Apelando a Gabriela Mistral, cuando un flamenco asoma por el escenario tiene su cara llena de lágrimas. He escuchado, por ejemplo, a Diego Clavel cantar llorando por fandangos. Federico García Lorca ya anunció que cuando empieza el llanto de la guitarra, se rompen las copas de la madrugada. Pero aquel Sur que definió a la perfección Luis Cernuda como un desierto que llora mientras canta, aún existe. Y cuando a los que tanto lloraron con su cante se les quedó seco el pozo de las lágrimas, aparece el protagonismo de la guitarra.
Acaso de ahí venga el verso de la guitarra llora, la guitarra canta, cuando no tengas nada que hacer en la vida, oye la guitarra. Es lo que hemos hecho, acudir al Espacio Turina porque ante un guitarrista en solitario, sin apoyo de ningún tipo y respetando el programa que anuncia quien lo contrata, las lágrimas que se acumulan en la guitarra de Pedro Sierra no podían ocultarse.
Abrazado al instrumento principió el llanto de su guitarra por rondeña (La serranía), acrisolada y equilibrada en los acordes, sin el espectro aterciopelado de lo antijondo, cerrada con guiños buleaeros, y tan digna de tener en consideración como la bambera (Sibarita), agradecida para un público al que Sierra le agradeció la calor que le transmitía, contagio que entre trémolos, arpegios, falsetas y picados desembocamos en la taranta (Rumor sonoro), con lo que el artista natural de Hospitalet de Llobregat, aunque tan sevillano como la calle Betis, se mostraba como un músico avezado, ordenado y con ideas propias.
Ítem más. En esa taranta, cincelada nota a nota, denotamos un profundo afilado en las transiciones, fraseo fantasioso con sabor a mina y dinámicas musicales muy bien estudiadas. Por el contrario, cuando se acumulan las tensiones, vertiginosas y pobladas de sequedad dado lo cortante de la acentuación o la huella percutiva de la pulsación, es porque se abordan Para ti, unas alegrías de arco amplio y variado, y espíritu penetrante, como la farruca (Cadencioso), a la que solo le faltó en nuestro imaginario el baile del recordado amigo y maestro Mario Maya.
«El público respondía con palmas a compás porque apreciaba el enorme crecimiento y madurez de Pedro Sierra. Un guitarrista idóneo para transmitir afectos, capacitado para ejecutar de manera compacta ese juego de contrastes y colores que dejaba el llanto emocional de su guitarra»
Hay veces, sin embargo, que las notas no bastan para calmar el ansia o el dolor del pecho del oyente, y es entonces cuando aparece la metáfora de la vida, el Laberinto, una seguiriya de líneas claras, proporcionada, rítmicamente precisa y ajustada, por momentos fustigante en lo rítmico, pero agradecida por las lágrimas derramadas sobre el diapasón.
El concierto de Pedro Sierra era, a esta luz, ondulante, con sólo tres desajustes en el diapasón, imperceptibles sin duda porque es un profesional que sabe latín y griego, pero con líneas armónicas oscilantes, con lo que evidenciaba ser un artista de talla, como justificó en la malagueña (Aires de Ronda), con acentos muy marcados en el cierre con el fandango verdial para aires de danza, e imperiosa su capacidad de matización y de modelado en cada fraseo, tal que la granaína (Corral del Carbón), interpretada primorosamente, soberbia, con ese empaste que caracteriza a un buen guitarrista y con una exploración final muy delicada.
Subrayo que a esa granaína la acogimos como lágrimas dulces para el alma por los suspiros que exhalaba, en tanto que no pierde el concierto la esperanza por la Calle Pureza, una soleá acaso demasiado efectista para el gusto del crítico, pero que dejó una grato sabor merced a un instrumentista con los conceptos muy claros y firmes, dado que traduce con sapiencia y sentido las concepciones de sus predecesores y maneja la mano derecha como batuta flamígera que divide y subdivide los compases con soltura y tino.
Fue tras la soleá cuando escuchamos una exclamación en el patio de butacas que nos estremeció: “¡Vamos allá, abuelo!”. Y el público le respondía con palmas a compás porque apreciaba perfectamente el enorme crecimiento y madurez de Pedro Sierra, un compositor con contenidos de expresión poderosa y cálida a la vez, y un guitarrista idóneo para transmitir afectos, capacitado, mismamente, para ejecutar de manera compacta ese juego de contrastes y colores que dejaba el llanto emocional de su guitarra.
Las últimas lágrimas lloradas quedaron tras Los vientos, las bulerías de la clausura que sonaron a gloria en una guitarra que, de tanto sollozar, quedó como el gerardiano pozo con viento en vez de agua.
Ficha artística
Llanto flamenco de la guitarra, de Pedro Sierra
XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla
Espacio Turina
20 de septiembre de 2024
Pedro Sierra, guitarra