…Parar, mandar y templar, que en el título no me cabe. En el arte grande del toreo –aunque algunos catetos quieran ponerle una señal así de grande de prohibido el paso– hay unas reglas básicas. Pepe Hillo –el toreo de la Hermandad del Baratillo, la que saca nazarenos a la calle con las suelas de las sandalias llenas de albero– y el chiclanero Francisco Montes Paquiro, alumno del señó Juan León del barrio de San Bernardo, dejaron en negro sobre blanco sus tauromaquias. Y esta premisa del parar, mandar y templar se presupone, como el valor en los solados. La primera regla en el toreo, lógicamente, es que el toro no te eche mano. Pero el parar, mandar y templar es la tecla maestra del que quiere poner boca abajo, literalmente, los tendidos de una plaza de toros.
Y en flamenco, parar, mandar y templar se palpa, a mí al menos me ocurre así, en las exposiciones de fotografías o de dibujos. Y la que tenemos el placer de disfrutar en el mudéjar Palacio de los Marqueses de la Algaba es una propuesta que sigue esta línea. Y conste que servidor no entiende de casi nada, pero de barcos y de pintura menos.
Me estoy refiriendo, como seguro que ya usted ha entendido, a la exposición Yunque, trazo y alcayata –título inspirado en una letra de José Monje, Camarón–, de los pintores Patricio Hidalgo y Gonzalo Llanes e incluida en la programación de la Bienal de Flamenco. Una exposición sobre caballetes, que hay sitios –que nos lo digan a nosotros, ¿verdad, Antonio?– donde no se pueden usar ni el trompo ni el espiche ni la alcayata.
«Y en el entre tanto, rodeado de ladrillo, torres y arcos, disfrutar del tiempo detenido en el carboncillo y el pincel. Y si ponen el oído, créanme, pueden escuchar hasta la música que desprende cada dibujo. Un placer para los sentidos. Lo grande que tiene que ser saber parar, mandar y templar…»
Porque dibujar es parar y convertir lo efímero, la milésima de segundo, en eterno. Porque mandar es saber hacer y tener los conocimientos exactos para contar una historia con una instantánea. Y porque se tiempla cuando lo que se escapa al ojo profano, el que sabe captar la esencia lo retiene en la retina de la memoria y lo lleva al lienzo a través del pincel –los pinceles al lienzo, que cantaba Caracol por saetas–.
Los dibujos son un homenaje a la historia del flamenco, a los más grandes, a los que han puesto este arte en una música de músicas. Por allí anda Antonio Mairena –que su porte dice todo lo que tiene que decir entre trazos negros como el carbón-, El Cabrero, Mario Maya, Juan Talega –que cada arruga suya vale el cargamento de un galeón venido de las américas–, Camarón, Habichuela, Aurora Vargas –guapa, morena, guapísima–, Farruco, José Menese –con ese perfil de emperador romano desde La Puebla–, Agujetas –arañando, arañando y arañando– o la Utrera perratera y la de la calle Nueva, que Bernarda se va a arrancar con lo del Romance de la Reina Mercedes de Rafael de León.
La exposición se inauguró el 9 de septiembre –resaca de la Virgen de Consolación, la del barquito en la mano– y se podrá disfrutar hasta el 26 del mismo mes. La recomiendo de todas todas. Un café en alguna terraza de la Alameda de Hércules y luego una cerveza en la Plaza de los Carros, en Casa Vizcaíno mismo. Y en el entre tanto, rodeado de ladrillo, torres y arcos, disfrutar del tiempo detenido en el carboncillo y el pincel. Y si ponen el oído, créanme, pueden escuchar hasta la música que desprende cada dibujo. Un placer para los sentidos. Lo grande que tiene que ser saber parar, mandar y templar…
Texto: Eduardo J. Pastor