Increíble, pero cierto. Lo que voy a comentar en este artículo veraniego es, por obvio, doblemente injusto. Cuántos flamencos hay que pertenecen a ese club por desgracia numeroso de los ninguneados, artistas de gran altura pero que pasan sin conocer de verdad la gloria debida. De no ser flamencos, de haber practicado cualquier otro género de música habrían saboreado las mieles del éxito. Son muchos los que han corrido y corren esa suerte.
Me refiero a nombres señeros del flamenco a los que medio mundo les da la espalda mientras el otro medio pasa de ellos. Algunos son muy conocidos en el ámbito del flamenco. ¿Quién no conoce por ejemplo a Serranito, a Pilar López o a Manolete? Pregunten en la calle por ellos y las respuestas oscilarán entre un bocadillo de filete con pimiento verde, una joven actriz de segundo apellidada de Ayala, y un torero o bien un tipo de pieza de pan muy típica en Cádiz. ¡No hay derecho! ¿Por qué cualquier cosa que huela a flamenco es ninguneada por los medios, y por qué en la mayoría de los casos se encargan de hacer convenientemente gracietas a su costa? ¿Por qué sonríen cuando comentan algo referido a cantar, tocar o bailar, tratándose de artistas flamencos, una de las profesiones más serias y sacrificadas? Molesta sobremanera que todo lo que tenga que ver con el flamenco sea motivo de befa y mofa, intentando empequeñecer lo que por naturaleza y derecho propio es enorme, Arte Mayor donde lo haya. Para colmo de males no cejan en esforzarse por mostrar lo flamenco ligado a la delincuencia de barrio, escuchen sino las bandas sonoras de tantas y tantas películas españolas que se empeñan en usar las palmas, quejío y jaleo como fondo sonoro para ilustrar escenas a punta de navaja y delincuencias varias. Arquetipos mentales que explotan sin ser conscientes de estar cargándose un género apreciado en el mundo entero, excepto en su patria chica, que es ocultado con afán por la mayor parte de los medios. Como aquella serie que dirigí hace unos años y se emitió en TVE de madrugada, “Flamenco para tus ojos”, no fuera a ser que gustara y tuviéramos un problema con la potenciadísima música pop patria, siempre adorada por la prensa, radio y televisión, promocionando sin cesar grupos “popeiros” de ínfima calidad, mientras se olvidan de grandes figuras que están llenando teatros por el mundo entero todos los días del año, la auténtica y verdadera “Marca España”.
Esos días en Barcelona comentaba también con un amigo, gran guitarrista, el caso de un maestro de Jerez, y, con la vehemencia que me caracteriza, afirmaba que si el flamenco fuese un género musical respetado como debiera en su país de origen Paco Cepero al salir de su casa estaría rodeado de periodistas como si del mismísimo Sting se tratase. Cómo es posible que una figura de su talla artística pasee por la Gran Vía madrileña sin que le paren a cada paso. Sin embargo, todo hay que decirlo, todo esto también tiene su cara positiva para los aficionados ya que, a los que nos gusta juntarnos con los artistas, esa actitud hacia ellos los hace muy accesibles. Confieso emocionarme cuando estoy junto a Tomatito o Vicente Amigo, Fosforito o El Güito, Pepe Habichuela o Diego Carrasco. Puedes encontrarlos por la calle y no solo hablar con ellos sino que incluso, si se tercia, te metes en una fiesta de esas de presumir ante los tuyos de por vida. No hay mal que por bien no venga, dice el adagio, y qué verdad es.
«¿Por qué cualquier cosa que huela a flamenco es ninguneada por los medios, y por qué en la mayoría de los casos se encargan de hacer convenientemente gracietas a su costa? ¿Por qué sonríen cuando comentan algo referido a cantar, tocar o bailar?»
Un lugar de honor en el Club de los Ninguneados, pude vivirlo muy de cerca, está reservado a la gran Pilar López. Doña Pilar, como la llamaba Mario Maya, estaba en sus últimos años agriada, entiendo que era a causa del ninguneo al que estaba sometida. Ignorar a una artista de su nivel es imperdonable. Y murió centenaria sin ser reconocida como debiera. Aún hoy hay que explicar a noventa y nueve de cada cien si preguntas quién era esta maestra de maestros. Algo parecido viví con Enrique Morente durante los años en los que no estaba bien visto decir que te gustaba su cante. Es algo que he vivido en muchas ocasiones con muchos grandes que sorprenden por su cercanía cuando la procesión va por dentro. La humildad, característica de los grandes de verdad, contiene una cierta amargura interior inconfesable.
Pero el ninguneado por antonomasia fue el gran Manolo Sanlúcar. Contaré una triste anécdota que compartió conmigo otro grande de la sonanta, Juan Carlos Romero. Hacen unos años se organizaron una serie de conciertos por las peñas flamencas andaluzas en las que participan ambos maestros. Mientras Juan Carlos probaba sonido, Manolo colocaba su micrófono. Y, mire usted por dónde, el presidente de la peña le pregunta a Juan Carlos: Cusha –señalando al maestro Sanlúcar–, ¿el cantaor canta de pie? !!!???? Todo un presidente de una peña no había reconocido a una de las principales figuras de la guitarra flamenca de todos los tiempos. Y lo peor es que Manolo lo escuchó. ¡Pa llorar! Tendría razones el maestro para estar triste y, por qué no decirlo, un tanto amargado. Amargado de haber entregado su vida entera a dignificar la cultura de su tierra y tener que pasar por cosas así. Imperdonable lo que el mundo de la cultura le está haciendo al flamenco en las ultimas décadas, digan lo que digan. Y hoy me entero de la muerte de otro ilustre ninguneado, el pobrecito de Antonio Puerto. D.E.P. Siempre he dicho que si el flamenco fuera francés tendría un edificio de diez plantas en la ciudad universitaria de la Sorbona. Pero es español, y mucho español.
Más conocido es el feo que le hicieron a Paco de Lucía al poner su nombre en un cartel más pequeño respecto al de los dos ilustres colegas con quien compartía escenario, el tenor Plácido Domingo y Julio Iglesias. Fue en el festival “Soñadores de España” de 1989. El genio de Algeciras declaró: ”Mi nombre fue anunciado junto a los precios; sentí que se ofendía a mi cultura y dije que no tocaba. No sé si me he equivocado o no, pero creo que he hecho bien. Ya no paso más por el aro. Creo que no es arrogancia. Intento reivindicar el flamenco, reconocido en todo el mundo como una de las músicas más importantes, y ya es hora de que en España se trate con dignidad”. Palabra de Paco. No hay más que decir.