De todas las cosas que le han pedido hacer sobre un escenario al cantaor y multiinstrumentista Antonio Campos a lo largo de su vida, tal vez la más extraña haya sido despiezar un cordero lechal a la vista del público. Eso precisamente fue uno de sus cometidos en el nuevo montaje de Andrés Marín y Ana Morales, que se estrenó anoche en el Teatro Central, en el marco de la Bienal de Sevilla. Lo del cordero lo hizo Campos limpiamente, con tajos firmes y expertos, pues el granadino viene de familia de matarifes, como tantos otros a lo largo de la historia del flamenco.
El título de la obra, Matarife/Paraíso, hace alusión a esa larga tradición hilada con el aspecto ritual del sacrificio, lo que lleva la propuesta, Abraham mediante, a una dimensión religiosa. Claro que este punto se conecta, por un lado, con la Divina Comedia y la estética dantesca, y por otro con la idea de amor, siempre colindante con el deseo… ¿Y cómo no caer, entre el amor supremo y la sensualidad a flor de piel, en el imaginario de la Semana Santa?
En efecto, antes de que intentemos acabar de resumir la propuesta, parece aflorar su primer y principal problema: la ambición de abarcar demasiado la expone demasiado a la dispersión. Pero ya hemos visto suficientes trabajos de Andrés Marín para reconocer su sello, esa máquina de crear ensoñaciones que no aspiran a la coherencia, ni a la armonía canónica, ni siquiera a la belleza, sino a desplegar paisajes emocionales muy personales, a menudo chocantes, incluso turbadores. En el caso que nos ocupa, además, hay una clara voluntad iconoclasta, puede que hasta una búsqueda del escándalo por la vía del sacrilegio, si no fuera porque la parroquia, al menos en Sevilla, tiene el callo hecho para todo.
«Una parte del público nadaba en la confusión, pero lo cierto es que el desarrollo en escena era altamente disfrutable. Porque, más allá de toda la hojarasca conceptual, el flamenco estuvo presente, y con un baile enormemente exigente en lo físico y fresco, valiente e imaginativo en lo coreográfico»
Pero vayamos por partes, como la faca de Antonio Campos. El amor que refleja la obra tiende a la dominación y a la animalización recíproca, como en el juego de arrojar un pedazo de carne al suelo para que el otro lo recoja con los dientes, o la administración indiscriminada de obleas –“cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo…”– con una sutil carga erótica. En cuanto al costado religioso, va de lo dramático a lo casi risible (algo que nunca ha importado a Marín), con la al parecer inevitable, y algo cansina para este espectador, enésima caída en la Sevilla autorreferencial, léanse los capirotes de nazareno o una versión del Rezaré de Silvio (versión a su vez del Stand by me de Ben E. King).
Llegados a este punto, una parte del público nadaba en la confusión, buscando el hilo a todas estas estampas, pero lo cierto es que el desarrollo en escena era altamente disfrutable, con escasos momentos de desfallecimiento. Porque, más allá de toda la hojarasca conceptual, el flamenco estuvo presente, y con un baile enormemente exigente en lo físico y fresco, valiente e imaginativo en lo coreográfico. Ahí toca destacar el papel de Ana Morales, a la que imaginamos incorporada sobre la marcha al proyecto inicial de Marín, pero con suficiente personalidad para hacerlo suyo, llenar e iluminar el escenario con su desbordante fuerza y su sensualidad.
Frente al magnetismo de Morales, el carácter de Marín y el firme sostén musical, los otros momentos del montaje (los aforismos proyectados sin demasiado interés, la pausa del bocadillo, los paneles móviles o la cinta de caminar) parecieron elementos de distracción más que otra cosa. Dentro de las posibles lecturas enrevesadas de este Matarife/Paraíso, nos queda una más: la idea de los bailaores –ambos premios Nacionales, dicho sea de paso– como expulsados del Paraíso del flamenco, sacrificados ellos mismos en el altar de la ortodoxia, condenados a levantar su propia iglesia y habitarla como buenos herejes.
La buena nueva es que AM y AM siguen proponiendo nuevos caminos para el baile flamenco desde el inconformismo y el atrevimiento, y sobre todo desde una danza de altísimo nivel. Solo por eso, tienen el cielo ganado.
Ficha artística
‘Matarife / Paraíso’, de Andrés marín y Ana Morales
XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla
Teatro Central, Sevilla
14 de septiembre de 2024
Baile: Andrés Marín, Ana Morales
Antonio Campos – Cante, Guitarra, Bajo y Percusión
Susana Hernández ‘Ylia’ – Teclados, electrónica y espacio sonoro
Daniel Suárez – Percusión
Manuel López. Corneta de los “armaos” de la Banda de la Centuria Romana de la Hermandad de la Macarena y Francisco Javier Pérez Pérez director de la Banda de CC. y TT. del Sol