El 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer y parece un buen momento para, una vez más, reconocer el papel de la mujer en el arte de lo jondo, que siempre lo tuvo, desde los mismísimos orígenes. La primera vez que apareció este arte en un libro o un diario, ahí estaban ya las flamencas cantando, bailando o tocando la guitarra. Por tanto, y lo digo sin ánimo de polemizar, no entiendo los chiringuitos que han florecido sobre “el papel de la mujer en el flamenco”, como si nunca se le hubiera dado importancia al papel de la mujer andaluza. Ya en el siglo XIX, los flamencos hablaban de las seguiriyas de María Borrico, las soleares de la Sarneta, los jaleos de La Campanera o las malagueñas de La Trini. O sea, que eran reconocidas ya como creadoras de cantes o de escuelas de cante.
Cuando nuestro arte se mete en el teatro, ahí están también las mujeres. ¿Sabían que las boleras Josefa Vargas, Petra Cámara, Manuela Perea La Nena y La Campanera, andaluzas todas, salvaron a los teatros de Europa de la gran crisis que sufrieron a mediados del siglo XIX. Sí, se lo pueden creer. A lo mejor también saben que cuando el flamenco se metió en los cafés cantantes, abriendo seguramente la mejor etapa de este arte, las mujeres, las artistas, estaban también ahí. Artistas como Dolores la Parrala, Pepa Oro, la Rubia de Málaga, Concha la Carbonera, Josefa la Pitraca, las Coquineras, las Roteñas, Enriqueta la Macaca, Rosario la Mejorana, Gabriela Ortega o María la Serrana. Jamás discriminaron a las flamencas en el teatro ni en los cafés cantantes.
Es cierto que las mujeres tuvieron más problemas que los hombres, en el XIX, para hacerse profesionales del flamenco. ¿Qué era en realidad un café cantante? Un local de copas en el que para ganar más dinero los dueños comenzaron a programar flamenco, como en Viena, París o Florencia, programaban ópera o música clásica. Es algo que comenzó en Europa en el siglo XVIII. A Andalucía llegó ya en el siguiente siglo y algunos avispados empresarios, como El Burrero, Silverio, López Olea o Juan de Dios Jiménez Domínguez, el hijo de El Isleño, vieron una inmejorable oportunidad para convertir a los flamencos y a las flamencas en profesionales que firmaran contratos y salieran en los periódicos.
«Si desde los orígenes la mujer ha estado en el flamenco, si se les ha reconocido como creadoras, si estaban siempre presentes en el teatro, los cafés, los tablaos y las peñas, ¿por qué se está metiendo tanta cizaña con lo del machismo en el flamenco? El papel de la mujer en este arte es fundamental e innegable»
Algunos padres o maridos de aquel tiempo no acabaron de ver bien que sus hijas o mujeres trabajaran en los cafés cantantes, donde, por si no lo sabían, las artistas tenían que alternar con los clientes fuera del escenario. Por eso le hicieron una célebre copla a la famosa Conchita la Peñaranda:
Conchita la Peñaranda
la que canta en el café
ha perdido la vergüenza
siendo tan mujer de bien.
Parece lógico, pues, que un esposo o un padre pusiera reparos para que sus esposas o hijas trabajaran en esos garitos, de donde, además, rara era la noche que no salía alguien con las tripas fuera. Un café cantante era un lugar peligroso, de mala fama, de ahí que tuvieran problemas con las autoridades municipales e incluso eclesiásticas, hasta el punto de que fueron desapareciendo para que floreciera otro tipo de local. Primero cerraron en Sevilla y luego en Madrid, más o menos a finales de la primera década del nuevo siglo, en lo referente a los cafés de la Villa y Corte. Apareció el cierre en los periódicos de 1908.
Es indiscutible que el machismo ha existido en el flamenco, pero no tanto como en otros géneros musicales o artísticos en general, como la ópera o el jazz, e incluso el teatro o el cine. Por tanto, si desde los orígenes la mujer ha estado en el flamenco, si se les ha reconocido como creadoras, si estaban siempre presentes en el teatro, los cafés, los tablaos y las peñas, ¿por qué se está metiendo tanta cizaña con lo del machismo en el flamenco? El papel de la mujer en este arte es fundamental e innegable.
En la actualidad, por ejemplo, la mujer dirige festivales, instituciones, peñas flamencas, programas de radio, secciones en periódicos o cadenas de televisión. Recibe premios en la misma medida que el hombre y muchos de los libros que se editan cada año están firmados por mujeres. ¿Se puede entender, pues, el mal rollo que hay en la actualidad con lo del machismo en el flamenco? Solo podemos entenderlo de una manera: ganas de joder la marrana. Sin la mujer no hubiera habido flamenco y los hombres estamos encantados del papel que han venido jugando a lo largo de la historia y del que juegan en la actualidad.