Lo más rico del Gazpacho fue lo que quedó en el culito del cuenco. Los últimos sorbitos, que saben a gloria. El baile de Pepe Torres y el cuadro festero del final dejaron mi garganta ronca de arrojarles oles. Morón ha vuelto a su esencia, «sin perder el norte, o mejor dicho el sur», olvidándose de carteles mediáticos para vender asientos. Pero se llenó el graderío porque en esta bendita tierra saben istinguí. Los aficionaos cabales peregrinaron al pueblo del gallo para degustar un Gazpacho majao con mucha miga. Se llevaron el sabor de antaño restregao por el cuerpo, un ramalazo de age y un cajón de pellizcos. También el gazpacho tomao, recuperando la tradición. Y hasta el reloj del Ayuntamiento supo escuchá. Quedó mudo guardándose las campanas que en otros años se colaron entre seguiriyas o descompasaron una soleá.
Presentó con profusión de conocimientos Coral López, que lleva en su sangre el son de una herencia. Es nieta de Paco del Gastor, cuya compañía eché de menos entre el público para empaparme de esas anécdotas que me da siempre después de su caluroso abrazo. Coral abrió paso a los alumnos de la Escuela Municipal de Música y Danza. Abel Caballero apuntó a la guitarra una farruca de Sabicas y bulerías de Morón. Pero fue Bernabé de Pastora quien deslumbró a su corta edad con el buen acompañamiento al cante de Paco Macho. Malagueñas de El Chato de las Ventas y abandolaos, además de unos fandangos naturales donde recordamos a El Carbonerillo. Aquí hay guitarrista de futuro. El baile se postpuso y enfrió luego el festival –se perdona– porque el piano de Dorantes dominaba el escenario. No había espacio para desplegar coreografías. Y volvió el manido debate entre los asistentes de si los alumnos de la Escuela tienen o no que estar en los maderos del Gazpacho o emplazar su lucimiento a otro día.
La magia volvió a presentarse. Intuyo que se ha convertido en su sombra. O quizás la lleve escondida en las manos. La gitanería de Dorantes trasmina sobre los marfiles. Asciende como un halo divino entre blancas y negras. O más bien será que lo divino baja a poner oído cuando se posa sobre el piano. Traspasa las dimensiones musicales del flamenco, reinventa los códigos. Pero sus experimentos de fusión siguen siendo jondos. Así interprete piezas libres o palos que identifiquemos los que somos mortales, te atrapa con la musicalidad de su composición y la transmisión de diez corazones que resbalan por sus dedos. Sonaron aires de zambra y seguiriyas, tanguillos y tangos, un piropo a Sevilla, bulerías, Di, di Ana –dedicado a su padre Pedro Peña– cosido con Caravana… Y para finalizar Orobroy, del que se cumplen veinticinco años y sirvió para echar el cerrojo o cerrar la tapa. Rasgueó dentro, derrochó virtuosismo y delicadeza, gusto… compartió la sensibilidad con Las Rodes –Amara y Coral– dos gitanas de voces dulces que cantaron para envolvernos en tibias sedas y la extraordinaria percusión de Sergio Fargas.
Perico el Pañero dejó el regusto añejo del cante que agrada a los que raspamos lo tostaíto de la olla. Echó «leña al fuego pa hace candela». Y el calor de su gañote abrazó al respetable desde que principió por soleá mirándose en La Serneta o La Andonda. Sin pegar voces, endosó un cartucho de fandangazos bien tiraos, arrancando los aplausos con sus sentencias. Dolió por seguiriyas, escarbando en sus entretelas a la búsqueda de la pena que mejor describiera su lamento. Rajó, hirió y luego puso el consuelo como la saliva de una mare a una pupa cuando terminó por bulerías, enjaretando unos cuantos cuplés, evocando luego a Luis de la Pica y cabalgando sobre la bajañí especialmente inspirada y enjundiosa de Antonio Carrión y las palmas de Concha Carrión y Ángel Peña. Por supuesto que se animó con esos bailes que hacen levantar del asiento a cualquiera. Como también lo consiguió su hermano José El Pañero, rey de las fiestas, cantaor con tropezones y no de tropiezos. Disfrutamos de su gracia por cantiñas, tangos -aquí triunfó por Triana- y bulerías, en las que los pasajes lebrijanos sonaron de lujo. Así se hace, sin aburrir al público. Porque lo bueno, si breve…
La corporación municipal, familiares y amigos de Jerónimo Velasco El Pecholata subieron a darle un merecido homenaje por su labor en el flamenco de Morón. El agasajado y su mujer Cipri se mostraron visiblemente emocionados por el reconocimiento y las palabras que les dedicaron. Con los ojos humedecidos y muy contento, agradeció a todo el mundo este regalo y quiso pedir agilidad para que pronto vea la luz ese centro de documentación con los archivos que guarda como tesoros. Tuvo elogios para sus compañeros de las comisiones de los Gazpachos y para Diego del Gastor. También para otros amigos allí presentes como Takeshi, Ricardo Miño y Pepa Montes.
«Llamadas de ole, paseos con elegancia, paraítas de donosura, desplantes potentes y espontáneos, quiebros de locura y el gesto siempre en su sitio. Me quedé sin voz por jalearlo ¡La que has formao, Pepe! La ovación aún resuena. El Gazpacho cayó rendido a los pies de Pepe Torres»
Con las palmas de Ali de la Tota y José Peña y la guitarra de Juan Manuel Moneo salió al escenario entregaíta Elu de Jerez. Rompió el aire pregonando sus quejíos, a golpes de voz, con ostentación de facultades y sabiduría. Se templó por martinete echándole reaños y se buscó por seguiriyas. Sobrá de compás por tangos y bulerías inundó la plaza con poderío, rebosante de fuerza pero falta de una mijita de contención para que descollen los critalitos que tiene en la nuez. Pero a ver quién doma a esta yegua purasangre. Creo que sería restarle a su personalidad. Con lo que te gusta o no te gusta que se pelee así a empujones con el cante.
Juan Villar, Manuel Tañé y El Pechuguita se ofrecieron al cante con pasión. Las palmas las puso El Petete. A la guitarra Ramón Amador, la mejor sonanta de la noche, porque tocó para besarle las manos. Pulcro, con compás, preciso incluso a velocidades de vértigo, flamenco y delicado, nos regaló un paseo por los seis ríos de plata de sus cuerdas en el que jalonó de arpegios, trémolos y alzapúas definidos lo que fue una lección de toque y un ritual sonoro. Maravillosa la afinación de bordón y ¿tercera? con aires de rondeña para el Canastera de Camarón que interpretaron como interludio entre las dos piezas de baile. ¡Qué manera de tocar!
El bailaor toreaba en casa y se despellejó el alma dándolo todo sobre las tablas. Es la vez que mejor lo he visto bailar. Y van unas cuantas. Tan bien que llevo toda la tarde devanándome la sesera para desempolvar los calificativos que ya no usaba. No los encuentro. Nadie baila así. ¿Ahora qué digo yo de este hombre? Me desbarató el tinglao de las palabras dejándome huérfano de tinta y pluma, porque cualquier intento de definición es una ofensa a lo que hizo en el entariamao. Que me perdonen la RAE y vosotros porque no me sale decir que bailó como le dio la gana, sino para comerle los huevos. Ya me entienden, estamos entre flamencos. Aunque me diga mi amiga que esto no es elegante. Me rompí la camisa con su forma de recogerse, con sus figuras marcás. Cada vez que se agarró la chaqueta me dio una bofetá de age y un serón de pellizcos. Bailó por cantiñas con bulerías y por soleá, e incluso rindió honores a los viejos cantando unas letrillas. Es un artista completo, pero un bailaor sublime, que sin preparar coreografías insulsas, deja brotar a borbotones el arte que lo cincela de pies a cabeza. Llamadas de ole, paseos con elegancia, paraítas de donosura, desplantes potentes y espontáneos, quiebros de locura y el gesto siempre en su sitio. Me quedé sin voz por jalearlo ¡La que has formao, Pepe! La ovación aún resuena. El Gazpacho cayó rendido a los pies de Pepe Torres.
Y cuando parecía que no cabía más, el cuadro de fin de fiesta volvió a darnos un revolcón. Dos guitarras de cal, las de Ignacio y Paco de Amparo, nos llevaron a la nostalgia de aquellos sonidos buenos. Coral de los Reyes desde Jerez , Javier Heredia de Sevilla, Joni Torres de Osuna y El Remache de Málaga nos dejaron como colofón una borrachera de arte. Porque el talento de bailar y cantar con esas hechuras es una forma única de pegar pellizquitos. Las falsetas a cuerda pelá de Ignacio, el gusto que mostraron todos por las bulerías y cuplés de Utrera –Fernanda, Bernarda, Gaspar– y la gracia de los que están tocaos por la varita para hacer de esto un monumento sellaron el bote del Gazpacho. Coral es una de esas cantaoras catalogadas como festeras a las que le hacen falta poco más que las ganas para plantarte una sonrisa en la cara y animarte el día. Porque canta y baila bien, con gallardía, sin desgañitarse ni recurrir a las imposturas. ¡Cómo caracoleó Javier y se arrecogió! ¡Qué calentito suena Joni y cuánto me gusta cuando se acuerda de Paco Valdepeñas o Anzonini del Puerto! ¡Y ese pañuelo que tira al suelo y vuelve a recoger! ¡Y cómo me enciende El Remache con su cochecito leré, su patá y las bulerías de Manolito de María!
El Gazpacho de Morón de 2024 estaba rico y no se repite. Sencillamente porque estos momentitos de cante, toque, baile y juerga son irrepetibles.
Ficha artística
57ª edición del Gazpacho Andaluz, en homenaje a Jerónimo Velasco
Plaza del Ayuntamiento de Morón de la Frontera, Sevilla
6 de julio de 2024
Piano: David Peña Dorantes
Cante: Las Rodes
Batería y percusión: Sergio Fargas
Cante: Perico y José El Pañero, Elu de Jerez
Guitarra: Antonio Carrión y Juan Manuel Moneo
Palmas: Concha Carrión y Ángel Peña, Ali de la Tota y José Peña
Baile: Pepe Torres
Cante y palmas: Juan Villar, Manuel Tañé y El Pechuguita
Guitarra: Ramón Amador
Palmas: El Petete
Cuadro de fin de fiesta
Cante, palmas y baile: Coral de los Reyes, Javier Heredia, Joni Torres, Remache de Málaga
Guitarra: Ignacio y Paco de Amparo
Presentadora: Coral López