Continuamos con esta serie histórica sobre la guitarra flamenca. Ya en el primer artículo omití a don Ramón Montoya. Además a conciencia, puesto que bajo mi punto de vista el maestro Montoya, junto a Niño Ricardo y a Sabicas, merecen un artículo aparte, tanto por la importancia de su figura como por sus aportes a la guitarra de acompañamiento y de concierto. Como bien repetiremos con los maestro Manolo Sánlucar y Paco de Lucía en su debido momento.
Los primeros guitarristas flamencos del anterior artículo desarrollan técnicas en las que se sustentaría el devenir de la guitarra flamenca. Observamos el interés de los concertistas clásicos sobre los innovadores aires andaluces. Esto provoca una evolución en la técnica de la guitarra flamenca de concierto. Cuenta que da de ello Alejandro Hurtado en su Maestros del arte clásico flamenco. Y los profesores de conservatorio David Monge y Mariano Delgado Cuenca, que publican toques de los maestros de principios del siglo XX e incluso de Julián Arcas.
Pero como todo evoluciona, la guitarra no fue menos en unas décadas donde Montoya, Sabicas y Ricardo copan el ritmo guitarrero. La guitarra española viene de paseo entre la disciplina clásica y flamenca. Desde el XIX, Julián Arcas deambula entre ambos estilos. Mientras otros tocaores se enrolan claramente en el camino flamenco, como el Maestro Patiño, Paco El Barbero o Paco de Lucena. A partir de estos llegan Miguel Borrull o Juan Gandulla Habichuela, que inician los acompañamientos con adornos a modo de falseta. Se incorpora lo técnico del clásico, aunque cada tocaor deja su impronta flamenca. Aparece la alzapúa, y en ella el toque constante del pulgar se hace notable. Todos los maestros de la guitarra la incorporarían en sus repertorios, como Diego del Gastor, Melchor de Marchena o Mario Escudero.
Entre los guitarristas de este periodo encontramos a Mario Escudero. El alicantino destaca pronto como guitarrista importante en el Madrid de los cuarenta. Desde joven es requerido para acompañar a diferentes figuras flamencas. Ademas, realiza giras con compañías como las de Rosario y Antonio, Carmen Amaya o Vicente Escudero. En los cincuenta se afinca en los Estados Unidos. Allí alcanza una importante reputación como concertista, y conoce a Paco de Lucía. Realiza transcripciones propias de ocho toques solista en 1957 para la Editorial Morro Music Corporation. Graba varios discos a dúo con su pariente Sabicas, aparte de con Alberto Vélez, años después. Actúa en el Carnegie Hall neoyorkino. Y en su regreso a España, en 1987, se le concedió el Premio Nacional de la Cátedra de Flamencología. Pero sobre todo compone la eterna bulería Ímpetu.
Esteban de Sanlúcar, otro de los maestros de esta época, se asienta en América desde que llegara con la compañía de Doña Concha Piquer. Pero en este caso viven entre Buenos Aires y Caracas. Esteban se inicia con su hermano Antonio de Sanlúcar, pero pronto empezaría a destacar. Pone su guitarra a disposición de los cafés más emblemáticos e incluso es guitarrista del Circo Price. Realiza giras con compañías como la de Marchena o Angelillo. Graba con Antonio Mairena y con Juanito Valderrama. En hispanoamérica, todas las figuras que recalan, requieren sus servicios. Su guitarra es estudiada y analizada por muchos guitarritas a través de sus Panaderos Flamencos o Mantilla de Feria. Pero entre su repertorio deja joyas de un valor extraordinario que se mueven entre lo flamenco y la escuela bolera, con incursiones a lo clásico y a la música popular hispanoamericana. Su legado es extraordinario.
Melchor Jiménez Torres, Melchor de Marchena, es un guitarrista perteneciente a una dinastía de artistas. Destaca su hijo Enrique de Melchor, un gran guitarrista. Melchor acompaña a todas las grandes figuras de geografía flamenca, pero destaca por ser el guitarrista de Antonio Mairena y Manolo Caracol. Incluso acompaña a José Menese en el ocaso de su carrera, aparte de las giras con la compañías de Concha Piquer y Manolo Caracol. Graba numerosos discos con los artistas importantes de su tiempo. Es el guitarrista principal del tablao madrileño Los Canasteros en la década de los sesenta. Y en 1966 se le otorga El Premio Nacional de Guitarra Flamenca.
«Estas décadas son vitales para la formación de las diferentes disciplinas guitarrísticas, e incluso toman forma las distintas escuelas guitarreras: Jerez, Sevilla, Córdoba. Tanto en el acompañamiento como en el toque de concierto se asientan bases sólidas para futuras generaciones. Y figuras como Mario Escudero, Esteban de Sanlúcar, Alberto Vélez y Manuel Cano contribuyen en gran medida a este engrandecimiento»
Diego Flores Amaya, Diego del Gastor, es un caso extraordinario como guitarrista flamenco. Desarrolla su actividad entre reuniones de cabales principalmente. Sus actuaciones en recitales, festivales o en televisión no son numerosas, pero puede que esa rareza junto a su personalidad tocaora le llevara a ser un guitarrista afamado y estudiado. Con ese toque personalísimo acompaña a grandes figuras del cante. Participa en la antología discográfica de José Manuel Caballero Bonald, Archivo del Cante Flamenco, y en el programa televisivo Rito y geografía del cante y el toque. Por cierto, la sintonía que abre cada programa es la de su guitarra. Su toque es minimalista, con falsetas cargadas de originalidad, un pulgar extraordinario y apoyadas en el sabor del compás. Diego convive con las principales figuras de su tiempo. En 1973, mismo año de su muerte, la Cátedra de Flamencología y Estudios Folklóricos Andaluces de Jerez de la Frontera le concede el Premio Nacional de Flamenco en la categoría correspondiente a Enseñanza. Su sobrino Diego de Morón es el custodio del toque más puro y arcaico que existe.
En esta época existe un numeroso grupo de guitarristas asiduos de los tablaos, fiestas de cabales o recitales. Este grupo vive la decadencia de los cafés, la explosión de la ópera flamenca e incluso el nacimiento de los festivales flamencos y alguna que otra peña. Todos ellos graban y acompañan a todas las figuras de su tiempo como Mairena, Talega, Caracol, Fernanda y Bernarda, Vallejo, La Perla de Cadiz, Aurelio Sellés, Manolo Vargas, Cepero, Chocolate, Naranjito, la Sallago, Beni de Cádiz,Terremoto, La Paquera o Rafael Romero.
Paco Aguilera comienza en Barcelona su carrera profesional, pero se traslada a Madrid durante la Guerra Civil. Allí lo solicitan para fiestas y tablaos. En la década de los cuarenta y cincuenta es el primer guitarrista de los espectáculos de Manolo Caracol y Lola Flores, a la que acompaña hasta 1959. Se retira en el Tablao el Duende de Madrid. Andrés Heredia, asiduo de tablaos madrileños. Eduardo el de la Malena es un discípulo de Ricardo que se inicia en la sevillana Alameda de Hércules. Recibe un galardón de la Cátedra de Jerez. José Cala El Poeta inicia su andadura en fiestas jerezanas. Viaja a Sevilla con un toque que es valiente, preciso y muy dinámico. Manolo de Brenes trabaja como profesional en la Alameda de Hércules de Sevilla. Su toque recuerda mucho el de Antonio Arenas. Antonio Arenas se afinca en Madrid y estudia con Alberto Vélez. Ambos son guitarristas solicitados. Félix de Utrera es el tocaor de la célebre Magna Antología. Trabaja como primer guitarrista en Corral de la Morería durante treinta años. Alberto Vélez se inicia desde muy pequeño en los estudios de música y de guitarra clásica, para convertirse en tocador flamenco. Forma parte de distintas compañías y del tablao madrileño Las Brujas. Dedica sus últimos años a la docencia en el Real Conservatorio de Arte Dramático y Danza de Madrid. Juan Carmona Habichuela comienza con Mario Maya como bailaor para luego aficionarse a la guitarra. Aprende de su padre Tío José Habichuela y de Juan Hidalgo López El Ovejilla. Su toque es premiado en muchas ocasiones, y colabora en numerosas giras y grabaciones. Perico el del Lunar hijo empieza con su padre en el tablao madrileño Zambra. Su toque se basa formas antiguas, más agresivas y buena rítmica en cuanto a la mano derecha.
En Jerez encontramos a los hermanos Manuel Morao y Juan Moreno Moraíto. Ambos estudian con Javier Molina. Trabajan por toda la geografía española, Y sobre todo promocionan las actividades flamencas jerezanas. Manuel Morao es el patriarca de una flamenca dinastía de guitarristas. A la par, Parrilla de Jerez, que estudia con Rafael del Águila, desarrolla su toque desde la más pura tradición. Trabaja en grabaciones, recitales y dirige actividades culturales y didácticas.
Tenemos que acordarnos de otros muchos como Antonio Francisco Serra, José Motos, Luis Maravillas, Marote, Merengue de Cordoba o Paco Peña. No nos olvidamos de la generación que nace en esta época, y que continúa con la herencia guitarrera, pero la evoluciona hasta límites increíbles. En este caso hablamos del inicio de figuras como José Luis Postigo, Rafael Riqueni, Paco de Lucía, Antonio Carrión, Manolo Sanlúcar, Serranito, Andrés Batista, Manuel de Palma, El Viejín, Manolo Domínguez, Paco y Miguel Ángel Cortés, Niño Miguel, Niño Jero, Pedro Bacán, Pepe Habichuela, Pucherete o Ricardo Miño, entre muchos.
Pero si hay algún guitarrista al que hay que mencionar es a Manuel Cano, importante concertista de los años sesenta, con un repertorio entre lo popular y lo clásico. Su filosofía se encamina a la dignificación del género flamenco. Se establece como puente entre el repertorio andaluz y flamenco tan popularizado en la segunda década del siglo XX. Es de los primeros en utilizar la guitarra de palo santo en aros y fondo en los conciertos flamencos. Aparte, no cesa en sus empeños de regularizar académicamente la guitarra flamenca. Primero como docente de la Cátedra de Guitarra Flamenca en el Conservatorio Superior de Córdoba y luego en Granada. Y culmen de ello publica sus investigaciones en La guitarra: Historia, estudio y aproximaciones al arte flamenco. Bajo mi punto de vista, su trabajo en pro del instrumento flamenco es vital para la entrada del género flamenco en los conservatorios de música.
Sin duda alguna, esta generación de guitarristas continúa la amplia contribución de los aspectos musicales al género instrumental flamenco. Unos más y otros menos aplaudidos, pero todos tuvieron una notable presencia. De hecho, hago referencia al artículo del musicólogo y maestro Faustino Núñez, El club de los ninguneados, ya que aquí hay unos cuantos de ellos. Bien por diversas circunstancias, personalidades o por afincarse fuera de España, no tienen la relevancia que merecen. Aunque la música de estos maestros es de obligado estudio en centros docentes de diversa índole. Creo que estas décadas son vitales para la formación de las diferentes disciplinas guitarrísticas. E incluso toman forma las distintas escuelas guitarreras –Jerez, Sevilla, Córdoba–, de las que hablaremos en un futuro. Tanto en el acompañamiento como en el toque de concierto se asientan bases sólidas para futuras generaciones. Y figuras como Mario Escudero, Esteban de Sanlúcar, Alberto Vélez y Manuel Cano contribuyen en gran medida a este engrandecimiento. En claro respeto y admiración a cada uno de los maestros expuestos a lo largo del artículo, ya que todos aportaron para elevar este maravilloso instrumento.
Imagen superior: Diego del Gastor. Foto: Steve Khan