En todas las ramas del arte, sean las que sean, de cualquier época o lugar, los intérpretes deben torear en todo momento una amplitud de posibilidades, desde lo meticulosamente ensayado hasta la improvisación total y absoluta. Ambos caminos, y todos los que se encuentran entre los dos polos, están al alcance de los artistas más creativos y mejor preparados, disponibles siempre y cuando el cerebro del artista los tenga bien aprendidos a nivel físico y mental. Es cuando las palabras del maestro Paco brillan por su perfecta relevancia: «La técnica te da la libertad de improvisar”. Y tanto, amén.
Pero espera… ¿qué representa improvisar, cómo se define? Como el género que estamos tratando es el flamenco, hablamos de cante, baile y guitarra, cada actividad con su abanico de opciones. Una definición sencilla de diccionario dice: “El hecho de improvisar significa realizar alguna acción sin haberla planeado con anterioridad”.
En un género que depende de unas reglas rígidas, empezando por el compás por encima de todo, parece fuera de lugar hablar de la improvisación. Pero es precisamente esa intocable guía rítmica compartida por todos, que abraza música, voz, taconeo, falsetas, rasgueos y demás, proporcionando la emoción y poniendo los pelos de punta cuando es dominado por los más preparados.
En general, el artista improvisa en unidades o módulos ya construidos y trillados, segmentos movibles de tres, cuatro, cinco o más medidas o compases. Tan corto como un pellizco, o tan largo como la falseta de guitarra que todo guitarrista jerezano toca por siguiriyas, ya sabéis la que digo, cada intérprete con su versión variable.
«Donde menos se improvisa es en guitarra debido al nivel de técnica necesario para sacar sonidos limpios y luminosos. Después, el baile, con sus horas de práctica de combinaciones de los pies, y otras técnicas que piden ensayo. Y finalmente, el cante, porque la voz invita a la creatividad, y no necesariamente requiere alardes técnicos para emocionar con frescura y espontaneidad»
Hace unos años en Holanda asistí a la conferencia de presentación de la obra Muerte sin fin de Mauricio Sotelo, compositor y director de orquesta, Premio Nacional de Música 2001. Dado el prestigio de este señor, puse máxima atención al tema de la charla, a saber, la improvisación en el flamenco, o mejor dicho, la ausencia de la misma según Sotelo. Llegué a la conclusión de que circula relativamente poco en el ambiente flamenco, y quizás por eso el feeling jondo queda eclipsado en su obra. En aquella conferencia el maestro nos explicó que habiendo presenciado incontables horas de preparación de artistas flamencos, pudo observar y comprobar que los flamencos ensayan cada detalle minuciosamente, y que el concepto del flamenco improvisado era un bulo. Figúrate.
Y esto a su vez me ha hecho reflexionar: ¿qué artistas improvisan de verdad en el arte jondo? Lógicamente depende del entorno –tablao, teatro, bautizo…– y de la preparación del intérprete –clases de academia, patio de vecinos, el bar de la esquina…–. Hay que tener abundante valor para ponerse delante de personas que conoces poco o nada, y dejar fluir las emociones de ese momento sin perder el hilo de inspiración.
La naturaleza del flamenco habilita la libertad que conduce a la improvisación exitosa, siempre despachada por intérpretes inspirados, y especialmente por bulería, debido a la naturaleza espontánea de la misma. Así los grandes festeros, tanto históricos como Orillo del Puerto (o de Chiclana), Paco Valdepeñas, Anzonini del Puerto o el Brillantina, veteranos actuales como Miguel Funi, el Marsellés o el Nano de Jerez, y más jóvenes como Javier Heredia o Luis Peña, son los que más jugo sacan de la improvisación. Festera por excelencia, y mira que hay pocas mujeres en esto, mi admirada Cañeta de Málaga, ahora jubilada, que siempre venía con cosas nuevas y se repetía poco, tanto en cante como baile.
Probablemente donde menos se improvisa es en guitarra debido al nivel de técnica necesario para sacar sonidos limpios y luminosos. Después, en dificultad técnica, el baile, con sus horas de práctica de combinaciones de los pies, y otras técnicas que piden ensayo. Y finalmente, el cante, no porque sea fácil, sino porque la voz invita a la creatividad, y no necesariamente requiere alardes técnicos para emocionar con frescura y espontaneidad.