Agustín Castellón Campos Sabicas (Pamplona, 1912 – Nueva York, EE.UU., 1990) fue, hasta la irrupción de Paco de Lucía, el guitarrista flamenco de mayor proyección internacional gracias a la indiscutible calidad de su toque y, conviene recordarlo, a estar afincado en Estados Unidos, donde la industria discográfica siempre ha sido potentísima. Así, el catálogo de discos que grabó el maestro navarro es difícil de abarcar. Lo analiza exhaustivamente José Manuel Gamboa en el imprescindible La correspondencia de Sabicas, nuestro tío en América. Su obra toque x toque (El Flamenco Vive, Madrid, 2013).
El primero –que yo sepa– que escribe una amplia semblanza del tocaor fue Fernando el de Triana, en su celebérrimo libro Arte y artistas flamencos (Imprenta Helénica, Madrid, 1935). Conviene leer todo, porque gran parte de lo que se ha dicho después sobre los primeros años del genial tocaor procede de ese texto (con información que hubo de proporcionarle el propio Sabicas a Fernando el de Triana). Dice así:
«Este niño prodigio, que así creo que debieron llamarle desde sus primeras manifestaciones artísticas, es un caso único en el dificilísimo arte de la guitarra. A la edad de cinco años concebía la idea del penoso aprendizaje, siendo aún más raro que esto ocurriera en Pamplona, su ciudad natal, donde por desgracia para Sabicas no había ningún profesor de flamenco que pudiera enseñarle los primeros compases de este toque, que era el que a él más le agradaba, por lo que escuchaba en las máquinas cantadoras.
En frente de la casa donde Sabicas vivía habitaba un señor que se pasaba horas y horas tocando la guitarra, aunque siempre tocaba lo mismo. Y tantas horas como aquel señor se pasaba tocando, otras tantas se pasaba Sabicas escuchando, hasta el extremo que ya se sabía el muchacho de memoria todo lo que su vecino ejecutaba con más o menos facilidad. «¡Si yo tuviera una guitarra, yo tocaría todo eso y más!», decía. Un día iba con sus padres para pasar la tarde en un café céntrico, y al cruzar frente a un almacén de música, entre otros instrumentos que había en el escaparate vio el muchacho una guitarrita pequeña, pero con seis órdenes, como las grandes. Marcaba el precio de 17 pesetas. Solicitó de sus padres que le compraran el pequeño instrumento, y como éstos creían excesivo el precio para un juguete, trataron de hacerlo desistir de su pretensión, llegando el pequeño Sabicas a decir que no se separaría de aquel sitio mientras no le compraran la guitarra, prometiendo a la vez que no era para jugar y sí para aprender muchas cosas que él sabía de memoria. Consultaron los padres y ocurrió lo que tenía que ocurrir. ¡Quién le da disgusto! ¡Vamos a comprársela! Pasaron al establecimiento y adquirieron el diminuto instrumento, que para el aspirante a guitarrista representaba un mundo de ilusiones.
Al encontrarse poseedor de la guitarra ansiada se le quitaron las ganas de ir al café y pidió a su madre la llave de la casa, en la cual él cuidaría de que no entrase nadie. Una vez conseguido su empeño se marchó solo, pues los padres siguieron para el café, donde pasaron la tarde. ¡Cuál no sería la sorpresa de éstos al ver, a su regreso, que Sabicas le arrancaba a la guitarra algunos sonidos que guardaban relación con una música popular: la «Banderita española»! Aprendió solo a afinar la guitarra, y en vista de su desmedida afición le compraron sus padres un gramófono, que él hacía marchar muy despacio, y así empezó a copiar cuanto escuchaba. Cuando Sabicas tenía siete años, con motivo de celebrarse en Pamplona la jura de la bandera, se organizó por los militares una brillante fiesta, en la cual fiesta tomaba parte un capitán que, según decían, cantaba muy bien por flamenco. Pero se tropezaba con la dificultad de que no había en todo Pamplona quien le acompañara con la guitarra.
Alguien dijo que había un chiquillo, hijo de un compañero, que tocaba muy bien, y allí se encaminó una comisión a solicitar del padre permiso para que el pequeño Sabicas tomara parte en el festival como guitarrista. No sin gran trabajo lograron su empeño, pues sus padres creían que el chico se asustaría del público y no daría ni una nota que encajara en el cante. Pero fue todo lo contario, pues como quiera que el capitán cantaba lo que había aprendido en el gramófono y eso se lo sabía Sabicas de memoria, resultó el número muy bien, y Sabicas, después de recibir un buen regalo, fue muy felicitado por todos los concurrentes, que quedaron encantados.
Esta brillante actuación aseguró a los padres del diminuto guitarrista que éste llevaba buen camino para artista, y le facilitaron cuantos medios estaban a su alcance, hasta lograr lo que al fin consiguieron, pues a los diez años de edad, cuando aún vestía el pantaloncito corto, se presentó nada menos que en Madrid, en el teatro El Dorado, como concertista, alcanzando un éxito clamoroso. Todos conocemos el brillante curso de su carrera artística hasta hoy, que cuenta veintidós años de edad y ocupa un elevadísimo puesto entre los guitarristas de primera categoría».
Merece la pena detenerse en lo que hay señalado en negrita. Parece claro que el pequeño Agustín era un niño prodigio. También que sus padres podían permitirse comprar, sin arruinarse, una guitarra de 17 pesetas. Estamos alrededor de 1917, cuando el sueldo medio anual de un trabajador oscilaba entre 780 y 1680 pesetas. Si nos situamos en unas 1280 pesetas por año nos da unas 3,5 pesetas diarias, lo que significa que el precio de la guitarra equivaldría al sueldo completo de unos 5 días de trabajo. También compraron un gramófono, un aparato novedoso que estaba al alcance de muy pocos. En la época costaba unas 60 pesetas, que vendría a ser el sueldo íntegro de algo más de medio mes. Esto nos indica que la familia de Sabicas tenía cierto desahogo económico. Es más, podían permitirse tener criada, como se desprende de la entrevista que le concedió en 1986 a Ángel Álvarez Caballero:
«De chiquito, en Madrid, mi madre mandaba a la criada a la compra y, cuando volvía, yo metía la mano en la cesta, sacaba las habas y me las comía con cáscara y todo. Entonces, mi madre me miraba y me decía: «“Pero, hijo mío, estás na más que con las habas. Te voy a poner habas y habas y habas, habicas”. Y de las habas, la-s-habicas, me quedó Sabicas».
¿En qué trabajaban los padres de Sabicas? De lo escrito por Fernando el de Triana se podría colegir que el padre era militar cuando ocurre la anécdota de su hijo Agustín, sobre 1919, pues entre los militares se habla del «hijo de un compañero». No encuentro noticias sobre el particular, así que lo más probable es que sea un error de Fernando el de Triana, o puede que cambiara de oficio, algo que veo menos probable. El padre de Sabicas se llamaba Agustín Castellón Gabarri y nació en Zaragoza en 1884. Por tanto, cuando sucede la anécdota ya tiene 35 años, con lo cual se descarta que la hipotética vinculación con el ejército se debiera a que estaba cumpliendo el servicio militar.
La madre de Sabicas era Rafaela Campos Bermúdez y nació en Madrid en 1886. En los datos biográficos que hay dispersos sobre Sabicas se dice que sus progenitores se dedicaban a la venta ambulante.
En la semblanza de Fernando el de Triana se insiste en que Sabicas era autodidacta y que aprendió del gramófono que le compraron. Pero, ¿fue absolutamente autodidacta? La pregunta es pertinente porque en esto puede haber grados. Por ejemplo, un caso de niño prodigio de la guitarra flamenca que está mucho mejor documentado, por ser más reciente, es el de Paco de Lucía. En la familia del algecireño tocaban la guitarra su padre, Antonio Sánchez Pecino, y su hermano Ramón, casi diez años mayor que Paco. Lo que ocurrió es bien sabido por todos: Paquito dejó con la boca abierta a todos los miembros de la familia cuando rehacía lo que le enseñaban. ¿Autodidacta? No y sí. Tampoco hay que perder de vista que el ambiente flamenco que había en Algeciras en los años 50 no se puede comparar con el prácticamente inexistente de la Pamplona de la segunda década del siglo XX, lo que acrecienta, sin duda, el mérito de Sabicas.
En las entrevistas que hizo a lo largo de su vida, Sabicas insistía en que no tuvo maestros. Por ejemplo, en el libro Queen of the Gypsies. The Life and Legend of Carmen Amaya (Sevilla Press, San Diego, California, EE. UU., 1999), escrito y editado por Paco Sevilla, se recogen estas palabras del tocaor (transcribo la traducción que aparece en la página Flamenco World «Sabicas, Ramón Montoya, El Niño de Huelva.»):
«No he tenido en mi vida maestros. Prueba de ello es que tengo un hermano al que no he podido ponerle nunca ni una sola variación. No sé enseñar, por eso no doy lecciones, porque a mí nunca me enseñó nadie. No sé por dónde se empieza. No sé música».
Pero un año antes de fallecer Sabicas le concede una entrevista a Mona Morlasky. Se publicó en inglés en la revista Guitar Review a los pocos meses de morir el maestro. Agustín Castellón dice (tomo la traducción de DeFlamenco):
«Mi padre tocaba la guitarra, pero solo un poquito. Mi tío cantaba las falsetas o variaciones musicales, y yo las copiaba con mi guitarra. Jamás nadie me enseñó nada».
Teniendo en cuenta todo lo anterior, cabe hacer algunos comentarios y plantear varias preguntas:
1ª) No sabemos nada de este tío de Sabicas. ¿Las falsetas que cantaba eran las que el padre de Sabicas tocaba a la guitarra? Volviendo al ambiente militar en el que se desarrolla la primera actuación del niño Agustín, ¿podría ser que ese «hijo de un compañero» del capitán fuese, en realidad, un «sobrino de un compañero»? En tal caso, no se puede descartar que el tío de Sabicas fuese un músico militar, como lo fue, por ejemplo, el padre de Tomatito. Muchas suposiciones y ninguna prueba.
2ª) Por lo que se desprende de lo dicho por Sabicas, parece que cuando era niño su padre ya tocaba la guitarra. Luego es bastante probable que ya hubiera una en casa. De ser así, la guitarra del pequeño Agustín no era la única de que disponían.
3ª) ¿Exageró Sabicas? ¿Quizás Fernando el de Triana? Difícil saberlo, pero quizás se recargó la condición de «autodidacta absoluto» (o sea, sin nadie que le enseñara siquiera lo más mínimo) para causar mayor asombro, que es lo que necesita un joven de 22 años para abrirse camino en el proceloso mundo del arte.
4ª) ¿Estaríamos ante un caso similar al de Paco de Lucía? Intuyo que el nivel guitarrístico de don Agustín debía estar por debajo de los conocimientos que tenía don Antonio Sánchez y, como es obvio, de los de Ramón de Algeciras, grandísimo tocaor profesional. Además, insistimos: Algeciras no es Pamplona. Aun así, Agustín Castellón Gabarri tenía destreza suficiente como para hacer constar años después que su profesión era la de «artista».
En la documentación referente a los movimientos migratorios que se recogen en el Portal de Archivos Españoles (PARES) encontramos esta ficha del padre de Sabicas.
Las fotografías las incluye Gamboa en el libro arriba citado (pág. 15), así como el lugar de nacimiento (Zaragoza). Esta tarjeta se expidió el 26 de diciembre de 1939 en el consulado de México en La Habana. Se dice que tiene 55 años, de ahí la fecha de 1884 como año de nacimiento que da Gamboa y que aparece en la ficha de inmigración que encontramos en la página web.
También se detalla que su profesión es «artista». Es curioso que como raza se diga que es «blanca», cuando el padre de Sabicas era un gitano de tez muy morena. ¡Las cosas!
Cuando llega a México procedente de La Habana lo hace por Veracruz, el 28 de diciembre de 1939. El nuevo documento que expiden al llegar a México es del 31 de enero de 1940 y le toman otras dos fotografías. En él se hace constar que es «artista teatral». Francisco Hidalgo Gómez en su libro Carmen Amaya (Ediciones PM, Barcelona, 2013, págs. 113-114) ya señala la condición de artista de Agustín Castellón padre, cuando escribe de la bailaora:
«Sus hermanos Paco, María, Antonia y Leonor, junto con Sabicas, su novio por aquel entonces, Antonio Triana, Jesús Perosanz, Pelao el Viejo, Lola Montes, Diego Castellón y su padre completan la compañía que presentará en el Carnegie Hall, el 12 de enero de 1942, un gran espectáculo de 15 números, producido por Hurok Atractions, Inc.».
Sabemos, por tanto, que el padre de Sabicas actuó en uno de los escenarios más emblemáticos del mundo justo en el momento en el que Carmen Amaya inicia «su consagración definitiva como una de las primerísimas figuras mundiales del baile» (Hidalgo Gómez, op. cit. págs. 113-114).
* Continuará.