No es fácil tener una poética propia. Buenos bailaores, capaces de grandes hazañas sobre el escenario, naufragan por carecer de ella. David Coria es de los que la poseen, sin discusión. Unos minutos de cualquier espectáculo suyo bastan para reconocer su sello. Es su apuesta personal y lleva mucho tiempo conformándola a conciencia. Los bailes robados, su última propuesta, es perfectamente coherente con esa línea pacientemente trazada.
No asistí al estreno en el Festival de Itálica de esta pieza, pero los compañeros que sí la vieron y que volvieron a presenciarla este martes en la sala Bernadette Laffon de Nîmes, en el marco del festival de la ciudad francesa, hablaban –para bien– del día y de la noche. Me ceñiré a lo visto desde un patio de butacas lleno a rebosar y expectante.
Desde los primeros minutos, con los cinco bailarines bañados por una luz cenital de pintura de Ribera y moviéndose al son morosísimo del Vito de Isadora O’Ryan, asistimos a una sucesión de paisajes sonoros que los intérpretes van a habitar bajo una enorme exigencia física. El pretexto argumental son las misteriosas epidemias de danza que se dieron en Europa durante la Edad Media (con la de Estrasburgo de 1518 como paradigma y pie al término Baile de San Vito), y que han sido interpretadas por algunos estudiosos como actos de rebelión frente al poder imperante en la época.
«El creador no pretende que el respetable se sienta cómodo, o se relaje o adormezca. Se trata precisamente de sacarlo de ahí, de sacudirlo, incluso llegando a una cierta agresividad sensorial. Al teatro, parece decirnos David Coria, no se viene a desconectar, sino a conectar, a cobrar conciencia, incluso a trabajar»
Sin embargo, buena parte del desarrollo de Los bailes robados parece inclinarse más por la sensación de opresión que por el espíritu liberador. Ritmos deliberadamente reiterativos, cabezas cubiertas a la manera de los amantes de Magritte, la Danza de la Muerte de Federico García Lorca en la voz poderosa de David Lagos, perfectamente familiarizado con las intenciones de Coria, el violoncello o el saxofón con sus fraseos obsesivos, las luces crudas, los pasajes crepusculares… Es evidente que el creador no pretende que el respetable se sienta cómodo, o se relaje o adormezca. Se trata precisamente de sacarlo de ahí, de sacudirlo, incluso llegando a una cierta agresividad sensorial. Al teatro, parece decirnos, no se viene a desconectar, sino todo lo contrario: a conectar, a cobrar conciencia, incluso a trabajar.
Lo mismo puede decirse del trabajo físico. Cualquier buen profesional de la danza puede ejecutar movimientos que requieren un gran esfuerzo con una sonrisa, como si nada. Aquí el esfuerzo, en cambio, no solo no se disimula, se subraya. Y el espectador acaba participando de él. Tiene algo de ejercicio extenuante compartido, dentro y fuera del escenario. Tanto las tres bailaoras como los dos bailaores denotan un dominio total de distintas escuelas dancísticas y un estado de forma abrumador.
Los lenguajes contemporáneos están muy presentes, pero Coria nunca pierde de vista el flamenco. De las sevillanas a la sobresaliente trilla, de la rondeña o la taranta y hasta con un bando reproducido por el cantaor, la jondura no se ausentó un minuto de las tablas del coliseo francés. No cabe duda de que el montaje también pone a David Lagos al límite de sus capacidades, que son muchas, pero este espectador no podía dejar de pensar que quien de verdad estaba sudando la gota gorda era el técnico Chipi Cacheda para que todo sonara y luciera como está mandado.
Quizá el conjunto ganaría recortando un poco, sobre todo al final, cuando los aires orientales por los que discurre el Convite a la danza de Gabriela Mistral desembocan de nuevo en el Vito melifluo de O’Ryan. Como no podía ser de otro modo, los intérpretes siguen bailando, bailando hasta el último estertor. Y un público entregado, y quizá más acostumbrado a las propuestas de alto riesgo que el español, los premió en pie con aplausos entusiastas y prolongados.
Ficha artística
David Coria, Los bailes robados
Festival de Nîmes 2024
Sala Bernadette Laffon
16 de enero de 2024
Baile: David Coria, Aitana Rousseau, Florencia Oz, Iván Orellana, Marta Gálvez
Cante y asesoramiento musical: David Lagos
Violonchelo y canto: Isidora O’Ryan
Vientos: Juan M. Jiménez
Coreografía: David Coria y bailaores