Janet Riesenfeld llegó a España cuando era una muchacha de 21 años, “atolondrada y autosuficiente”, como ella misma se define. No podía imaginar que en ese país, en apenas unos meses, iba a adquirir una honda conciencia de sí misma y del mundo que la rodeaba. No podía imaginar que en aquel viaje realizado “por trabajo y por amor” iba a tropezar con la guerra y sus horrores. De todo ello dio cuenta en un volumen autobiográfico, titulado Bailarina en Madrid, que ahora ve la luz en el sello Espuela de Plata, bajo edición de Amparo Martínez Herranz, con ilustraciones de Lyle Justis y estudios de Julián Casanova, Agustín Sánchez Vidal y la propia Martínez Herranz.
Esta última describe a la joven Janet entre las bambalinas del madrileño Teatro de la Zarzuela, en septiembre de 1936, junto a una fauna tan variopinta como la que componían la Niña de la Puebla, Angelillo, Catalina Bárcena, Loreto Prado, Enrique Chicote, La Argentinita, Pastora Imperio o Rafael Alberti. Pero la bella neoyorkina solo piensa en hacer un buen papel y en su próxima boda con Jaime Catanys, su prometido, un hijo de la alta burguesía catalana afincado en Hollywood.
Formada en un ambiente culto y políglota, Janet se había sentido atraída por la danza desde muy temprana edad, hasta convertirla en su obsesión. Su modelo era Antonia Mercé, La Argentina, pero sus mentores principales fueron Michio Itō y Michael Fokine. Ella empezó a bailar profesionalmente en Los Angeles, desde donde se desplazó a México, y de allí a España.
Con una puntería digna de mejor causa, Riesenfeld arribó a Hendaya el 19 de julio de 1936, justo un día después del levantamiento del general Franco en Marruecos. Llegó a Madrid el 8 de agosto, y aunque pudo disfrutar de algunas fiestas y hasta de una corrida de toros, los primeros bombardeos sobre la capital no iban a hacerse esperar. Ello no le impidió ensayar diariamente con su pareja artística, el bailarín Miguel Albaicín. Sin embargo, cuando éste se alistó en la milicia de los artistas, ya no pudo seguir bailando. Herida en una pierna por la metralla de un ataque aéreo mientras paseaba por las calles de Madrid, decidió partir de vuelta a casa, y llegó al puerto de Nueva York el 7 de diciembre de 1936.
«Un talento poco común que llegó a la tierra del flamenco en el peor momento, pero que supo captar su esencia de un modo que todavía nos asombra y conmueve, y que colaboró en que se conociera en el mundo la gran tragedia que apenas había comenzado. “En España”, escribe Riesenfeld en un escalofrío, “mañana es una palabra olvidada”»
Dedicó el año siguiente a escribir Bailarina en Madrid, cuyo lanzamiento fue acogido con frialdad. Para Martínez Herranz, el libro “dibuja de manera palpitante la vida cotidiana y el trasiego político durante los primeros meses de la contienda (…) No es un relato hedonista o ingenuo, es consciente de las detenciones injustificadas, de la violencia extrajudicial, de las ejecuciones en la Casa de Campo y de las narraciones sesgadas de corte propagandístico difundidas por Madrid”.
Para la editora, no obstante, Janet no llegó a captar la complejidad de los distintos grupos enfrentados, pero su texto deslumbra por su frescura y sinceridad, así como por su compromiso, aunque ella misma dejó escrito: “No es cuestión de un credo político sino de ideales. No pertenezco a facción alguna. Solo soy una entre el vasto y creciente ejército de liberales que salen de sus rincones y empiezan a arrostrar los hechos del mundo actual, el mundo entero, infinitamente más vital e interesante que los reinos de la fantasía y el intelecto…”
El escaso eco de su libro la llevó a retomar la danza, en una carrera que quiso proseguir en México. Sin embargo, su chispa como escritora no quedaría malograda, y terminaría brillando como guionista, a las órdenes de nada menos que Luis Buñuel. Como nota curiosa, se la recuerda también como la persona que ayudó moral y económicamente a Gabriel García Márquez.
Un talento poco común que llegó a la tierra del flamenco en el peor momento, pero que supo captar su esencia de un modo que todavía nos asombra y conmueve, y que colaboró en que se conociera en el mundo la gran tragedia que apenas había comenzado. “En España”, escribe Riesenfeld en un escalofrío, “mañana es una palabra olvidada”.