No le toca a la modernidad, pero sí al tiempo que vive. No es vanguardista, pero es actual. Tiene en su cabeza a los grandes maestros contemporáneos de la guitarra de concierto y no se despoja de ellos para emprender su propia búsqueda. David de Arahal arrastra ese principio para que las cuerdas no se enfrenten a laberintos inexpresivos y vacíos de contenido, por eso mueve las melodías jugando con los trémolos, los armónicos, los ligados y los arrastres a fin de crear piezas que identifiquen su personalidad, sencillas pero elegantes y, sobre todo, muy templadas y sensibles. Tiene a su alcance –y en el conocimiento– todos los recursos técnicos que la guitarra de concierto de este tiempo acumula en sus diversos mecanismos expresivos, la mayoría de ellos heredados del clásico y de la disciplina académica, pero no abusa de ellos; pese a que su técnica está construida sobre esquemas pulimentados. Es picajoso con la digitación y conceptualiza las composiciones para crear sonidos limpios, meticulosos, muy medidos en las notas. Aunque tenga que buscarlas apurando los últimos trastes del diapasón o en un acorde invertido. Una de sus virtudes está anclada a la temporalidad: piezas breves, sujetas a la justa concreción, alejadas de redundancias sonoras y de encadenados estribillos y remates. Toca con una calma impropia de este tiempo y de la generación a la que pertenece, como si temiera dañar la idea que tiene dibujada en su cabeza. Todos los pasajes los construye desde la templanza y el preciosismo. No cae, por ejemplo, en la tentación de ejecutar los vertiginosos picados insustanciales tan característicos de la guitarra flamenca moderna. No es efectista, pero sí detallista. Como la mayoría de guitarristas de su generación no evita las influencias, y es justo decir que tampoco las emula. Las sombras aparecen sutilmente y están ahí, porque de momento, debido a su corta edad, solo ha puesto los pies en el camino. Es evidente que estamos hablando de un guitarrista prodigioso, de enorme proyección, pero aún está en su vital proceso.
La observación paralela a sus destacadas condiciones nos lleva al efecto que causa su propio planteamiento: dijo Manolo Sanlúcar, uno de sus maestros, que «la técnica hay que tenerla para olvidarse de ella cuando se está tocando». De lo contrario se supedita la perfección a la flamencura y se pierde el aire. No es que David tenga esa carencia en el sonido, pero la meticulosidad con la que toca, a veces –sin dejar de ser profunda–, tapa la jondura. Ese punto que diferencia lo cerebral de lo anárquico, lo que se sale del pentagrama para dar cabida a lo improvisado. Él no se sale del guion, y así prefigura el concepto de toda la obra que presentó en la Sala Joaquín Turina, composiciones que conforman su segundo trabajo discográfico, Callejón del arte.
«En la soleá fue donde David de Arahal dejó ver la diferencia entre emocionar y pellizquear. La tocó de manera portentosa, con contundencia en el alzapúa. No sonaba a Alcalá ni a Utrera ni a Triana…, por ahí no la llevaba, ni le hizo falta, porque en las falsetas estaba toda la esencia intrínseca de este estilo»
Abrió en solitario por granaína, fijando la cadencia natural de este estilo en la melodía y en las falsetas, siempre protegidas por los trémolos, un recurso que estuvo presente en la mayoría de las piezas como si fuese una necesidad expresiva. Hermoso fue el detalle del llevar el glissando al cierre en los últimos trastes. Hemos dicho al principio del artículo que David es actual, sin embargo por momentos su toque parece extemporáneo, como la taranta que cantó con las primas y que acompañó con los bordones. Los jaleos tuvieron un concepto más acorde a la tendencia de los estribillos y los remates. Pero en la soleá fue donde dejó ver la diferencia entre emocionar y pellizquear. La tocó de manera portentosa, con contundencia en el alzapúa. No sonaba a Alcalá ni a Utrera ni a Triana…, por ahí no la llevaba, ni le hizo falta, porque en las falsetas estaba toda la esencia intrínseca de este estilo. La caña que siguió en el orden estaba estructurada en cambio con el sonido característico de sus paseíllos y de su melodía. David le pone conciencia a este aspecto, y no marea a la guitarra con fantasías irreconocibles. Fueron las piezas más solemnes y las de mayor flamencura. «Estoy enamorao de las cosas sencillas…», dijo como preludio a los tanguillos, inspirados en los jazmines de su vecina. Una composición fresca y jocosa con la que abrió la puerta a los estilos festeros de la bulería y de la alegría, y fue ahí donde se destensó rompiendo el pacto con los trémolos, dándole salida rítmica con solvencia al compás, a los rasgueos y a los remates precisos.
A la segunda guitarra, le acompañó Ángel Vera, otro joven con proyección y de destacables cualidades. Arropó a David de Arahal con precisión y connivencia. Las dos guitarras empatizaron no solo en el plano musical y técnico, sino en la recíproca admiración que se tienen. Los arreglos para las percusiones los abordó otro extraordinario músico: Lito Mánez. Y en las palmas, los Hermanos Gamero.
Manuel de la Tomasa, uno de los grandes triunfadores de esta Bienal, intervino en calidad de artista invitado para glorificar el cante gitano por seguiriya. No es que esté de moda, es que traspasa los sentidos sin imposturas, con la escuela de su estirpe siempre por delante. Sandra Carrasco, una de las voces más dulces del flamenco femenino, también participó en el tramo final cantando por fandangos. A los dos invitados los conoce bien David, dado que suele acompañarlos en sus recitales. Este viernes fue al contrario.
«El tiempo es como un puñao de arena que se escapa de la mano…», sonó con su voz en off al principio del concierto. David aprovechó el que esta Bienal le ha brindado para llenarlo de callejones de dulzura.
Ficha Artística
Callejón del arte, de David de Arahal
XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla
Sala Joaquín Turina
27 de septiembre de 2024
Guitarra: David de Arahal
Segunda guitarra: Ángel Vera
Percusión: Lito Mánez
Palmas: Hermanos Gamero