Jaime Portillo Sánchez, el Niño de Arahal, era un cantaor poderoso, de reuniones, que se codeó con algunos de los grandes maestros del siglo XX. Lo conocí cuando se empezó a crear la Peña Flamenca El Chozas en la Carretera de Su Eminencia, en concreto en la Plata, a mediados de los setenta. Andaba yo haciéndole la corte al cante, queriendo ser cantaor, y un día apareció el de Arahal por la peña con Cepero de Cantillana y algunos amigos aficionados.
Iba siempre elegantemente vestido y con botas de media caña. Tenía una voz aguda impresionante y lo que más me gustaba de él era que hablaba de lo que había vivido, que no fue poco. Por ejemplo, en la popular Venta Vega, de la carretera de Cádiz, donde se buscaban la vida muchos cantaores y guitarristas de renombre que no tenían buena relación con el agente Pulpón. Jaime era del grupo de los raros, algo delicado para el trato con los representantes.
Un día me invitó a vivir la experiencia de pasar una noche en esta venta flamenca desaparecida en 1989 y acepté la invitación. Cuando llegamos, sobre las diez de la noche, estuve viendo fotos flamencas en las paredes un buen rato. Vi que en la barra había un hombre gordo y canoso, con cara de tener sueño, que fumaba continuamente. Era el guitarrista Antonio Sanlúcar, el hermano del también guitarrista Esteban Sanlúcar.
Dentro, en una sala, estaban el Gordito de Triana, Cepero de Cantillana y Joaquín de Utrera. Esperaban lo mismo que Antonio, una reunión para llevarse quinientas pesetas a casa. Aquello me impresionó, sobre todo cuando Antonio Sanlúcar me dijo, con voz apagada y triste, que echaba de menos su cama y un caldito caliente para dormir bien. Era triste ver allí a un guitarrista que estuvo hasta en los grandes cafés de la capital de España acompañando a grandes artistas.
«Iba siempre elegantemente vestido y con botas de media caña. Tenía una voz aguda impresionante y lo que más me gustaba de él era que hablaba de lo que había vivido, que no fue poco. Por ejemplo, en la popular Venta Vega, de la carretera de Cádiz, donde se buscaban la vida muchos cantaores y guitarristas de renombre»
Lo mismo había dos o tres reuniones una noche, que ninguna. De las reuniones vivieron muchos cantaores y guitarristas sevillanos en la Alameda, en lugares como la Europa o las Siete Puertas. Me refiero a genios como Tomás Pavón, Paco Mazaco, Luisa la Pompi, la Moreno o el Gloria. No solo en Sevilla, en toda España, porque no todos los artistas eran capaces de ir en una compañía y subirse a un escenario. Preferían la reunión de señoritos, que les permitía llevar dinero a casa cada mañana para poder poner el puchero. No mucho, pero así criaron algunos a sus hijos y hasta les dieron estudios. Era una vida dura, pero también lo era trabajar diez horas en el campo por diez duros o barrer las calles. Iban a la venta con sus mejores prendas, comían, bebían y si la noche se daba bien se iban contentos a casa.
Aquella primera noche en esta venta no hubo suerte, pero regresé un mes más tarde, de nuevo con el Niño de Arahal, y tuvimos la suerte de que a las once de la noche llegó un futbolista del Real Betis con ganas de fiesta y un buen número de guapas mujeres. Era Luis del Sol, un genio del fútbol. Llevaba un traje azul marino y una camisa tan blanca que deslumbraba. Un hombre simpático, zalamero, que al menos aquella noche disfrutó de lo lindo con el cante de Joaquín de Utrera y el Peluca, un imitador de Marchena. Jaime le cantó unos fandangos del Niño Gloria, que los bordaba, y recuerdo que el futbolista se interesó mucho por el cantaor jerezano, en especial por sus saetas, conocidas en el mundo entero. Jaime hacía muy bien esas saetas por sus enormes facultades.
En Arahal hubo otro Niño de Arahal antes que Jaime, Juan Sánchez García El Rubicano, de los tiempos de Manuel Vallejo. Nacido en 1904 en la calle María Beltrán, llegó a estar en las compañías de la Ópera Flamenca y fue bastante popular hasta la Guerra Civil de 1936. Malvivió en la Alameda de Hércules buscándose la vida en las reuniones, siendo muy apreciado en la casa de la Niña de los Peines, especialmente por Tomás Pavón. Fue el cantaor más importante de los nacidos en Arahal junto con Arturo Pavón, el hermano mayor de Pastora y Tomasito, que nació en este pueblo en 1882. Fueron también muy conocidos Antonio el Mono –Joselito II– y Manolo el Plancho, amén de otros de aquel tiempo que no fueron profesionales.
Apadrinado por Pepe Pinto tras ganar un concurso de radio, Jaime Portillo, de la calle La Huerta, número 11 (1943), salió pronto del pueblo y destacó en la saeta, siendo seguidor de Manuel Vallejo y el Gloria. El Rey, como le llamaban en el pueblo, no fue precisamente un rey del cante, pero sí un profesional desde joven. Amante de los galgos, en los ochenta grabó un par de elepés y estuvo muy de actualidad en los pueblos de Sevilla.
En uno de sus discos participé de palmero junto al guitarrista Manolo Franco y su hermano Guillermo, que en paz descanse. Cuando Jaime presentó el disco en Con sabor andaluz, el programa de Miguel Acal en La Voz del Guadalquivir, Miguel dijo que a los palmeros les tendrían que cortar las manos, pero ahí quedó. Miguel nunca supo que era yo el que se fue de compás.
«Me contaba anécdotas de artistas que me gustaban mucho, como el Pinto, Vallejo o el Gordito de Triana. Era un pozo de sabiduría, con una memoria descomunal. De los últimos mohicanos de los cuartos. Murió el 20 de marzo de 2009 y su pueblo le debe un reconocimiento»
Los discos le ayudaron a cantar en muchas peñas y festivales de bajo presupuesto, y llegó a tener una buena peña a su nombre en la Carretera de Su Eminencia, la barriada sevillana, montada por su paisano Manuel Perea, que cantaba muy bien también. Fueron seguramente sus mejores años de artista, los ochenta, aunque al final acabó demasiado olvidado. Cuando empecé a trabajar en la radio fue un día a verme para que le ayudara, por aquello del paisanaje, y lo hice todo lo que pude. Pinchaba sus discos casi a diario, sobre todo la bulería Ay, amor, que pegó un pelotazo en las emisoras sevillanas, aunque no fuera su palo fuerte. Era sobre todo un brillante fandanguero.
Las últimas veces que lo vi estaba en el mercadillo de Su Eminencia, donde a veces vendía frutas y verduras. Cuando me veía a lo lejos entre la gente se apartaba de los cajones para que no lo viera vendiendo y solía hacerme el distraído, como si no lo viera, porque sabía que hería su orgullo de artista. Jaime fue siempre artista, un cantaor de raza, un buen profesional, pero no tuvo la calidad necesaria para acabar su carrera sin problemas.
No fue el único, ciertamente. Cuando se acabó la etapa de los cuartos y los bolos en las ferias de los pueblos, pocos cantaores de aquella generación encontraron sitio en los grandes festivales. Jaime fue uno de ellos, un cantaor que acabó de manera triste.
Siempre lo llevaré en mi corazón y en mi alma de aficionado. Lo recuerdo con frecuencia y siempre con cariño, porque vivimos buenos momentos juntos y fuimos grandes amigos. Era de mi pueblo, paisano, y solo por eso le tuve siempre un cariño especial. Por eso y porque me contaba anécdotas de artistas que me gustaban mucho, como el Pinto, Vallejo o el Gordito de Triana. Era un pozo de sabiduría, con una memoria descomunal. De los últimos mohicanos de los cuartos.
Murió el 20 de marzo de 2009 y su pueblo le debe un reconocimiento.