La iniciativa de Manuel Bohórquez de organizar en su pueblo adoptivo, Palomares del Río, un festival dedicado a los flamencos no nacidos en la patria del género es, en mi opinión, una de las más valientes de entre las muchas que viene acometiendo ese agitador vocacional nacido en Arahal. Darle el sitio que merece a los flamencos de allende nuestras fronteras no solo es justo y necesario, es poner en valor a los cada día más numerosos artistas flamencos venidos de los cuatro puntos cardinales. Es señal de la excelente acogida que tiene desde siempre el flamenco entre los guiris. Si no fuera por ellos nuestro género seguramente no habría llegado donde hoy está, esa es la verdad. Mucho le debe el flamenco al público extranjero para el desarrollo y buena salud económica de los artistas jondos. Por eso y por muchas cosas más, dar la oportunidad de subirse a un escenario de la provincia de Sevilla es signo de generosidad para con ellos y señal de agradecimiento por tanto, y muestra de la buena fe que impera entre profesionales y afición para con los artistas de todo lugar, pelaje y condición.
La capacidad del género flamenco para propagarse se debe también a una cualidad que posee y que no todas las músicas tienen, lo que los alemanes llaman Allgemein Gültigkeit, Validez General. El flamenco gusta allá donde va porque todas las culturas sienten que algo de ellas forman parte de su ADN. El flamenco se nutrió de las mil culturas que poblaron Andalucía durante tres milenios y esta música y su baile son en cierto modo el tarro de las esencias que durante todo este tiempo fueron destiladas hasta cristalizar en lo que hoy reconocemos como flamenco. Por lo que más pronto que tarde todos participarán de la fiesta y pondrán en su sitio a los agoreros que se empeñan en negar el pan y la sal a quienes no forman parte de su grupo, empeñados en empequeñecer un arte con sincera vocación universal, imparable en su expansión, que no tiene dueño y que es en verdad el regalo que le hicieron al mundo un pequeño grupo de gitanos y gachés del suroeste de Europa, tierra bendecida y lugar privilegiado que está en el mundo para darnos gloria.
El flamenco, desde siempre, ha tenido en sus filas artistas nacidos en otros países que han pisado los mejores escenarios formando parte de las mejores agrupaciones. A riesgo de olvidar a muchos, sí quiero rememorar a los más importantes guirijondos. En el mundo del baile son muy numerosos. Empezando por Fanny Ellsler, austriaca y principal impulsora de los bailes nacionales en los mejores teatros de Europa y América en la primera mitad del siglo XIX con su inmortal versión coreográfica de la cachucha. O la muy celebrada parisina Marie Guy-Stéphan, protagonista de la Asamblea General de Serafín Estébanez Calderón junto nada más y nada menos que al Planeta. Bailarina que llegó a Cádiz junto al mítico Marius Petipa, principal coreógrafo de los ballets de Tchaikovsky, ahí es nada. La irlandesa Lola Montes, cuya fama se basaba en hacerse pasar por andaluza, como hizo mi paisana la Bella Otero que, aunque nacida en una aldea cercana a Pontevedra, perjuraba ser gaditana de nativitate. Por supuesto las dos primerísimas figuras del baile español y flamenco, Antonia Mercé “La Argentina” y Encarnación López “La Argentinita”, ambas hijas de españoles aunque nacidas en Buenos Aires y auténticas revolucionarias del arte de Terpsícore, impulsoras del ballet flamenco, a quienes tanto debe el baile de ayer y de hoy.
«Es señal de la excelente acogida que tiene desde siempre el flamenco entre los guiris. Si no fuera por ellos nuestro género seguramente no habría llegado donde hoy está, esa es la verdad. Mucho le debe el flamenco al público extranjero para el desarrollo y buena salud económica de los artistas jondos»
Ya en la segunda mitad del siglo XX encontramos al holandés Albrecht Nicolaas van Aerssen, para el flamenco Alberto Lorca, los mexicanos Roberto Ximénez, José Aranda “Manolo Vargas” o Luis Pérez Dávila “Luisillo”, el italiano Constanzo Greco “José Greco”, la también mexicana Lucero Tena, la mejor tocaora de palillos de todos los tiempos. Por supuesto, el bahiano Rubem Dantas, percusionista mayor del reino, la bailaora japonesa Yoko Komatsubara, o el bailaor Shoji Kojima, la bailaora suiza Nina Corti, el guitarrista francés Manitas de Plata, y la también francesa Laura Toledo o el australiano Gabriel Heredia. Cómo no, el guitarrista conocido como Payo Humberto, acérrimo seguidor de Niño Ricardo. La promotora de esta plataforma donde escribo, la cantaora venezolana Jafelín Palacios. La también cantaora norteamericana María La Marrurra, nuestra Estela Zatania estudiosa y flamenca hasta las trancas. Y John Lane el Pollito de California. El magnífico violinista Alexis Lefevre o los muy reconocidos guitarristas holandeses Tino van der Sman y Yus Wieggers o Gaspar de Holanda. No cito a los más jóvenes, ya que la lista sería interminable.
Pero no quiero dejar de recordar a Miles Davis y Chick Corea por sus magistrales incursiones en lo flamenco. Y también es de ley darle sitio a tantos viajeros que llevaron el mensaje del nacimiento de un género excepcional desde el siglo XVIII, los Davillier, Gautier, Ford, Dumas, Borrow o Irving. Entre los estudiosos sobresalen nombres como los del austriaco Hugo Schuchardt, el argentino Anselmo González Climent, autor de Flamencología, quien inauguró oficialmente la ciencia que estudia lo flamenco, el sociólogo austriaco Gerhard Steingress, maestro, los norteamericanos William Washbaugh y Don Pohren, y mi querida Kyoko Shikaze, que más flamenca no la hay. Guiris tan solventes como los franceses Claude Worms y Alan Faucher, de los mejores entre los que se dedican a llevar el toque flamenco al papel pautado. Y por supuesto no me olvido de la gran Cristina Heeren, cuya impagable labor nunca será suficientemente reconocida.
Hoy son muchos los nombres que tienen un sitio entre los flamencos, que se codean con el más pintado y nadie se atreve ya a criticar. Algo muy parecido ocurrió en el jazz. En los años veinte del pasado siglo nadie podría imaginar que el género norteamericano por excelencia iba a propagarse por todo el mundo como lo ha hecho y hoy resulta de lo más normal que en cualquier rincón de planeta haya grupos tocando blues, swing, rythm & blues o BeBop, y el mismo camino está recorriendo, aunque con décadas de retraso, el flamenco. Mucho le deben estos artistas guirijondos a Carmen Amaya, a Gades, a Paco. A todos los que en el último siglo han viajado por el mundo entero llevando el flamenco a los mejores escenarios y al público más selecto, creando allá donde iban una afición fiel y resuelta a formar parte de la familia flamenca.
Nuestros mejores deseos para la segunda edición del Festival Guirijondo de Palomares del Río. Que el tiempo acompañe y el público se vuelque con este proyecto tan ilusionante. Salud y libertad, que falta hace.
→ Ver aquí las entregas anteriores de la sección A Cuerda Pelá de Faustino Núñez en Expoflamenco