La presentación del flamenco ha cambiado mucho en las últimas décadas, desde su estética formal a los espacios que ocupa: teatros, auditorios, centros culturales y otros. También se nota el cambio en el orden ‘civilizado’ en las entradas y salidas a los espectáculos, que antes eran un entrar y salir continuo, con charlas incluidas, sin respeto alguno por lo que ocurría en el escenario. Igualmente se nota, para mejor, en la duración mucho más racional de los espectáculos: aún recuerdo, en los años ochenta, esos festivales que yo recorría en verano en las provincias de Cádiz o Sevilla, con quince artistas o más programados. Aquello se alargaba hasta las cuatro de la mañana. Las figuras, claro, actuaban al final, a esas horas en que los pocos aficionados que quedaban casi dormitaban en los incómodos asientos, al raso, mientras a lo lejos se escuchaban conciertos de grillos o alguna cigarra tardía, trasnochadora, que se unía cantora al festival. Y es que el público también ha cambiado, mucho, y ya no aguanta esos maratones.
Las cosas han cambiado, aunque aún persiste este tipo de festivales con esos presentadores o mantenedores que se empeñan en ser más protagonistas que los propios artistas. El Festival de Lo Ferro (Torre Pacheco, Murcia) fue un festival así. Aquellos festivales a los que he hecho alusión seguramente dejaron por el camino algo de lo bueno que tenían, aunque ganasen en otras cosas. El certamen de Lo Ferro, que este año, entre el 22 y el 28 de julio, ha cumplido nada menos que 44 años, ha sabido resolver muy bien las cosas.
«El día 22 el festival se abría con la escuela de danza de Torre Pacheco y otras actividades locales, y al día siguiente, con las entradas agotadas desde días antes, actuaban La Macanita y José Mercé, ambos en excelente forma, muy bien de voz»
Sigue siendo un festival al aire libre, aunque con recinto murado, lo que le permite establecer taquilla. Sigue manteniendo su aire local, un poco desvencijado y una barriada adonde en los últimos años han llegado muchas familias magrebíes procedentes de la migración, que conviven pacíficamente con los vecinos locales. Después de todo, Lo Ferro no es más que un caserío de Roldán, a su vez pedanía de Torre Pacheco, en mitad del Campo de Cartagena, verdadera despensa de Europa. Sin embargo, Lo Ferro, su certamen flamenco, se ha modernizado inteligentemente. Programa más allá de los consabidos mediáticos, aunque también cuente con ellos, se ha nutrido con un excelente equipo, en prensa, en coordinación, en personal de protocolo, azafatas, y ha crecido mucho en sus actividades paralelas de tipo cultural.
Resultado: el certamen se ha llenado de gente joven, de personas del mundo de la cultura, y no solo de la zona, cada vez es más fácil ver a extranjeros. Hay curiosidad e interés por saber qué ocurre en Lo Ferro. El lunes día 22 el festival se abría con la escuela de danza de Torre Pacheco y otras actividades locales, y al día siguiente, con las entradas agotadas desde días antes (más de mil personas) actuaban La Macanita y José Mercé, por cierto, ambos en excelente forma, muy bien de voz, lo que no siempre había ocurrido en otras actuaciones en que los he escuchado recientemente.
Y en el momento de firmar esta crónica aún quedaban pendientes atractivos como el baile de Farruquito o el estreno de la nueva obra del Ballet de Lo Ferro, Federico, sobre García Lorca, con coreografía de su directora, María Dolores Ros, y de su directora adjunta, la gran bailaora Cynthia Cano, y dramaturgia de Paz Martínez. Porque, aunque parezca difícil de entender, Lo Ferro tiene un ballet propio con estrenos anuales coincidiendo con la gran final del concurso de cante, en la que se entrega el galardón máximo, el Melón de Oro, ya convertido en uno de los grandes premios del panorama flamenco nacional. Y todo ello en presencia del maestro Fosforito, ya un habitual del certamen y creador en su día, del cante por Ferreñas. Lo Ferro, un ejemplo cabal de cómo modernizarse sin perder su pureza, su esencia original en la pila del bautismo.