Israel Fernández (Corral de Almaguer, Toledo, 1989) siempre presume de ser un buen aficionado. Lleva un tiempo en el que parece querer demostrarlo a toda cosa. Después de varios discos publicados, en los que se atreve a componer sus propias letras y hacer algunas variaciones a los cantes, lleva un tiempo volviendo a la tradición. Lo ha hecho con Antonio el Relojero en su más reciente disco (y recital que lo acompaña) y este sábado lo quiso volver a demostrar en la Suma Flamenca de Madrid junto a su inseparable Diego del Morao con un recital de cante titulado Gallo Azul.
Decía el cantaor querer hacer bajo ese título –quien conozca Jerez tan siquiera tangencialmente entenderá por dónde van los tiros– un homenaje al cante de Jerez. Así lo hizo: arrancó con la malagueña de Chacón presentando sus credenciales como cantaor. Y a partir de ahí, todo el repertorio elegido para la noche de la Suma Flamenca tenía su origen en Jerez, pero sonaba a Israel Fernández.
Después de la malagueña vendrían la soleá y taranta de Juanito Mojama, tientos y tangos, bulería por soleá –alrededor de una mesa, haciendo compás con nudillos, una fórmula que se ha convertido en un cliché del cante de Jerez–, seguiriyas, fandangos –lo más personal de todo lo que cantó, y lo hizo a petición del público– y bulerías de la Paquera. Sí: se acordó de todos los cantaores de Jerez que enunciaba en el programa (Isabelita, Terremoto, Manuel Torre, Mojama, Antonio Chacón…) pero todo sonó a Israel Fernández. Mención especial hay que hacer de las bulerías que se marcó Diego del Morao para dar alivio al cantaor ya en el último tramo del recital, ya saben, marca de la casa.
El teatro estaba lleno, y con este cantaor pasa, desde hace tiempo, que hay una disociación muy grande entre lo que percibe el público y lo que percibimos los que escribimos las crónicas de lo que acontece en el teatro. La ovación –que hubo varias– ya comenzó incluso antes de escuchar, antes de que cantase el toledano, nada más salir al escenario, y luego se desvivía con oles y bravos y ovaciones de tirar abajo el teatro en cuanto Fernández remataba los cantes.
Pero esta que firma, una vez más –y ya van unas cuantas– salía fría del teatro. Israel Fernández es un cantaor con muchísimas virtudes: tiene un color de voz precioso, un eco gitano y muy flamenco, tiene la presencia escénica, la afinación, el compás, el conocimiento de los cantes… Pero ha encontrado una fórmula del éxito, una forma de cantar en la que se encuentra cómodo y todo lo que hace sigue un mismo patrón. Siempre en los tonos altos, siempre rematando con tercios alargados con una fuerte profusión de melismas, siempre con ese gesto de ponerse en pie y marcharse. Sabe qué resortes tocar con la voz, cuando lanzar el grito y cuando recoger el cante, pero hace lo mismo por seguiriyas, soleá o taranta. Siempre nos quedamos con ganas de ver cuándo se rompe, cuando acude al susurro, cuando acomete un cante en tonos bajos. Cuando hará algo diferente, que nos sorprenda y nos estimule.
«Israel Fernández se acordó de todos los cantaores de Jerez que enunciaba en el programa –Isabelita, Terremoto, Manuel Torre, Mojama, Antonio Chacón…–, pero todo sonó a Israel Fernández»
Este sábado, en Madrid, eso no ocurrió. Demostró conocimiento y afición, claro que sí. Lo de la humildad, de la que tanto presume, estaría bien profundizar en algún momento. Porque se gusta y explota sus recursos. Nada que decir de esto. Faltaría más.
Y se rodeó también de músicos jerezanos: en la guitarra, su inseparable Diego del Morao, el mago del compás, el guitarrista que se cayó en la marmita del soniquete y encima lo hace con sensibilidad y acierto, siempre siguiendo a su cantaor, y en el cajón flamenco, Ané Carrasco que, sin embargo, no brilló en la noche madrileña. Hizo lo que pudo, pero en otras ocasiones le hemos visto mayor acierto y sobre todo mayor versatilidad. El cajón sonó pobre (sonó poco también, daba la sensación de no estar microfonado) y aunque no restó, tampoco añadió nada de particular.
Fue ya casi al final, cuando interpretaron los fandangos y bulerías, cuando se pudo ver a Fernández a gusto en su cante, más suelto y quizás, con mayor acierto.
Lo hizo con un recital sobrio, sin más escenografía que unas luces que iban alternando la luz cenital hacia cantaor y guitarrista con alguna composición con unos focos colocados atrás que daban amplitud a la escena. Unas sillas de madera negras, como de negro riguroso iban todos los artistas que pasaron por el escenario. Esta vez, Israel Fernández no se dirigió al público más que un par de veces, para saludar y presentar algunos cantes y a los músicos. ¿Una señal de respeto, quizás a las más de 200 víctimas mortales y mil y pico de desaparecidos por las riadas en Valencia? Eso quisimos pensar, aunque qué vehículo tan oportuno el flamenco para mostrar simpatía por las víctimas y qué ocasión tan desaprovechada para hacerlo…
Decía Kiko Veneno en unas coplillas sencillas y siempre certera: “La coca-cola siempre es igual, pero yo no, yo puedo cambiar”. Pues eso. Israel Fernández ha encontrado la fórmula del éxito. Como la coca-cola, donde va triunfa. La coca-cola del flamenco.
Ficha artística
El Gallo Azul, de Israel Fernández y Diego del Morao
Festival Suma Flamenca de Madrid
Sala Roja, Teatros del Canal
2 de noviembre 2024
Cante: Israel Fernández
Guitarra: Diego del Morao
Percusión: Ané Carrasco
Palmas: Marcos Carpio y El Pirulo