El torero José Gómez Ortega, Joselito, el hijo de la Señá Gabriela, era un enamorado del cante jondo y sus dos ídolos eran la Niña de los Peines y Manuel Torres, a pesar de que en su familia hubo grandes cantaores, como su tío materno Enrique Ortega Feria o sus primos Enrique el Almendro y Caracol el viejo. La Niña de los Peines solía cantar mucho en su casa de la calle Santa Clara, en la Alameda de Hércules, porque era la cantaora preferida de su madre. Cuando José y Rafael la veían tristona llamaban a Pastora, que vivía cerca, en la misma calle Alameda, les cantaba y se acababan las penas. Joselito siempre la recibía siempre de esta manera: “¡Qué hambre tengo de tu cante, Pastora!”. Y la cantaora de San Román se desmayaba de la emoción, porque siempre estuvo enamorada de él, como casi todas las mujeres de Sevilla, sobre todo las gitanas.
Tanto quería la cantaora a José que cuando murió en Talavera de la Reina (1920) exigía por contrato que no la recibieran en los pueblos con el pasodoble Gallito, que era lo habitual. Este pasodoble, del Maestro Santiago López Gonzalo, es el himno oficial de la tauromaquia y no se compuso para Joselito sino para su hermano Fernando, Gallito Chico, nacido el día de Navidad de 1884. Fue el segundo hijo de Fernando el Gallo y Gabriela Ortega. El primero fue Rafael el Gallo, gran admirador también de Pastora, quien siempre creyó que el pasodoble se había compuesto para José, algo imposible porque se estrenó en 1904 y entonces tenía solo 9 años. Se compuso para Gallito Chico, pero a Pastora se le caía el alma al suelo cuando entraba en un pueblo y la banda municipal la recibía con esa pieza musical. Se quedaba sin voz y tenía que suspender el recital.
Manuel Torres tenía dos grandes admiradores en el mundo del toro: Joselito y su cuñado Ignacio Sánchez Mejías. Ayudaron mucho al cantaor gitano de Jerez. Muy pocos saben que cuando Manuel enfermó de tuberculosis pulmonar y no podía cantar, en el inicio de los años treinta, quien más le ayudó fue Ignacio. Entre otras cosas, se hizo cargo de los gastos del Hospital la Cruz Roja de Sevilla, donde el genio estuvo ingresado los últimos meses de su muerte, ocurrida en julio de 1933. Cuando murió, otro de sus admiradores, el Niño de Marchena, cuya compañía actuaba esa misma noche en la Real Maestranza de Sevilla, decidió dar toda la recaudación a la viuda, una fortuna, porque Torres tenía cinco niñas pequeñas y no tenía ni para ser enterrado. Marchena no solo tuvo ese detalle, sino que hizo traer coches de caballos desde Jerez para que el adiós al genio del cante fuera acorde con la categoría del artista.