Cantaora de larguísima trayectoria, la sevillana Herminia Borja ha vivido siempre rodeada de grandes figuras del flamenco desde su más temprana infancia. Pero nunca pudo imaginar que, ya avanzada su carrera, acabaría embarcada en una gira con Paco de Lucía en compañía de su hija, La Tana. Fue aquel momento en que el maestro de Algeciras se disponía a reflotar su sexteto con nuevos músicos, y Herminia aportó su experiencia… y también una guasa que encajó de maravilla con la que el guitarrista solía desplegar.
–¿Cómo resumiría su carrera, en pocas palabras?
–Llevo 40 años en la profesión. Empecé a cantar en tablaos, luego estuve con Manuela, con Joaquín Cortés, canté en la Expo de Sevilla, con Canales, con Torombo… Y con Paco.
–¿Quién era para usted, antes de trabajar con él?
–El maestro de maestros, el mejor. Yo moría con Sabicas, con Morao el viejo, luego con Vicente… Pero todo después de Paco. Con la guitarra era un dios, pero como persona era aún mejor. No se creía quién era, no tenía el ego que tienen ahora los artistas.
–¿Recuerda cómo lo conoció?
–Claro, fue trabajando en un Rocío. Me llamaba mucha gente, y un día estaba yo acostada con el vestido y la flor y todo, harta de cantar, cuando vienen a despertarme. “¡Sube, que ha venido Paco”. Y yo medio dormida, “¿qué Paco?”. “¡El maestro!” Me dio un ataque. Me levanté y estuve cantándole hasta las doce, él sentado en su silla, y me dijo: “¿Pero tú dónde estabas metida, que no te había escuchado yo antes? Que sepas que tú te vienes a la gira conmigo, por Estados Unidos”. Luego le hablé de mi hija, escuchó a La Tana, que en aquel entonces estaba con Joaquín Cortés, y acabó llevándonos a las dos en una gira de cuarenta días. La Tana siguió, pero yo tenía firmados cuatro años con Canales, que estaba con Carmen, Carmela, y no quise dejarlo tirado.
–¿Cómo montaron el repertorio?
–No fue difícil, con Paco era fácil todo. Ensayamos una semana en Madrid, y ya está. Me acuerdo de que en el Ziryab, que iba por seguiriya, no hacíamos siempre las mismas letras, eran las que nos venían a la cabeza, y a él le gustaba mucho que improvisáramos. La seguiriya es siempre más apretada, no tienes que masticar siempre la misma letra. En los tangos sí hacíamos lo que decía, con letras de Camarón o de su hermano Pepe.
–¿Era cercano en el trabajo?
– Paco siempre estaba con nosotros, nunca solo. Incluso en los teatros, cuando un rato antes se ponía a ensayar con la esponja en las cuerdas, me juntaba yo con él y nos liábamos a hablar, o le cantaba una letra y me decía, “me ha gustado, ¿por qué no la haces mañana?”. Siempre estábamos muy unidos en todo.
«Le hubiera gustado ser gitano. Y yo le decía: ‘pero a lo mejor si fueras gitano no tendrías la virtud que tienes ahora, Dios no te hubiera tocado con la varita mágica y no tendrías ese don’. Lo que sí me contaba muchas veces era que había tenido una frustración en su vida: le hubiera gustado ser cantaor, el cante lo volvía loco»
–¿Qué cantaores le gustaban a él?
–Hombre, como Camarón, que fue su hermano, le gustaban todos los antiguos, igual que a nosotros.
–Usted conoció también muy bien a Camarón, ¿no?
–¡Camarón ha dormido conmigo en mi cama! Para mí era José y tenía muchas peleas con él, se venía a las seis o las siete de la mañana después de dos días de borrachera, y como yo tenía tantos niños, pues tenía en el salón cordeles puestos… “¡Qué casa más gitana!”, decía él. [risas] Fue una amistad de muchos años, porque mi exmarido, Melchor de Santiago, guitarrista que trabajó con Rocío Jurado, era como un hermano para él, siempre estaban los dos de fiesta y a los días aparecían por la casa.
–Y José se buscaba su hueco al lado de usted…
–Yo le decía, “pero José, ¿por qué te tienes que meter en la cama conmigo, en ropa interior?”, y él, “¡si yo ni te miro, comadre! Además de que estoy yo ciego”, y yo, “¿pero a mí por qué me tienes que hacer esto, José mío? Que además me da lache…” “Que sí, comadre, que yo sé que estás muy buena, pero tranquila que yo me voy a dormir”. [risas]
–Con Paco, ¿hablaron de José?
–Claro, hablábamos mucho, le contaba todas mis vivencias con él. Paco se reía, decía que era un niño muy bueno, que nunca había tenido malicia, lo que pasa es que entró por ese camino donde lo metieron… Fiestas privadas que se formaban de momento, nos daban las claras del día, y tú sabes… De hecho, con mi exmarido terminé porque no aguantaba la vida de él. A mí me gustaba trabajar e irme para casa, y estar pendiente de mis niños.
–La muerte de Camarón fue una tragedia para Paco, ¿le habló de eso?
–No, nunca quiso hablar de eso. Para él era su hermano, nunca quiso sacar eso en la conversación.
–Lo pasó muy mal con aquella acusación de que se había quedado con su dinero…
–Fíjate, y lo que hizo fue ayudar a su mujer, a la Chispa. Les ha dado muuucho dinero. Y lo pasó fatal, cogió depresión y todo, entre la partida de José y la calumnia que le levantaron. Estaba hecho polvo la criatura.
«Tengo muchos recuerdos también con Fernanda y Bernarda, que en paz descansen, pero las vivencias que tuve con Paco, esas se quedan para mí, están guardadas en mi corazón. (…) Paco era y sigue siendo el Rey, maestro de maestros y, como persona, para comérsela»
–Subir al escenario con él, ¿cómo era?
–Era diferente a todos. Yo había trabajado por ejemplo con Manuela, que siempre ha sido muy estricta en todo, en el vestuario, en peinarse. Sigue siendo así, pero con ella, como la conozco desde que éramos chicas, hay mucha confianza. Pero con Paco, buff, a mí me temblaban las piernas, yo creía que me iba a caer en el pasillo camino del escenario. Era mucha responsabilidad, era Don Paco de Lucía, hasta que fuimos cogiendo esa confianza que él te daba, y hasta te gastaba bromas. No era normal la que formaba Don Paco.
–Me contó La Tana que usted le seguía la corriente, le pedía que se casara con usted…
–Sí, le gritaba “Paco, quiero un hijo tuyo” [risas] Y él no se arrugaba, delante de todos los niños, que no veas la vergüenza que me hacía pasar, me cogía y me daba la tarjeta de la habitación, “ya sabes, como todas las noches”. Y yo, “desgraciado, diciéndome eso delante de los niños”, y él se reía y decía “el romance nuestro ya lo saben todos los niños”. [risas] Paco fue también amigo de mi exmarido, y cuando supo que ya habíamos terminado y vio que se había echado a otra, feísima de la muerte, me decía “¿pero cómo te ha podido dejar a ti por esa?”.
–Ya que menciona a los “niños”, ¿cómo era su relación con ellos?
–Maravillosa con todos. Era él quien nos metía en problemas, de cachondo que era. Cenando, se liaba a decirle al Negri, “la tata Herminia dice que desafinas un montón, que te saque ya el billete para España, que le duelen los oídos de tenerte al lado”. No veas el Negri, “tata, ¿que yo desafino?”. Y yo, “¿pero tú le vas a creer al gordo, con las manos como porras?”, y Paco empezaba a reírse, porque Negri se enfadaba de verdad, y yo tenía que decirle: “Tú como buen madrileño te lo tomas todo muy a pecho, ¿no conoces ya al mano-porras, que nada más que sabe malmeter?”. Hasta con mi hija nos echaba a picarnos, por los pasillos me decía “¿no te da vergüenza, con los años que tú llevas y lo vieja que eres, el palizón que te ha dado tu hija hoy? En la seguiriya te ha reventado”. Y a ella le decía al día siguiente, “¿no te da vergüenza, con lo joven que eres, la paliza que te ha pegado tu madre?”. Negri acabó llorando y todo, que le tuve hasta que jurar por Tana que yo no había dicho todo. “Yo nunca hablo de un compañero, cariño mío, y además tú no desafinas, corazón, Paco lo que quiere es reírse…”
–Lo cierto es que Negri era un cantaor muy distinto de lo que había llevado antes…
–Claro, cantaba estilo Pitingo, como yo digo, y su voz claro que sonaba distinta, mientras que las nuestras eran como más flamencas, más arraigadas. A pesar de que cantaba flamenco, tenía su estilo, otro rollo. Pero éramos una familia y encajó perfecto. Después de conocernos y tratarnos, éramos una familia.
–De todos los viajes que hicieron, ¿qué recuerda especialmente?
–Anécdotas, veinte mil con Paco. Una de ellas fue cuando íbamos saliendo del hotel para el teatro, y había allí de cámaras que no te puedes imaginar, periodistas, y se le ocurrió –las gracias de él– abrazarme por el cuello y decir “ahora te voy a comer la boca para que tu marido rabie como un perro”. [risas] Y yo me quería morir, le daba patadas y me reía, “¿por qué eres así de bicho y de malo?”. Igual que me lo hacía él, se la hacía yo, ¿eh? Le preguntaba, “Paco, ¿tú crees que me habré quedado preñada de anoche? Venga, cásate conmigo y deja a la mexicana…” No veas la que formaba.
«Maestro, está bien que me ponga nerviosa yo, pero tú… Y él: estoy temblando, canija. Y yo: pero por qué, ¡después de tantos años! Porque el artista, el día que pierda el miedo y los nervios antes de trabajar, se tiene que retirar, porque ya no es artista»
–Usted conoció a Gabriela, ¿verdad?
–Claro, a Gabriela y a la niña [Antonia Sánchez], que a veces la subíamos al escenario al final, le poníamos un mantoncillo, la pintábamos… Gabriela era muy calladita, no hablaba apenas, estaba muy contenta con nosotras, por lo que queríamos a Paco y a la niña. Nos quería mucho.
–Para él Gabriela suponía una época muy tranquila, ¿no? De viajar con la familia, con otro ritmo…
–Sí, aunque yo de vez en cuando lo picaba. Me guardaba una botella de whisky en el camerino, entre las pinturas, y él lo sabía. Y ahora me iba al camerino de él y le decía “tómate un chupito para que se te quiten los nervios”. Y él, “yo no bebo ni nada”. “Sí, tú bebes, lo que pasa es que no compras”. Y se meaba de la risa. Nos tomábamos dos o tres chupitos, y ya luego me buscaba él antes de salir, “venga, dame un poco de jarabe…” [risas]
–Se ponía muy nervioso, ¿verdad?
–Uy, le decía: “maestro, está bien que me ponga nerviosa yo, pero tú…” Y él, “estoy temblando, canija”. Y yo, “pero por qué, ¡después de tantos años!”. “Porque el artista, el día que pierda el miedo y los nervios antes de trabajar, se tiene que retirar, porque ya no es artista”.
–Pero luego triunfaba siempre.
–Era una locura, todo el mundo de pie. Mira, la última gala que hicimos en el extranjero, quedé con todos los niños para buscar pelucas de colores. Yo siempre he sido un bicho, y me fui a buscar eso, encargué claveles (que no veas el trabajo que me costó encontrarlos en Estados Unidos), compramos un ramo muy grande. Y como al salir él tocaba y cerraba los ojos y no veía a nadie, y nosotros entrábamos de manera que dos segundos antes de que él terminara ya teníamos que estar sentados, yo disfracé a todos los niños con pelucas, una verde, otra rubia, otra roja… A Tana le puse una rizada, rubia-rubia, a los niños les puse pañuelos de lunares y gafas de colores… Y cuando abrió los ojos y vio el panorama, se escondió detrás de la guitarra y me dijo “esta has sido tú, hija de puta” [risas]. Le tocaba hacer unos temas musicales suyos, y le dije a Tana “levántate, que vamos a bailar una sevillana”. Estábamos muertas de miedo, ¿eh? Pero él nos vio y tuvo que cambiar lo que estaba tocando para acompañarnos por sevillanas. Las dos con los mantones, y el caso es que se levantó el público entero, increíble, al saludar Tana y yo, cada una tirando claveles al público, y Paco llorando cuando le dimos su ramo. Y Paco llorando: “Llevo años tocando, he llevado artistas de todos los colores, y nadie me ha hecho algo así, hay que ver cómo sois”. A pesar del humor, porque él se reía, le tocó la fibra. Y me dijo “a ti después te tengo que matar” [risas].
–En el disco de La Tana intervino usted, ¿verdad?
–Claro, ¡bueno era Paco! Decía, “la monstrua tiene que estar aquí, ¿eh?” [risas]. Estaba yo trabajando con Canales en el Teatro Albéniz, cuarenta días allí. Pues los días que descansaba tenía que irme al estudio. Me ponían una botella de whisky y venga, un vasito y métete ahí en el estudio [risas]. Me hacía cantar letras para tenerme grabada. “A ver, hazme esa letrita”, y se lo quedaba para él. Y Javier Limón decía, “Paco, mira lo que canta esa gitana”, y Paco se reía, “esa gitana es para pegarse una borrachera de tres días”. Cada vez que me llamaba, estuviera yo donde estuviera, tenía que ir para Madrid a grabar con él.
«Paco siempre estaba con nosotros, nunca solo. Incluso en los teatros, cuando un rato antes se ponía a ensayar con la esponja en las cuerdas, me juntaba yo con él y nos liábamos a hablar, o le cantaba una letra y me decía: me ha gustado, ¿por qué no la haces mañana? Siempre estábamos muy unidos en todo»
–¿Recuerda otras anécdotas de sus piques con él?
–Otra vez, en un aeropuerto, le dije que me invitara a un café, y me dijo que no tenía dinero. “¿Que tú no tienes dinero, desgraciado? Bueno, pues te voy a invitar yo”. Y me fui a invitarle, después de que me hubiera invitado él a la comida. “Pero me lo traes a la mesa”. Y ahora voy y, en lugar de café, le llevo una botella de agua y le digo que es lo único que he podido comprarle, porque el café era muy caro. “Hija de puta, que eres…” [risas] Así estábamos siempre. La canasta de frutas que le ponían, de mimbre, muy bonita, me la hacía cargar para que se la llevara al hotel. Y yo, “¿que te lleve la cesta? ¡Tú estás loco! ¿Que no puedes con la guitarra y la cesta… y yo con la maleta, qué?”. Al final se la llevaba, pero me la quedaba yo, y luego me llamaba, “dame la fruta, que es lo único que como, ¿cómo se puede ser tan bicha?” [risas] Aporreando la puerta y yo no le abría. Y La Tana, “¡qué os pasa, que siempre estáis igual!”. Al final la repartíamos como buenos hermanos, y los niños meados.
–¿Siguieron teniendo contacto?
–Claro, cada vez que venía a Sevilla me llamaba, y era una fiesta para él. Después de actuar nos íbamos a un privado, para nosotros. Por cierto, que una vez se le había puesto el dedo gordo hinchado, enorme, y le dije que se lo arreglaba yo en tres horas. Cogí una papa cruda, sin pelar y sin nada, le hice un agujero y le dije “mete ahí el dedo toda la noche”. “Esta está con los remedios caseros de la abuela”, decía. “Bueno, tú prueba, no pierdes nada”. Y al final de la noche, se le había quitado toda la inflamación del dedo. “Normal, eres gitana, eres bruja”, me decía. “No, bruja no, soy gitana, de bruja nada” [risas]. Pero nos pegábamos toda la noche cantando para él y bailando para él, en un bar de cante que tenía La Tana en Sevilla Este, el Bajo Guía, y cerraba para nosotros. No le gustaban los restaurantes, el bullicio. Allí estaba en familia, tranquilo, para reírse, gastar bromas, perder la formalidad.
–¿Cómo le llegó la noticia de su muerte?
–Iba yo conduciendo, cariño, y por poco me estrello. Venía de Utrera para Sevilla cuando me llamaron y me dieron la noticia, “que se ha muerto Paco”. Por poco me mato. Me tuve que echar a un lado, me entraron siete ataques, llorando, “esto no puede ser verdad, no puede ser verdad”, hasta que pude llamar a mi hija, “asegúrate de esto, Tana, que estoy aquí tirada en una cuneta”. “Sí, mama, ahora te iba a llamar”. Fue un porrazo para los que íbamos con él, éramos su familia. Él estaba sano como una pera, ¡si estaba jugando con el niño en la playa, cuando le dio el infarto! Por cierto, que luego, ya riéndome, le decía yo en pensamientos, “anda, que te has ido dejándome a deber una gala, Manos Porras”. La última gala nunca la cobramos. Pero las vivencias que hemos tenido con él para nosotras han sido un tesoro.
–¿Lo recuerda muy a menudo?
–A Paco siempre lo tengo presente, es uno de mis mejores recuerdos. Tengo muchos también con Fernanda y Bernarda, que en paz descansen, pero las vivencias que tuve con Paco, esas se quedan para mí, están guardadas en mi corazón. Le doy gracias a Dios por haberme dado ese privilegio de haber compartido no solo el escenario, sino la amistad.
–¿Ha hablado alguna vez con otros guitarristas de Paco?
–Con todos los que he trabajado, hablaban maravillas de él. Y saben que no va a salir otro como el maestro. Además de los que están arriba, Tomatito, Vicente… Pero Paco era y sigue siendo el Rey, maestro de maestros y, como persona, para comérsela. Siempre me preguntan por las experiencias que he vivido con él, allí donde voy a trabajar tengo que contar la historia.
–¿Qué cree que le atraía tanto del mundo gitano?
–Le encantaba, le hubiera gustado ser gitano. Y yo le decía, “pero a lo mejor si fueras gitano no tendrías la virtud que tienes ahora, Dios no te hubiera tocado con la varita mágica y no tendrías ese don”. Lo que sí me contaba muchas veces era que había tenido una frustración en su vida: le hubiera gustado ser cantaor, el cante lo volvía loco.
«Con Paco, buff, a mí me temblaban las piernas, yo creía que me iba a caer en el pasillo camino del escenario. Era mucha responsabilidad, era Don Paco de Lucía, hasta que fuimos cogiendo esa confianza que él te daba, y hasta te gastaba bromas. No era normal la que formaba Don Paco»
–¿Alguna vez se cantiñeó con usted?
–Sí, y no lo hacía mal. Nos cantaba las cosas que hacía con su hermano, o las cosas de los viejos, o alguna de las que grabó él.
–¿A Pepe lo ha conocido usted mucho?
–Claro, también, siempre juntos con el hermano. El hermano sí era creído, ¿sabes? El ego se lo comía, la vanidad de los artistas… Y Paco en cambio era humilde, no alardeaba de lo que era. Pero Pepe también ha entrado en mi casa, era amigo de mi ex y nos hemos seguido tratando. Cuando grabó a la Marina Heredia me llamó para hacerle los coros, y yo no quería, ¡que llevo cuarenta años cantando y no quiero hacer coros! Le pedí un dineral para que me dijera que no… Y no me replicó. Ese es un bicho, también.
–¿Cómo ha seguido su carrera?
–Bueno, ya estoy más recogida, estoy muy cansada y, como ahora estoy mala del colon, me cuesta muchísimo cantar. Entonces estoy más apartada, tiene que ser una cosa muy buena, que me paguen muy bien, para yo ir. Ya me apetece la casita, que son cuarenta años de mucho trabajo y muchos kilómetros en el cuerpo de coches, de trenes, de aeropuertos y aviones. Ha sido agotador. Me llaman para coros y yo digo que canto adelante, canto mis cosas. Marina Heredia, Arcángel, Poveda, Estrella Morente, eran niños cuando venían a verme a mí. Yo cantaba y me pedían permiso para poner las antiguas grabadoras en la mesa, y yo decía “venga, a grabar”. Me respetan todos los flamencos, unos me llaman omá, otros momá, o la tata… Me dicen que soy la fuente de la que ha bebido todo el mundo. ¿Cómo voy a trabajar ahora para ellos?
–¿Cómo es su vida hoy?
–Estoy muy cansada después de todos esos años de no parar. Ya mi cuerpo me pide ver novelas, comerme mi comida, echarme una siesta, acostarme a las once de la noche, levantarme a las siete de la mañana, beberme mi café, limpiar mi casa…
–¿Sigue viviendo en Triana?
–No, me he cambiado otra vez para Las Tres Mil. Estuve en Triana doce o trece años, de allí me fui para Utrera, he estado diez años en Utrera. Pero ya estoy mala, a cada momento tenía que llamar a los municipales con esto del colon que me pongo malísima de la muerte, y me llevaban al Virgen del Rocío. Y mi hijo me insistió para que me viniera más cerca de él, y aquí estoy en Las Tres Mil, donde me crie. Yo nací en la calle Procurador, pero crecí aquí y en el Polígono San Pablo, con Remedios, con Carmelilla, con los Amador… Ahí nos hemos criado todos juntos, unos al lado de los otros. Cada uno tiró para un lado, y yo he terminado aquí.
–Mucho arte que hay allí, por cierto.
–Y lo que no te imaginas. Yo voy a comprar el pan, y hay un niño con siete u ocho años jugando con su bicicleta, se para, se lía a cantar, y no es normal el compás que tiene, que es para darte chocazos. Yo me siento en un escalón para escucharlo. Niños con seis o siete años cantando por bulería, por soleá, por fandango, que te mueres. No juegan al fútbol ni a nada, ese es el juego de aquí de Las Tres Mil: cantar. ♦
→ Ver aquí las entregas de la serie LOS ELEGIDOS, de Alejandro Luque, sobre los colaboradores de Paco de Lucía:
# LOS ELEGIDOS (XXV) Farru: «Paco de Lucía me confesó un día que no le gustaba el baile»
# LOS ELEGIDOS (XXIV) Montse Cortés: «Paco aconsejaba a los jóvenes que asegurasen la olla hirviendo»
# LOS ELEGIDOS (XXIII) La Tana: “Paco decía que Camarón era para disfrutar, pero para estudiar había que acudir a los viejos”
# LOS ELEGIDOS (XXII) Pepe Pereira: «En Paco había una falta de autoestima musical»
# LOS ELEGIDOS (XXI) Juan Ramírez: «Cuando murió Paco se acabó el petróleo, ahora solo quedan charquitos»
# LOS ELEGIDOS (XX) Antonio Sánchez: «Paco no fue el único creador, pero ser antipaquista es ser idiota»
# LOS ELEGIDOS (XIX) Bobby Martínez: «Cuando Paco me dijo que en flamenco no se lee música…»
# LOS ELEGIDOS (XVIII) Joaquín Grilo: «Me duele la forma en que se rinde homenaje a Paco»
# LOS ELEGIDOS (XVII) Domingo Patricio: «El nivel de las giras de Paco no lo había antes ni lo hay ahora»
# LOS ELEGIDOS (XVI) Enrique Heredia ‘Negri’: «Una conversación con Paco equivalía a diez años de carrera»
# LOS ELEGIDOS (XV) Toni Aguilar: «Dejé el grupo de Paco de Lucía porque no quería engañarlo»
# LOS ELEGIDOS (XIV) Jesús Pardo: «Para Paco era inconcebible sacar un disco y que la gente no se asombrara»
# LOS ELEGIDOS (XIII) Juan Manuel Cañizares: «Cada vez que cogemos la guitarra, Paco está ahí»
# LOS ELEGIDOS (XII) Álvaro Yébenes: «Paco de Lucía nunca pudo salirse del flamenco»
# LOS ELEGIDOS (XI) Rubio de Pruna: «Paco de Lucía hablaba maravillas de sus compañeros, nunca alardeaba de sí mismo»
# LOS ELEGIDOS (X) Chonchi Heredia: «Paco de Lucía ha dejado frustrados a todos los guitarristas»
# LOS ELEGIDOS (IX) / Rubem Dantas: «En Rusia, Alemania o Japón todos se volvían flamencos escuchando a Paco de Lucía»
# LOS ELEGIDOS (VIII) / Rafael de Utrera: “Gracias a Paco acabé cantando diez veces más alto de lo que llegaba antes”
# LOS ELEGIDOS (VII) / David de Jacoba: «La primera vez que vi a Paco hacer una nota a mi lado quise ponerme a llorar»
# LOS ELEGIDOS (VI) / Niño Josele: «La música de Paco de Lucía era como mi idioma natural»
# LOS ELEGIDOS (V) / Antonio Serrano: «Paco se ponía nervioso antes de los conciertos, porque no estudiaba nada»
# LOS ELEGIDOS (IV) / Duquende: «El grupo de Paco de Lucía era como una nave espacial»
# LOS ELEGIDOS (III) / El Viejín: «Cada falseta de Paco de Lucía te puede llevar por un rumbo diferente»
# LOS ELEGIDOS (II) / Dani de Morón: «Todavía hay quien cree que no estudiar a Paco es tener personalidad»
# LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (y II): «Paco de Lucía tenía a todo el mundo esperando que fallara»
# LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (I): «Enrique Morente era un visionario de los de verdad»