Hay un público del Festival de Nîmes formado por descendientes de españoles exiliados y emigrados que se establecieron en el Sur de Francia, para los cuales el flamenco no es solo una música de escucha más o menos grata. Se trata de un verdadero cordón umbilical con el imaginario de sus antepasados, un vehículo para viajar en el tiempo y el espacio a la esencia del país perdido pero nunca olvidado, lejano pero nunca ajeno. Ese segmento del respetable, no cabe duda, encontró en el recital de Jesús Méndez, celebrado este jueves en la acogedora sala Bernadette Lafont, una conexión inmediata y poderosa con ese universo sentimental tan largamente añorado.
El jerezano representa una estampa clásica impecable: siempre elegante, con su natural apostura, de pie con la mano en el respaldo de la silla, ya nos muestra sus credenciales antes de proferir la primera nota. Pero es lanzar al aire las primeras letras de la zambra ligada con el pregón de la uva, y hasta a quienes vivimos cerca de Jerez nos envuelve el aroma de patio y de bodega.
Recuerdo que las primeras veces que oí cantar a Jesús Méndez me parecía que su virtud más evidente podía volverse también contra él: confiándose al poderío connatural de su voz, herencia de su sangre, corría el riesgo de no matizar debidamente los cantes y de limitarse a abrumar al espectador. Pues bien, sin dejar de desplegar esos pulmones privilegiados, el artista hace su oficio cada vez con más gusto, dosificando energías y rebuscando en el cajón de las emociones. Lo hizo por alegrías de Cádiz y siguió en la maravillosa malagueña del Mellizo, que, sin perjuicio de otros momentos de la noche, para este cronista fue de lo mejor del repertorio.
«Es lanzar al aire las primeras letras de la zambra ligada con el pregón de la uva, y hasta a quienes vivimos cerca de Jerez nos envuelve el aroma de patio y de bodega»
Sí, Jesús Méndez es un cantaor de hoy que suena intemporal, como un eco remoto pero vivo y vibrante. Así lo demostró por tientos-tangos dedicados a su tío Luis de la Pica, siempre presente, y a su sobrino que –según anunció– es una firme promesa del baile. Luego la soleá, extraordinaria en su hondura, y la seguiriya doblemente doliente por venir de la mano del recuerdo de Moraíto en su última visita a Nîmes.
Hubo un momento en que me pregunté qué le falta a Jesús Méndez, tan sobrado de cualidades, para subir un escalón más en su carrera. Y solo pude responderme que quizá debería sacudirse ese exceso de concentración –probable biombo de su timidez– que levanta un invisible cristal entre él y el público, y tal vez le impide llegar a más gente. Un Jesús Méndez más hacia afuera, más cercano, que fuera con los ojos y la voz en busca de cada uno de los espectadores, marcaría sin duda un avance positivo en una trayectoria ya de por sí sólida.
En cuanto a la bajañí de Pepe del Morao, se trata, como el propio Méndez, de otro eslabón de una cadena dorada, una de esas cadenas que han sujetado históricamente el flamenco en esa villa llamada Jerez de la Frontera. Su toque fue de una aparente sobriedad, pero incansable en sus detalles de clase y en sus apelaciones al apellido que ostenta.
La noche terminó por bulerías, como no podía ser de otro modo, más un regreso a escena por aclamación en el que hicieron a pelo unos fandangos que terminaron de poner al público galo en pie. Ese público que reconectó con su memoria familiar y hasta con su fantasía hispánica a través de la garganta de uno de nuestros más notables cantaores actuales.
Ficha artística
Jesús Méndez con la guitarra de Pepe del Morao
Festival de Nîmes 2024
Sala Bernadette Lafont
18 de enero de 2024
Cante: Jesús Méndez
Guitarra: Pepe del Morao