sabor añejo de los cantes de la familia de los Zambos, una saga que está vinculada con todas, y cada una de las familias cantaoras en esta localidad donde tanto significa la familia. Por otra parte, la fama de Luis ya estaba consolidada entre la afición de Andalucía occidental a pesar de que el cantaor inició su andadura profesional con cerca de cincuenta años. Pero aquí, en La Unión, fue una grata sorpresa para muchos. El cante jerezano siempre ha tenido un lugar privilegiado en este festival, y en su cuadragésima séptima edición, volvió Luis Fernández “El Zambo” con el puesto que le correspondía, acompañado de gente de su tierra para aportar su cante instintivo y vivencial.
El Zambo pertenece a la última generación de cantaores que ha aprendido el arte mediante la transmisión oral, de abuelos a padres, y padres a hijos, lo que los etnomusicólogos llaman el “flamenco de uso”, lo cual va ligado al concepto del flamenco como una forma de vida. Nacido en 1949, su niñez coincide con el auge de la popularidad de los fandangos, cuando el maestro Antonio Mairena apenas había empezado a indicar su sendero, Camarón de la Isla aún no había nacido, y el llamado “cante gitano” tenía limitado interés comercial.
«Luis el Zambo, el más joven viejo maestro, portador del código del mejor cante, y con el que tenemos el privilegio de compartir época»
La formación de Luis fue tan natural como intensa; ya de joven, en los años difíciles de la posguerra, conoció la dura vida del campo y todo el sacrificio asociado. Pero sus recuerdos de aquellos tiempos se centran en el ambiente de cante y baile que llenaban las largas noches en las viviendas comunes, las gañanías: «Nos sentábamos en el suelo en los colchones de paja recogíos, un fogón allí de leña, el cante, pasa la tostaíta por la mañana y s’acabó… Yo vivía muchas fiestas de esas, muy buenas muy buenas, sin guitarra ni na». El cante de Luis el Zambo refleja la verdad de ese entorno y desprende un aroma cálido e inconfundiblemente auténtico.
El negocio familiar fue la pescadería donde Luis también trabajó durante años antes de abandonar el mandil por el micrófono y dedicarse a profesional, ya maduro pero en plena posesión de sus facultades. De hecho, desde entonces, el cante y la fama de Luis el Zambo no han hecho más que crecer. Es un profesional experimentado, y sus actuaciones están muy solicitadas en los más importantes festivales. Habiendo llegado tarde a la profesionalidad a pesar de una vida entera con el cante, el planteamiento del Zambo es tan fresco como lo es relevante. Valora profundamente su herencia, y cuando canta, se acuerda de su gente: «Siento una responsabilidad muy grande… Uno se acuerda de esos genes, y si la cosa no sale, las pasas canutas. El cante te lo tiene que dar Dios, y tienes que llevarlo en los genes. Si no, es imposible».
Sonriente, bonachón, hablador, y por encima de todo, flamenco hasta los tuétanos, Luis es un oasis de sinceridad en el mar de superficialidad que con demasiada frecuencia caracteriza el flamenco de los últimos años. Los aficionados aprecian lo que llaman su “cante hablao”; un decir tan natural, sin melisma ni adorno ni alardes, que es como si hablara en lugar de cantar. Si sus siguiriyas y tonás rezuman el sabor de su barrio de Santiago y recuerdan a los cantaores viejos, a Terremoto, al Tío Borrico, al Sordera, sus bulerías se benefician del valor añadido que viene de mil madrugadas con cante, sus fandangos saben a “Gloria”, y por soleá es oro fino. Luis el Zambo, el más joven viejo maestro, portador del código del mejor cante, y con el que tenemos el privilegio de compartir época.