Cuando muy joven, casi adolescente, comencé a coquetear con el cante ya estaba ahí Manuel Herrera Rodas, el maestro de escuela de Casariche afincado en Los Palacios y Villafranca, los dos pueblos de Sevilla. Él y el llorado Paco Cabrera de la Aurora eran dos activistas flamencos incansables, cercanos siempre al mundo de las peñas, los festivales y una revista, Sevilla Flamenca, que fue donde publiqué mi primer artículo hace ya la friolera de cuarenta y cinco años. Manuel y Paco siempre vieron en mí a un joven aficionado, del mundo de las peñas flamencas de Sevilla, y me ayudaron bastante. Fue Antonio Mairena quien un día le dijo a Paco que me prestaran atención porque “tiene una afición poco común entre los de su edad”. Y lo que pedía el maestro era como una orden.
«El libro de Manuel Herrera tiene un gran valor porque él eligió a artistas del cante, el toque y el baile ya mayores y no muy populares o famosos. A personas que no hubieran entrevistado nunca o casi nunca en los diarios importantes o programas de televisión»
Estos días estoy releyendo unas entrevistas que publicó Manuel a una serie de artistas mayores, y que la editorial Almuzara –vaya catálogo que tiene ya Pimentel– ha editado para deleite de los lectores aficionados. Ya fue un éxito la serie en Sevilla Flamenca, pero ahora se han publicado completas y el libro es de lo mejor que se ha lanzado a las librerías en las últimas décadas. Tiene un gran valor la obra porque Manuel eligió en la mayoría de las ocasiones a artistas del cante, el toque y el baile ya mayores y no muy populares o famosos. A personas que no hubieran entrevistado nunca o casi nunca en los diarios importantes o programas de televisión como el Negro de Rota, María la Perrata, Enrique Orozco, Pies de Plomo o Eduardo el de la Malena, entre otros.
Reconozco que estoy en enganchado a este libro, en parte por el cariño que siempre le tuve a don Manuel, al que, por cierto, alguna vez tuve que criticar como director de las bienales de flamenco que dirigió. A veces a los aficionados les cuesta entender el trabajo del crítico de flamenco. En cambio, el de Casariche nos entendió siempre, quizá porque él era también un hombre de la prensa flamenca. Tuve con él algún desacuerdo, pocos, pero reconozco que es de los mejores hombres que he conocido en mi carrera profesional. Leer ahora sus estupendas entrevistas a los últimos de la fiesta flamenca es un verdadero ejercicio de memoria y una especie de terapia. Ya no hay artistas como aquellos, como los que protagonizan este libro, ni hombres como Manuel Herrera.
Imagen superior: Manuel Herrera – Foto: Ayuntamiento de Sevilla