Menos es más. Hay quien se devana los sesos en la metafísica jonda y acaba presentando un espectáculo incomprensible, de esos que necesitan libro de instrucciones. No es el caso de Vertebrado, que toma la bulería como banda sonora y no la suelta hasta la ovación del público. Una hora sobre el entarimao con el mismo palo, escudriñando en casi todas sus aristas, en tributo constante a quienes la hicieron grande. Juan Tomás de la Molía le bailó al cante de Manuel de la Nina y El Pechuguita, en volandas sobre la guitarra de Jesús Rodríguez y bajo la dirección de Manuel Liñán.
En la era de la pataíta de saldo, Juan Tomás demostró que la bulería es mucho más que eso. Una hora sobre los doce tiempos. Pero se hizo corta. El joven bailaor trebujenero alborotó la sala regalando piezas rebosantes de espontaneidad y aparente improvisación. Eso que sale solo cuando hay un buen trabajo detrás, además del talento de los que están tocados por la varita. Si hay que mojarse, este crítico se pone chorreando: es probablemente uno de los mejores bailaores de su generación. Y Vertebrado, uno de los mejores espectáculos de baile que he visto en los últimos años.
Cansado de mamarrachadas insulsas que prostituyen el nombre del flamenco para vender, la obra de Juan Tomás sienta como bocanada de aire fresco. Es el baile por el baile, el baile por el gozo de bailar. El disfrute de la bulería como columna vertebral de un sentimiento. Un derroche de trapío y flamencura. La alegría, la burla, la diversión. El contrapunto a la queja y el negro lamento de una seguiriya. El cachondeo, la juerga, lo guasón, la broma, el jaleo, el age… Vertebrado es un montaje soberbio, sublime… y quedará tatuado para la posteridad en las entretelas de la afición.
«El disfrute de la bulería como columna vertebral de un sentimiento. Un derroche de trapío y flamencura. La alegría, la burla, la diversión. El contrapunto a la queja y el negro lamento de una seguiriya. El cachondeo, la juerga, lo guasón, la broma, el jaleo, el age… Vertebrado es un montaje soberbio, sublime»
Cuatro sillas sobre el escenario. Dos cantaores, un guitarrista, un bailaor. Y el incesante son por bulerías que martillea como el latido del corazón, a puñaos de pares, como se tocan las palmas. Se emulan las posturas de los aficionaos. Los que cruzan las piernas, los que cruzan los brazos, los que hacen compás. Comienza la fiesta. ¡Bien! Los jaleos, las patás sentaos, los nudillos en el suelo ¡Bien! La gracia, las salías por La Paquera y más compás. Acarrean el ritual de la fiesta a los maderos del teatro. Los cantaores bailan. Y el tocaor. El bailaor canta o toca la guitarra. Y más compás. De ahí en adelante cuentan sus historias. Lo que han mamao. Se acercan con las sillas hacia un lugar común en el que convergen: la bulería, a borbotones de placer.
Un guiño a la singularidad cantaora de Fernando de la Morena, otro a la bohemia de Luis de la Pica, a Jerez, a Lebrija, a Utrera. Manuel de la Nina dándolo todo, el bronce del gañote de El Pechuguita luciéndose en la algarabía, el soniquetazo de la esplendorosa guitarra de rasgueos gordos de Jesús y el baile de Juan Tomás. Estos fueron los avíos para el puchero. Con su pringá.
El cante de categoría. El toque pa quitarse el sombrero. El baile pa reventá. Juan Tomás de la Molía dibujó con su zapateao preciso los adoquines secretos de la bulería. Fue más allá de lo cotidiano. Coreografió bailándole al cante desde el disfrute, con llamadas originales, desplantes heterogéneos, fuerza, rajo y más compás. Una sonrisa en la cara, braceo y pose varoniles, pero desfigurando el hieratismo pobre, con contoneos, cintura y más compás, vertebrado sobre la amalgama flamenca que hizo crujir el graderío de Al Gururú en el teatro de El Arahal.
Ficha artística
Festival Flamenco Al Gurugú – Memorial Niña de los Peines
Teatro Municipal de El Arahal
Sevilla, 7 de junio de 2024
Vertebrado. Juan Tomás de la Molía
Baile: Juan Tomás de la Molía
Cante: Manuel de la Nina y El Pechuguita
Guitarra: Jesús Rodríguez