Según la RAE, la voz «intrahistoria» fue introducida por Miguel de Unamuno para referirse a la vida tradicional que sirve de «decorado» a la historia más visible. Algo así como “todo lo que ocurre pero no sale en los periódicos”. Y quiero referirme a este tema ya que a un pequeño grupo de “pirados” nos gusta sumergirnos en la prensa histórica, en padrones y archivos en general, para reconstruir las cenizas del incendio que provoca el paso del tiempo y con esos datos ir construyendo una historia del flamenco basada en lo que vamos encontrando aquí y allá, muchas veces enfrentando lo comúnmente aceptado, trabajando contracorriente. Pero, ¿qué hay de todo aquello que ocurrió y no ha quedado constancia de ello en fuente escrita o gráfica alguna? Es un tema interesante aunque espinoso.
Que Planeta se llamaba Antonio Monge parece demostrado, hay suficientes indicios y pruebas de que así es. Queda por aclarar el porqué aparece como Alonso siendo Monge o viceversa. No queda más remedio a veces que invocar a la máquina del tiempo para deshacer las incógnitas que la historia se resiste a revelar y solo la intrahistoria sería capaz de resolver. Por ejemplo, ¿cómo es posible que en los ocho años que Silverio anduvo por tierras americanas, Uruguay, Brasil, no haya rastro alguno de actuaciones suyas como cantaor, aunque sea como cantante? Parece mentira que un revolucionario como Franconetti, con ese apellido tan sonoro e identificable, no se subiera a las tablas de teatro alguno para cantar, a un café o garito cualquiera. Es un enigma. Se me ocurre que cambiara de nombre y, a fin de aparentar ser más andaluz que italiano, se hiciese llamar por ejemplo El Rano de la Alfalfa. Pero nada, no aparece. Y como este hay un ingente número de hechos que se han perdido en el tiempo y no han dejado huella en la historia, quedando fuera del alcance del historiador que solo desea reconstruir el pasado con hechos sólidos, huyendo en la medida de lo posible de historietas producto de la imaginación, en general bienintencionada, de tantos profesionales de la flamencología patria. Me pongo malo cada vez que escucho a esos visionarios que interpretan el pasado con una seguridad pasmosa, basándose en interpretaciones peregrinas de hechos que a su vez se asientan en sucedidos no menos fantasiosos que aquellos, y así hasta el infinito. Lo que acaba enmarañando de tal forma el pasado que uno ya no sabe por dónde tirar cuando quiere interpretar de modo objetivo lo que ocurrió en un determinado momento. La costra de interpretaciones erráticas que hay que penetrar a fin de alcanzar el tuétano de lo que pudo haber ocurrido, sin caer en la incitación de lo que no es más que un espejismo provocado por las ansias que propician las ideas preconcebidas, fruto del incontenible deseo de que todo concuerde con lo previamente imaginado.
«¿Qué hay de todo lo que ocurrió pero no ha quedado constancia de ello? ¿Qué fue de todos aquellos que, cantando, tocando y bailando como los ángeles, han caído en el olvido por no formar parte de la historia? Solo nos queda el consuelo de que esto no es una ciencia exacta y que solo las interpretaciones fieles a los hechos conocidos pueden traer luz»
Partimos de que hay tantos flamencólogos como flamencos, incluyendo artistas y aficionados, que todos tenemos más o menos clara nuestra historia particular de cómo se forjó el género, su música y baile exquisitos, y que todo aquello que venga a tambalear lo preconcebido debe ser ignorado, todo lo que remueva nuestras ideas, aún sabiendo que están colmadas de prejuicios, da igual, esto fue así porque lo he leído en la Biblia del flamenco, en los mundos y las formas más variopintas de la flamencología oficial, y eso es lo que hay y, ay, no hay más vueltas que darle. Una vez me increparon, después de una conferencia en mi peña caletera de Juan Villar en “Cadi Cadi”: ¿Usted conoció a Adela la Chaqueta? A lo que respondí que, para mi desgracia, no había tenido el gusto. ¿Entonces cómo puede usted hablar de ella? ¡Toma ya! Qué bastinazo, me dije. Y le solté, consciente de que no me iba a entender, lo que suelo responder en estos casos: «Nunca olvidaré aquellas noches en casa de los Mozart. ¡Qué veladas!». Como si para poder hablar de Chacón fuese imprescindible haberlo conocido. Apañados estamos. Me acuerdo de aquella letra, que nunca se metió, de Los enteraos del Selu: “Yo sé una mijita de flamenco pues ma tirao treinta años limpiando la mesa de un bar donde iba Antonio Mairena”.
A lo que vamos, no podemos dejar zanjado un tema histórico solo con los datos que vamos encontrando en periódicos, libros y archivos de toda índole, no es suficiente. Son indicios claros de lo que pudo ocurrir. Si una gacetilla anuncia que Antonio Monge cantará el nominado polo de Tobalo con toda probabilidad aquello que se cantó entonces (1826) fue un cante de aroma flamenco, si se trata de lo que hoy reconocemos como el tal cante (Tú eres el diablo romera) es más dudoso, porque lo que hoy llamamos cante de Tobalo, a lo mejor entonces era otra cosa. El paso del tiempo transforma la música de forma bestial, no hay más que escuchar alguna grabación de un determinado cante en dos versiones separadas en el tiempo por ejemplo siete u ocho décadas, y apreciar las diferencias. Lo vengo repitiendo años: la música, como la materia, ni se crea ni se destruye, solo se transforma.
«Hay que alejarse de estos predicadores de ideología barata que tanto daño hacen, mientras tiran por tierra el esfuerzo de años de todos los que se dejan (nos hemos dejado) los ojos mirando el pasado escrito en el deseo único de traer luz a las tinieblas del pasado»
Tenemos que conformarnos con lo que hay, cada día sabemos más. Desde aquel ¿Se sabe algo? del poeta Ortiz Nuevo, con la que se confirmó la era de la investigación en hemerotecas, a punto de cumplir 35 años, cada día vamos sabiendo más. Los blogs de flamenco han aportado y aportan datos irrefutables sobre hechos ciertos, incontestables y para los restos, forman parte de esa “nueva historia del flamenco”. Alternativa a lo que suelo llamar “la novela” que heredamos del necesario esfuerzo de aquellos pioneros, aunque muchas veces propusieran ideas e incluso hechos del todo falsos, como cuando hicieron a Paquirri guantero, hasta que descubrimos que en realidad era de apellido Guanter, que en gaditano es Guanté. Y como esta, infinidad de interpretaciones erróneas. Los de la “época hermética” no contaban con la información guardada en bibliotecas y archivos que acabaría resolviendo incógnitas que podrían parecer imposibles de descifrar, y menos aun imaginaban que algún día llegarían los potentes motores de búsqueda de Internet y el sanísimo intercambio de información que proporciona la era cibernética.
Pero claro, ¿qué hay de todo lo que ocurrió pero no ha quedado constancia de ello? ¿Qué fue de todos aquellos que, cantando, tocando y bailando como los ángeles, han caído en el olvido por no formar parte de la historia? Solo nos queda el consuelo de que esto no es una ciencia exacta y que solo las interpretaciones fieles a los hechos conocidos pueden traer luz, y por supuesto hay que alejarse de estos predicadores de ideología barata que tanto daño hacen, mientras tiran por tierra el esfuerzo de años de todos los que se dejan (nos hemos dejado) los ojos mirando el pasado escrito en el deseo único de traer luz a las tinieblas del pasado.
→ Ver aquí las entregas anteriores de la sección A Cuerda Pelá de Faustino Núñez en Expoflamenco