Y aquí, hablando de ese aspecto colectivo de la catarsis durante las representaciones teatrales griegas, vamos a situar la primera diferencia fundamental entre Duende y Genio en el terreno del flamenco. El duende es un fenómeno colectivo, que se da –cuando en ocasiones aflora– en la reunión, en grupo. La reunión siempre tiene la expectativa de la alegría, da igual que se canten seguiriyas o bulerías. El encuentro, el hecho mismo de reunirnos en torno a un arte que nos conmueve, ya preludia la emoción, la catarsis, y si luego el cantaor o cantaora, el bailaor o bailaora, es ‘visitado’ por el genio, entonces surge el duende, y el duende dispara nuestra química cerebral y nuestro corazón, como en el verso de Antonio Machado, “vuelve a plañir”.
Por supuesto, el genio del artista propicia el duende: que el artista sea tomado por el genio hará que el público se enardezca y que el duende se instale en el cuarto, en la reunión, y que estalle colectivamente. Genio y duende, pues, van de la mano, pero mientras uno se da en la individualidad del artista, del creador, el otro se da, necesariamente, en la colectividad del público. El artista recibe la posesión del genio involuntariamente, sin saberlo. Si veíamos a Camarón –o a otro artista– que era visitado por el genio en un momento determinado de una actuación, éramos nosotros quienes lo sentíamos desde fuera, éramos nosotros quienes lo ‘veíamos’ y nos decíamos: Camarón tiene dentro al genio. Pero él no lo sabía, él era inocente, él no preparaba su genialidad, muchas veces ni siquiera sabía lo que hacía o por qué lo hacía.
«El duende es un fenómeno colectivo, que se da en la reunión, en grupo. La reunión siempre tiene la expectativa de la alegría, da igual que se canten seguiriyas o bulerías. El encuentro, el hecho mismo de reunirnos en torno a un arte que nos conmueve, ya preludia la emoción, la catarsis, y si luego el cantaor o bailaor es ‘visitado’ por el genio, entonces surge el duende, y el duende dispara nuestra química cerebral y nuestro corazón»
En este instante de mi reflexión quiero decir algo: es muy difícil que el duende aparezca en el ámbito de un teatro, de un gran auditorio o en cualquier otro espacio con mucho público. No es imposible, pero sí muy difícil, el duende necesita colectividad, sin embargo lo masivo suele espantar al duende. A ello contribuye el gran cambio y crecimiento que se ha producido en el flamenco. Ahora, el público, ya no es el del aficionado estricto, sino un público variopinto, estudiantil, extranjero y curioso ante el flamenco.
Todo eso, por supuesto, es positivo para el flamenco, está bien que en las últimas décadas haya ascendido a los teatros y que el público se haya diversificado, pero el duende es más una cosa de grupos reducidos, de cuarto, de reunión, de aficionados capaces de atreverse entre amigos con un cante o con una ‘pataíta’, además de escuchar en esa reunión o peña al profesional.
La diferencia entre Camarón y otro artista grande como Enrique Morente consiste en esto: Camarón, en arrebatos geniales, creaba cosas sin proponérselo, mientras que el maestro granadino se planteaba voluntariamente crear para diversificar, para innovar. Una cosa es el talento, algo que a veces incluso podemos llamar “una genialidad”, y otra el genio. Morente tenía talento, además de otras virtudes y hasta habilidades, pero rara vez estaba poseído por el genio. Por ello Morente fue un gran maestro y Camarón, no. La maestría es otra cosa. Nos sucedía también, por ejemplo, con Antonio Mairena y con Caracol. El primero fue un maestro. Si volviéramos a la filosofía nietszcheana diríamos que fue un maestro de lo apolíneo, de lo estructurado formalmente, un maestro de lo integrado, de lo cabal incluso, pero no tuvo con él al genio. Organizó y enseñó mucho a los demás, pero el genio, como estamos viendo, es otra cosa. En cambio el segundo, Caracol, estuvo poseído por el genio en muchos momentos.
Aunque en un libro que acaba de ver la luz, Antología poética de la copla flamenca, Velázquez-Gaztelu recuerda cómo siendo ya mayor el maestro, en una grabación y algún otro momento, hubiese querido liberarse de la ‘camisa de fuerza’ que él mismo cosió al flamenco y ser él mismo, el de su interior, ofreciendo un flamenco más salvaje, más libre de ataduras.
«Morente tenía talento, además de otras virtudes y hasta habilidades, pero rara vez estaba poseído por el genio. Por ello Morente fue un gran maestro y Camarón, no. La maestría es otra cosa. Nos sucedía también, por ejemplo, con Antonio Mairena y con Caracol»
Acabando ya, volvamos un momento a Platón. Pese a su animadversión poética, pese a querer expulsar a los poetas de la república del saber, fue contradictorio en su aproximación a la poesía. En otra parte de su obra, Platón dice que la poesía es más bella que la razón porque mientras la poesía es cosa de dioses, la razón es cosa de los hombres. Según él, los poetas reciben la inspiración divina a través de las musas y aparece la manía, que es el entusiasmo (la locura en cierto modo, lo irracional. Y nosotros cuando hablamos de duende en el flamenco estamos hablando de eso con otro nombre. El artista, en el mundo jondo, sería el poeta, el cantor, que es ‘poseído’ por el genio, transmutación de la musa. Igual que el poeta no sabía estar poseído por las musas, que le transmitían una locura divina, el cantaor/a no sabe que ha sido poseído por el genio.
Y entonces, el artista flamenco ‘genializado’, provoca que el duende se instale entre los oyentes, y llega en ese momento la embriaguez colectiva, la dicha, la alegría, y el duende se enseñorea de todos. La embriaguez es la embriaguez emocional que nace de una dopamina natural o externa. Pero, aunque esto es obvio para los flamencos, la embriaguez no lo es de alcohol, el flamenco no es asunto de bebedores compulsivos, no es preciso repetirlo, ya lo he dicho más arriba, aunque el vino, el alcohol, tomado con moderación, pueda ayudar. La embriaguez traída por el duende es embriaguez emocional, es alegría de estar ahí en ese momento. Y entonces podemos decir que el duende flamenco existe, aunque no tenga forma carnale, corporal, aunque nadie lo haya visto nunca, pero muchos y muchas lo han sentido y lo han vivido.
El flamenco, en sus letras, en su historia, no es un arte social en el sentido político, reivindicativo, aunque de manera intelectualizada se hayan escrito letras de ese tipo. Las letras del flamenco antiguas fueron siempre, en su mayoría, de dolor, pero de un dolor humano: de orfandad ante la pérdida de la madre o del hermano, también de queja ante la pobreza, ante la fatalidad, ante el desamor o la traición, pero igualmente de alegría: canto al amor cumplido, el piropo a la belleza, canto a la naturaleza en libertad. Y todo eso, sea triste o alegre, se celebra estando juntos, es la alegría en la reunión que espanta a la muerte y al sufrimiento. Y en ese ambiente se prepara un barbecho feliz para que el duende comparezca y la vida triunfe durante unas horas, rotunda, sin paliativos.
→ Ver aquí la primera entrega de Del genio al duende.