El público solo ve los momentos de gloria, los aplausos, las salidas por la puerta grande. Pero, ¿cuánto soporta un artista a lo largo de su carrera? ¿Cuántas idas y venidas, cuántas maletas traídas y llevadas, cuántas horas muertas de estaciones y aeropuertos? Forma parte del oficio, claro, pero, ¿tendrá el cuerpo memoria de todo eso? ¿Recordará las carreteras, los escenarios, la vuelta a casa tras actuar en un festival de verano? Pensaba en todo eso mientras veía a Enrique El Extremeño defender su repertorio sobre las tablas del gaditano centro de La Merced, presentando su aclamado disco 50 años de cante.
La suya es una vida entregada al cante para el baile, disciplina dignísima para la que ha estado siempre especialmente facultado. Ahora, en la culminación de su carrera y tras haber acompañado a gigantes como Manuela Carrasco, La Yerbabuena, Mario Maya, El Güito, Cristina Hoyos, El Mistela, Farruco o Matilde Coral, Juan Antonio Santiago Salazar ha querido desafiarse a sí mismo y mostrarse como cantaor de alante. Y aun siendo un reto enorme, su sabiduría y su notable potencia vocal le permiten salir airoso del mismo.
Media entrada solo en la Merced, por culpa –se decía– del balompié televisado. “No me importa, los campos de fútbol llenos son para los futbolistas. Yo vengo a dejarme el alma aquí para todos ustedes”, afirmó el pacense con toda la razón del mundo dirigiéndose al respetable. Sus primeros cantes (la trilla, la debla) no son para las masas, sino para paleadear en otros aforos, cuantos más reducidos mejor.
«Enrique está demostrando que todo lo vivido a lo largo de este medio siglo de trabajo está más que bien amortizado. No necesita llenar estadios, no necesita ser más rancio ni más moderno que nadie. Ni siquiera necesita alardear de currículum. Es lo que tiene llevar toda la vida en el arte: que a veces basta con ser uno mismo»
Sigue templando la garganta Enrique por sobrios romances, empañanados por un sonido algo estridente de la guitarra y un volumen a todas luces excesivo para las dimensiones y el aforo de la sala, que por suerte se fueron corrigiendo durante el concierto. La malagueña de Mellizo la hizo al modo mairenero, sin disimular su inclinación por la escuela de don Antonio, acabando por fandangos abandolaos.
Se le veía sin duda a gusto a El Extremeño, impregnado de esa frescura que la capital gaditana parece inspirar siempre en los artistas. “Vamos a estar aquí hasta que venga el lechero”, exageró el cantaor, sin dejar de desgranar su amplio repertorio con morosidad, a menudo señalando los estilos con una voluntad didáctica muy de agradecer para los profanos. “Ahora voy a cantar… No me gusta decir por alegrías, porque el término está muy limitado, así que voy a cantar por Cádiz”, y lo hizo de maravilla, dedicándole el momento a su colega y compadre Felipe Scapachini, “de quien me he fijado mucho para cantar estos estilos”.
Remató una buena tanda de estilos de Levante con el cante de madrugá que aprendió de El Gallina, para pasar a uno de sus puntos fuertes, la soleá por bulería, que borda con ese dominio de los tiempos que le es característico. Al lechero le quedaba aún por llegar, pero el respetable estaba ya a esas alturas bien saciado de buen hacer y jondura. Todavía habría de llevarse el regalo de esas bulerías con guiño a Bambino con las que Enrique El Extremeño puso fin a su concierto y de pie a los espectadores.
Con la cita de la Bienal de Sevilla en el horizonte (actuará el 13 de septiembre en el Teatro Alameda), Enrique está demostrando que todo lo vivido a lo largo de este medio siglo de trabajo está más que bien amortizado. No necesita llenar estadios, no necesita ser más rancio ni más moderno que nadie. Ni siquiera necesita alardear de currículum, porque lo que ha hecho forma parte del pasado –glorioso, eso sí– y el escenario es siempre un aquí y un ahora. Es lo que tiene llevar toda la vida en el arte: que a veces basta con ser uno mismo.
Ficha artística
Recital de Enrique El Extremeño
Ciclo Cádiz es Flamenco
Centro La Merced, Cádiz
20 de junio de 2024
Enrique El Extremeño, cante.
Antonio Santiago Ñoño, guitarra.
Jorge Bautista y Juan Mateo, palmas.