Irene Morales (Granada, 1998), bailaora y bailarina que reside en Madrid desde los 16 años y que tiene en su poder el Premio bailarina sobresaliente del XXII Certamen coreográfico de danza española y flamenco de Madrid, presenta Veredicta en el Teatro Fernán Gómez de Madrid. Después de verlo, se puede ratificar con decisión que Irene es una de esas bailaoras que derrochan verdad y naturalidad sobre el escenario. Que han conseguido dejar claro su propósito con respecto al flamenco y una contundente personalidad artística a través de este espectáculo.
Los cantaores Antonio Campos, David Carpio y Abraham Campos aguardan ávidos a que las luces del cuadrilátero se enciendan mientras Irene Morales entra sigilosa y se coloca en el vértice que hay en el lado opuesto a ellos. Por romance, se destapa la misteriosa escena de la que van a disfrutar los asistentes al espectáculo de Irene. Entonces, desarropa sus manos escondidas tras un vestido amarillo y púrpura del que salen dos palillos que resuenan junto al eco de las letras arromanzadas. Mientras, se balancea con fragorosos y tenaces movimientos aprovechando cada rincón que le brinda el escenario.
La soleá petenera de Silverio cambia la disposición de los cantaores sobre el proscenio. Así, pasan de formar un triángulo equilátero a colocarse en diagonal uno detrás de otro para proyectar sobre el público la sensibilidad, el amor y el respeto que le profesan a la obra.
Antonio y David salen del cuadro. Es el momento de Abraham, que se sienta en la una silla de madera que domina la escena para entonar su cante por fandangos. Irene reaparece para aportar mayor flamencura visual al lienzo. La bailaora, que tiene unos brazos realmente expresivos y sabe utilizar de manera estratégica cada comisura de las tablas, avanza sobre ellas con pasitos sutiles pero firmes y seguros.
En todo espectáculo hay un momento en el que el auditorio se permite relajarse para hacer presurosas reflexiones sobre lo que está viendo. En esta ocasión es entre fandango y fandango cuando la protagonista abandona un poco la intensidad de su baile para permitir cavilar sobre el carácter de sus movimientos.
El baile de Morales es seguro, fiel y de temperamento sólido. De manera constante, utiliza el contacto visual para hacer llegar a los que la están viendo todo aquello que le recorre el cuerpo mientras baila. Esta comunicación también la comparte con sus compañeros, con quien se intuye una familiaridad y una cercanía que hace más fácil el rodaje de la creación. Esa gran apertura y plasticidad de los brazos, aderezada con la linealidad de los mismos y su forma de avanzar sobre el proscenio con la que aporta una verdadera sensación de libertad, hace que la bailaora consiga triplicar el tamaño del escenario, a pesar de que a su vez da la ligera sensación de enfocar siempre el baile en la misma dirección.
«El baile de Morales es seguro, fiel y de temperamento sólido. De manera constante, utiliza el contacto visual para hacer llegar a los que la están viendo todo aquello que le recorre el cuerpo mientras baila»
Las seguiriyas devuelven a la artífice su baile enérgico para interpretar con desgarro, dramatismo y desde la más absoluta sinceridad a Manuel Molina y Paco la Luz. Los desplantes que utiliza cada vez que adorna una de las falsetas de Jesús del Rosario o una escobilla, son tan vistosos y potentes que se puede sentir hasta cierta culpa por querer que llegue constantemente el final de cada baile.
Un romance se utiliza como transición entre la seguiriya y el taranto que viene a continuación. Y es el Romance de Gerineldo, a través del que quizá se pueda identificar uno de los puntos álgidos de la actuación. Irene comienza con una postura y un gesto que da una clara sensación de aflicción. De repente, un compás al golpe hace cambiar la expresión de la virtuosa. Y agitada por el mismo y desde su silla, atilda la escena con ademanes jondos emulando, de alguna manera, a la inimitable Chana.
Son el negro y el dorado los colores que predominan la mayor parte del tiempo. Y aunque puede parecer que esta característica vuelve la obra un poco insípida, hay mucho dinamismo visual, pues Irene se preocupa de cambiar de ropa y peinado cada vez que reaparece. Esto hace agradable la ocasión.
A continuación, un taranto que interpreta con sutileza, devoción y elegancia. A pesar de ser tres aposiciones que a simple vista no caracterizan su baile, esta sabe compaginar propiedades contrapuestas otorgando frescura a las escenas.
Veredicta acaba con una Irene que se muestra liberada y que se mece independiente entre las cadencias melódicas del cantaor Antonio Campos, convirtiendo la escena en una suerte de afabilidad que termina por desparecer cuanto su compañero abandona el cuadrilátero con la entonación que permite un susurro melodioso. Por su lado, unos brazos de bailaora que han seguido relatando hazañas con mucho duende hasta que se ha fundido la luz.
El área que el Fernán Gómez pone a disposición del artista es humilde y sincero. Un lugar que deja al descubierto a los que realmente saben defender su condición y transmitir. Que permite a los espectadores estar a un palmo del ejecutante y analizar muy de cerca cada mínima sacudida. Tanto es así que con Irene se podía escuchar hasta la vibración del aire en cada cambré. Sin duda, gracias al elenco que la acompañaba, esta ha sabido trasladar su empaque y ortodoxia con éxito. Así, ha dejado a la capital con ganas de disfrutarla en muchos escenarios más independientemente de la índole, porque quien sabe bailar sabe hacerlo en una losa de la cocina.
Imagen superior: Vallinas – Teatro Fernán Gómez
Ficha artística
Veredicta, de Irene Morales
Sala Jardiel Poncela – Teatro Fernán Gómez de Madrid
30 de junio de 2024
Baile: Irene Morales
Cante: Antonio Campos, David Carpio y Abraham Campos
Guitarra: Jesús del Rosario