No toca en el tiempo del taranto pero es un taranto en toda regla, no de Almería, sino de los callejones del Polígono Sur, de Falconde, de las Vegas o los Marrones, donde los gitanos crean y recrea musicalmente sonidos propios y con identidad. Ese taranto con el que Emilio Caracafé abrió su concierto es la pieza más original que he escuchado en la sencillez de una guitarra. Toque limpio, a cuerda pelá, sin más recursos que el alzapúa para los bordones y los punteos en las primas. Ni trémolos, ni arpegios simples o dobles ni picados ni fraseados melódicos de pentagramas. Acordes de paso, sí, todos los necesarios para llegar al destino. Algunos de ellos no tienen siquiera nombre, porque son de la cosecha del guitarrista. No necesita más, ya que su exigencia se fundamenta en que las piezas suenen gitanas y flamencas. Eso, por delante: «Muchas gracias a la organización por contar conmigo y con este cartel tan gitano, con perdón», dijo con esa humidad que le caracteriza. El Doctor Keli, maestro grandioso de la percusión, cuidaba los compases acariciándolos con el djembe y la caja al tiempo que fuese requerido por las genialidades del tocaor. Esa pieza vale una Bienal y media. Por momentos tenía un «rollo» arabesco, por momentos parecía un vals, cuando no jazz, cuando no parecía una mezcla de fragancias de los soportales de Las 800 Viviendas, pegado a la Zúa. Estoy convencido de que él tiene la base en la cabeza, pero luego improvisa según el diálogo que le brinde sobre la marcha el diapasón. No es un virtuoso de la técnica, a Dios gracias, pero cuando sacó a la Filarmónica de Las Tres Mil la volvió a liar en las alegrías, con el baile resistente del Torombo, del que a Caracafé le gusta «to, hasta su nariz», las palmas del maestro Bobote y el cante puro de Guillermo Manzano. Ahí están las matas del barrio. Los sonidos auténticos. El guitarrista metía el nylon de las cuerdas entre los zapatos del bailaor, que completaba las falsetas con escobillas melódicas y percutidas con suma limpieza y flamencura. Caracafé tiene originalidad, ya lo hemos dicho, pero es de igual modo un grandioso del versionamiento: en el programa de mano, la pieza lleva por título Canción Andaluza, y por ahí iban las señales con Carmen de España, La bien pagá y Ojos verdes, en otro toque encandilador. Por entonces el público ya estaba entregado a ese hombre flaco y tímido que parece que se oculta tras unas canosas barbas y un pelao a lo Changuito. Luego se soltó en la bulería; antes le cosió un traje al Teatro Alameda tocando por soleá. De nuevo las peculiaridades, en rigor la personalidad del artista, construyó una composición tan sencilla como inmensa. Para el final dejó la bulería, la tocó de pie, doblándose, bailándose a sí mismo, y compartiendo pataítas con Bobote y Torombo. «Las Tres Mil pura y pura», dijo el que tanto sabe de lo que ha dado y sigue dando el barrio en el que vive.
«Los dos guitarristas de Las Tres Mil se unieron en el escenario para sellar el sonido gitano de procedencia, se toque por donde se toque»
Esta propuesta estaba programada en dos partes. La segunda de ellas la protagonizó el maestro y genio de la música Raimundo Amador, también criado en el terreno poligonero. Según se anunciaba en el programa de mano, el guitarrista interpretaría los temas del histórico disco Noches de Flamenco y Blues, grabado en la Plaza de las Ventas en 1998 con la participación de un elenco de altura entre los que se encontraban Remedios Amaya, B B King, Juan Perro o Kiko Veneno, entre otros. Se cumplen veinticinco años de alumbramiento de aquel álbum, y «no podía ser pasado por alto en una Bienal que pretende así rendir tributo al músico que logró el maridaje definitivo entre ambos géneros».
Raimundo es imprevisible. Ahí se concentra su encanto. Sus temas galopan constantemente por la improvisación. En los directos nunca toca dos piezas de manera idéntica. Es un genio consabido que juega con las melodías y con todos los recursos técnicos que le ofrece los pedales y la guitarra eléctrica. En este concierto no estaba ninguno de los del noventa y ocho, el músico se presentó con la formación que actualmente le viene acompañando en sus conciertos. Interpretó composiciones emblemáticas como Pa mojá, Candela, Camarón, Hoy no estoy pa nadie o Yo me quedo en Sevilla, así como otras obras instrumentales de su repertorio habitual. Y todas con el sello que le caracteriza: «Estamos en una Bienal de flamenco y muchos dirán que esto no es flamenco, pero yo sí soy flamenco haga lo que haga porque nací gitano y flamenco», sentenció. Y así es en esencia, en la teoría y en la práctica, como diría el Tío Pedro Peña. La pega fue el sonido, tan alto en la guitarra del maestro que tapaba por momentos los teclados, la flauta y las voces del coro. La saturación se hizo tan molesta a los oídos que en algunos de los temas en los que Raimundo mete la voz apenas se le escuchaba con nitidez. Los Amadores son una saga numerosa de prodigiosos músicos autodidactas. Este viernes conocimos a su hijo, Raimundo Amador Junior, que se unió al elenco de músicos ocupando el lugar del batería en el tema Ya se acabó. Finalmente, los dos guitarristas de Las Tres Mil se unieron en el escenario para sellar el sonido gitano de procedencia, se toque por donde se toque.
Ficha artística
Raimundo Amador + Emilio Caracafé
Raimundo Amador, 25 años de «Noche de flamenco y blues» & Emilio Caracafé y su gente
XIII Bienal de Flamenco de Sevilla
Teatro Alameda
4 de octubre de 2024
Guitarra y voz: Raimundo Amador
Batería: Javier Vargas
Bajo: Gino Tunessi Deliotti
Coros: Ana Fernández González, Carmen Amador
Flauta y saxo: Alejandro Escalera
Artistas invitados: Cristian de Moret (cante y guitarra), Ramón Amador Junior (batería)
Guitarra: Emilio Caracafé
Cante: Guillermo Manzano
Palmas y baile: Bobote y Torombo
Percusión: Dr. Keli