Juan Manuel Rodríguez García ‘El Mistela’ (Los Palacios, Sevilla, 1965) es un bailaor flamenco que empezó su precoz andadura a la edad de cinco años. A día de hoy, es una de las figuras más relevantes de este arte tanto a nivel nacional como internacional. Atesora premios tan importantes como el Premio Nacional de la Crítica Flamenca y vivencias dignas de escuchar con considerables personalidades del flamenco. Con Farruco conoció la flamencura. Estuvo doce años de primer bailaor en la compañía de Mario Maya. Y con Salvador Távora, con quien estuvo veinte años representando Carmen, desarrolló su gran gusto y conocimiento por el teatro. Sin duda, Juan es por excelencia la viva imagen de la disciplina y del flamenco casto y oriundo.
– ¿Quién es El Mistela?
– El Mistela es un bailaor flamenco al que no le gusta otra cosa que no sea flamenco. Llevo 53 años bailando. Empecé con cinco. Así que no te puedo decir más. Es mi pasión. No podría vivir sin el flamenco. Sin el flamenco, ¿eh? Porque hay gente que dice que no puede vivir sin la música. Yo escucho todo tipo de música, pero necesito escuchar flamenco. Es como un suero.
– ¿Cree que su baile define su forma de ser?
– Claro. Me considero una persona honesta, de verdad, que va de frente. Tú me ves bailar y sabes mi personalidad austera. He sido muy disciplinado, en mi vida primero y luego en mi carrera artística. Mi movimiento es muy drástico. A mí me gusta la sorpresa. El bailaor flamenco que llevo dentro lo expreso como te digo, como soy como persona. No me gusta la elasticidad y lo suave. Eso lo dejo para la mujer.
– Siguiendo esa línea de la plasticidad y la suavidad, ¿se puede decir que las mujeres bailan como mujeres?
– No. Esto está al revés ahora. Como todo en la vida va por modas, por momentos. Pero yo vengo de una generación donde el hombre baila masculino y la mujer, femenino. Con una bata de cola y una flor bien puesta en el pelo. No hay cosa más bonita que un hombre bailando varonil. Ahora, en tu vida privada puedes hacer lo que quieras, pero no marees al personal.
– ¿Qué me puede decir de Matilde Coral?
– Matilde cuando bailaba eran palabras mayores. Ha bailado con bata de cola y no se le ha vuelto ni una vez. Y más femenina ya no se puede ser. Ni más española, ni sevillana ni trianera. Matilde viene de la escuela de Pastora Imperio, que no metía los pies bailando. Yo he visto en festivales a Matilde Coral bailando y a Rafael El Negro por detrás con los pies, haciéndole la escobilla. Matilde es la institución de lo femenino.
«Al flamenco de Madrid le sobra virtuosismo y técnica. Aquí, el que canta más alto es el que mejor canta. Lo que falta aquí es soniquete. Gades decía que menos es más. Paco de Lucía no se tiraba todo el rato haciendo picados, alzapúas, ni trémolos vertiginosos. También tenía su momento de pararse, su silencio»
– ¿Ahora hay flamenco de calidad?
– Ahora hay mucha más técnica y mucha más preparación, pero hay menos flamencura. Se ahonda menos en cuestiones como saber de dónde venimos. Se ha caído un poco en el circo. A ver quién lo hace más difícil y hace triple salto mortal para que el público aplauda y se ponga en pie. Yo he visto en el Maestranza salir al Güito por soleá, hacer un desplante y una llamada y ponerse el teatro en pie.
– Entonces, ¿qué tiene que tener un bailaor para ser un buen bailaor?
– Mira, yo tuve la gran suerte de conocer a Antonio Mairena, que iba mucho por Los Palacios. Una vez un hombre le dijo: “Antonio, ¿qué tiene que tener un cantaor para cantar bien?”. Y él le respondió: “Cabeza, corazón y herramienta”. Y se señaló a la garganta. El baile es lo mismo. ¿Qué tiene que tener un bailaor para bailar bien? Pues cabeza, corazón y tacón.
– ¿Quién fue Farruco?
– Fue un genio. Un hombre que nos abrió puertas a todos los bailaores. Farruco se inspiró en Fred Astaire. Esa anécdota me la contó Doña Pilar López. Él estaba en Madrid con la compañía de Pilar López y ella le dijo: “¡Toma, riquín! El dinero y te vas al cine de Callao a ver la película de este hombre”. Claro, Farruco en ese momento era un bailaor tradicional, con su pantalón alto, su chalequillo, su chaquetita corta… Pilar lo vio y supo que podía hacer algo distinto. Él también me lo contaba: “Mistela, yo cuando vi a ese hombre bailar vislumbré mi camino”. Dándole su toque flamenco, claro.
– Fue él quien le puso su nombre artístico. ¿Por qué El Mistela?
– Yo iba con el grupo Los Farrucos. A él le gustaba anunciar al grupo de Los Farrucos y luego especificar quién iba. En aquel entonces, íbamos La Farruca, El Torombo y yo. Farruco me vio bailar en el Hotel Triana y le gustó. Un día me preguntó: “Niño, vamos a ir a estos festivales, ¿cómo te anuncio?”. Me dijo que mi nombre era muy bonito, pero que no tenía fuerza ninguna. Entonces me preguntó de dónde era. Y me dijo: “Mira, yo fui una vez a un festival en Los Palacios y cuando terminé me dieron mistela muy fría. Cogí una borrachera que me tuve que quedar allí a dormir. Como tu baile es dulce y amargo al mismo tiempo, El Mistela”.
«Yo, por ejemplo, en la vida podría ponerme una bata de cola. Lo siento por la gente que se la pone. Y lo respeto. Pero eso es como cuando me dijo Mario Maya una vez yendo de gira a Argentina: “Mira, Mistelita, yo puedo innovar. Yo me pongo en tanga, salgo y bailo por soleá. Y ya estoy innovando. Pero en realidad no estoy innovando, estoy haciendo el ridículo más espantoso”»
– Me hablaba antes de Pilar López. Pilar dijo que su baile tenía solera. ¿Qué es la solera?
– No traicionar a tus principios de bailaor. Y ser bailaor flamenco de verdad. Yo, por ejemplo, en la vida podría ponerme una bata de cola. Lo siento por la gente que se la pone. Y lo respeto. Pero eso es como cuando me dijo Mario Maya una vez yendo de gira a Argentina: “Mira, Mistelita, yo puedo innovar. Yo me pongo en tanga, salgo y bailo por soleá. Y ya estoy innovando. Pero en realidad no estoy innovando, estoy haciendo el ridículo más espantoso”. Pues eso es lo que pasa ahora. Todo el mundo quiere innovar y ser moderno, pero están traicionando a su profesión. Paco y Camarón hacían cosas nuevas, pero siempre sin perder su raíz.
– No está muy a favor de la innovación…
– Yo no soy de los que piensan que el flamenco es intocable o que es una pieza de museo que no se puede tocar. No pienso eso. Tiene que ir evolucionando, pero con sentido. El que no sabe de dónde viene, no sabe a dónde va. ¿Tú eres bailaor y te quieres fraguar tu personalidad? Pues primero tendrás que aprender el compás. Si no, no puedes innovar. Hay que empezar la casa por los cimientos.
– Hay gente que quiere aprender a bailar flamenco de cero, pero empezando por bulerías.
– Claro. ¿No va a ser así? Aquí hay gente dando clase en Amor de Dios que, cuando salen, ya están montando su compañía y están en un teatro porque tienen enchufes por allí y por allá. Claro, se pegan el guantazo de su vida porque no tienen trayectoria de ningún tipo. Y más tarde o más temprano, se evaporan. Porque no hay cimiento ninguno.
– ¿Cómo vive su infancia un niño con una vocación tan temprana?
– Mi infancia fue preciosa porque hice lo que quería. Escuchar cante, baile, guitarra… y bailar. Yo no pedía una bici a los Reyes, pedía un tocadiscos. Que me compraran discos de Manolo Caracol, de Valderrama, de Pepe Pinto, de Marchena… Yo solo quería viajar, hablar con artistas, que me contaran y yo preguntar. No quería jugar con los niños. A mí me gustaba estar con los mayores para aprender.
«Juan Villar me cantaba y yo no hacía más que meter los pies. Cuando terminé, me dijo Farruco: “Te voy a dar un consejo y no se te vaya a olvidar en la vida. Escucha el cante. La próxima vez que no lo hagas, te doy un guantazo. Ese hombre te ha cantado por soleá para partirte la cabeza y tú no lo has escuchado”. Y eso pasa ahora. Solo se está pendiente de la patá. El bailaor al que no le gusta el cante y la guitarra es un bulto sospechoso»
– ¿Era solitario?
– Sí. Y lo sigo siendo. Cuando me junto con cuatro o cinco de mi edad ya sé lo que va a pasar y de lo que van a hablar y a mí eso me aburre. Yo quiero gente con un nivel intelectual bueno, que puedas hablar de literatura, de música, de cine… Pero de cosas banales, nunca me ha gustado.
– No es fácil encontrar gente así, ¿no?
– No. Por eso, cuando la encuentro no la suelto. Yo siempre he tenido un sexto sentido en ese aspecto. Cuando estoy en reuniones de compañeros, me suelo poner aparte a pensar en mis cosas. De todas formas, ahora mismo no hay mucha convivencia. Hay mucho malaje en el flamenco. Llegas, trabajas y te vas.
– ¿Qué le falta o qué le sobra a Madrid?
– Le sobra virtuosismo y técnica. Aquí, el que canta más alto es el que mejor canta. Lo que falta aquí es soniquete. Es que no hace falta hacer tantas cosas. Gades decía que menos es más. Paco de Lucía no se tiraba todo el rato haciendo picados, alzapúas, ni trémolos vertiginosos. También tenía su momento de pararse, su silencio. Mira que Paco se ha tirado años viviendo aquí… ¡Pues no lo han conseguido coger! Eso sí, tienen una técnica depuradísima. Los ves y piensas que se van a comer la guitarra, que son genios. Pero como dijo Manuel Molina, “¿aquí cuándo coño se dice ole?”. Porque es que no te da tiempo. Aquí está todo el mundo muy ligero.
– ¿De dónde era el baile de Mario Maya? ¿Lo identifica con Granada?
– No. Mario era pura técnica. Tenía gracia, pero era un hombre para una noche de teatro.
– A mí me parece que Mario era una persona muy pulcra, muy perfecta en sus movimientos.
– Claro, pero eso te quita flamencura. A Mario se le veía flamenco, era muy flamenco. Pero era tan perfeccionista que le quitaba la chispa esa que tenía, por ejemplo, Farruco. Mario Maya era un bailaor de teatro.
«Antonio Gades hizo cuatro: Bodas de Sangre, Carmen, El Amor Brujo y Fuenteovejuna. Pero fueron cuatro auténticas obras de arte. Ahora te dan un dinero por ir al Festival de Jerez o al de Mont-de-Marsan y montas un espectáculo. No, muchacho. Monta un espectáculo porque quieras montarlo, no porque te den un dinero»
– ¿Usted es un bailaor de tablao o de teatro?
– Yo, si hay que bailar en un tablao, bailo. Y si hay que bailar en un teatro, también sé desenvolverme. Si hay que dar tres piruetas las doy. No soy bailarín, pero tengo mi preparación. Me he preocupado de girar bien, colocarme, saber andar por el escenario y dirigir una luz. Todo eso que no tienen los niños que salen de Amor de Dios y montan su compañía.
– ¿Dónde tienen que irse a aprender esas cosas?
– A una compañía, a bailar el último de la fila.
– ¿Puede ser que ahora haya sobreproducción de espectáculos?
– Mira, Antonio Gades hizo cuatro espectáculos en su vida. Sara Baras puede llevar como cincuenta, pero porque coge y le cambia el nombre al espectáculo y hace lo mismo. A mí me gusta lo que hace y me gusta cómo baila, tiene unos pies fantásticos. Tiene el nombre que tiene porque se lo ha currado. Y que conste que no la estoy criticando, pero me gusta decir la verdad. En cambio, Antonio hizo cuatro: Bodas de Sangre, Carmen, El Amor Brujo y Fuenteovejuna. Pero fueron cuatro auténticas obras de arte. Ahora te dan un dinero por ir al Festival de Jerez o al de Mont-de-Marsan y montas un espectáculo. No, muchacho. Monta un espectáculo porque quieras montarlo, no porque te den un dinero. Eso es una equivocación.
– El flamenco no se termina de sentir, ¿no? Es una sucesión de pasos.
– Eso es. Al principio de ir yo con Farruco, vino Juan Villar con nosotros. Me cantó por soleá. Ya no se puede cantar mejor por soleá. Pero me cantaba y yo no hacía más que meter los pies. Y venga remates. Y cuando terminé, me dijo Farruco: “Ven para acá. ¿Tú en qué te inspiras cuando bailas? Te voy a dar un consejo y no se te vaya a olvidar en la vida. Escucha el cante. La próxima vez que no lo hagas, te doy un guantazo. Ese hombre te ha cantado por soleá para partirte la cabeza y tú no lo has escuchado”. Y eso pasa ahora. Solo se está pendiente de la patá. El bailaor al que no le gusta el cante y la guitarra es un bulto sospechoso.
«Matilde Coral cuando bailaba eran palabras mayores. Ha bailado con bata de cola y no se le ha vuelto ni una vez. Y más femenina ya no se puede ser. Ni más española, ni sevillana ni trianera. Matilde viene de la escuela de Pastora Imperio, que no metía los pies bailando. Matilde es la institución de lo femenino»
– Hace poco me dijo el lutier José Romero que el que más sabía de flamenco era Juan Valderrama.
– Estoy de acuerdo. Qué pena. A Juan no se le ha dado el sitio que se merece en el flamenco. Es que Juan perteneció a la época dorada del flamenco, ¿eh? Juan no era ningún tonto. Te hacía todos los cantes. Tenía una voz muy bonita, muy musical. Era imposible de imitar. En cambio, la de Camarón sí se puede imitar. Ahora todo el mundo quiere imitar a Camarón y ser él.
– Ha viajado mucho por el extranjero. ¿Allí hay algo que le falte a España con respecto al flamenco?
– Yo me he recorrido el mundo dos veces y lo que he notado siempre que he ido ha sido que te tratan muy bien, que te respetan mucho y te dan tu sitio. El artista es lo primero.
– ¿Aquí ha sentido que no le han dado su sitio?
– Sí. Y a muchos. Se le da el sitio a gente que viene de fuera que no lo conocen ni en su casa. Si Camarón hubiese sido americano, habría sido mundialmente conocido. Más que Mick Jagger.
– Hábleme de la Sala Torero. ¿Cómo llegó?
– Estrené en Suma Flamenca de 2014 en el Teatro Español. El dueño vino a verme. Habló conmigo para decirme que quería montar un tablao –porque la Sala Torero antes era una discoteca– y que si quería ser el director artístico. Yo le puse tres condiciones: primero el artista, segundo el artista y tercero, el artista.
«Como todo en la vida va por modas, por momentos. Pero yo vengo de una generación donde el hombre baila masculino y la mujer, femenino. Con una bata de cola y una flor bien puesta en el pelo. No hay cosa más bonita que un hombre bailando varonil»
– ¿Qué tiene de diferente este tablao?
– Es una cueva que tiene 250 años. No hay megafonía, porque la acústica es fantástica. Y no servimos comida. Porque en la ópera no dan espaguetis, ¿verdad? Esto está muy feo. Eso es un invento de los tablaos para sacar los cuartos a los turistas. Ahora con más lujo. Tú entras en la página del Corral de la Morería y lo primero que te sale son las croquetas del día. Y llevan grandes artistas allí, ¿eh?
– Cómo surge la iniciativa de las charlas.
– Eso fue idea de Mónica Tello y mía. Nosotros nos reunimos todos los martes. Una vez me dijeron que como conocía mucha gente de por allí abajo y muy interesante relacionada con el flamenco, podíamos organizar conferencias. Ya han venido Manolo Bohórquez, Faustino Núñez… En marzo se hace la próxima: El cine y el flamenco. Y también nos gustaría traer a Manuel Martín Martín, a Alberto García Reyes, ahora director del ABC…
– ¿Cuál es el objetivo?
– Hacer martes culturales. Salirnos un poco de lo que hacen todos los tablaos. Porque faltan locales que hagan esto. Los tablaos se han dedicado siempre a sacar la pasta. Les ha dado igual el flamenco.
– ¿Qué sueño le queda por cumplir?
– Yo siempre quise que, igual que hay una sesión de deporte en el telediario, hubiera una de flamenco. No me gustaría morirme sin verlo, pero creo que va a ser imposible.