Todo empieza en una zambomba donde, a través de Jeromo Segura, conozco a Tato Rodríguez y a su hermano Alberto, también guitarrista. De ahí empiezan una amistad, visitas al taller, prueba de guitarras de Tato y dilatadas conversaciones sobre temas guitarreros. Además intercedo para que conozcan a Tato tanto el guitarrista Antonio Dovao como el constructor José Antonio Gómez. De hecho tenemos los cuatro una comida pendiente.
Conforme se fragua la amistad, Tato me propone iniciar la construcción de una guitarra flamenca, lo que me llena de alegría y emoción. Principalmente por ver uno de mis sueños cumplidos. Y a renglón seguido nos ponemos manos a la obra. Empezamos realizando el pedido de las maderas y Tato me sorprende regalándome la tapa armónica. En ese momento que estamos en el taller y me da la madera de la tapa para pegarla, empiezo a sentir un escalofrío junto a la emoción de un principiante. Esa sensación de tener en las manos una madera noble para tu instrumento me produce una emoción inmensa.
A través de todo el proceso de construcción, que he ido detallando en diferentes artículos, los sentimientos han sido como una montaña rusa. He reído, llorado, sorprendido, enojado y hasta he sentido nervios cada día. Aunque en el banco de trabajo siempre ha primado la prudencia, ya que con las herramientas en las manos es fácil cometer algún error y estropear todo el avance. Y eso era algo que no quería que pasara. Además, durante el proceso se necesita paciencia. Junto a la ayuda y guía de Tato.
Cada día que iba al taller, que por supuesto no voy a dejar de ir, iba con las típicas mariposas en el estómago. Un cóctel de nervios y alegría. Con mil imágenes que transitaban por mi cabeza. Cómo mi abuelo, Papa José, me enseñaba los primeros acordes. O cada vez que le tocaba a mi yeya El Emigrante de los maestros Juanito Valderrama y Niño Ricardo. O con la ilusión que le tocaba a mis padres lo que sacaba, pero con más alegría ellos escuchaban mis toques. O con una falseta de abandolaos que durante la pandemia me regaló mi querido Dani Vélez. O los ánimos constantes de mi mujer y mis hijos. Podría ser una lista innumerable de recuerdos y momentos.
«A través de este artículo muestro mi mas sincero reconocimiento y admiración a esta profesión, al constructor de guitarras. El guitarrero es el que dota de alma a un trozo de madera que convertido en instrumento hace las delicias melódicas, rítmicas y armónicas de la flamencología guitarrística»
Podría describir muchísimas situaciones, pero el simple hecho de dar forma a una madera que terminará siendo tu instrumento es indescriptible. El proceso ha sido largo. Había semanas con días continuos de trabajo. Pero a su vez, por diversos motivos, hubo semanas donde apenas se avanzó. También a veces el trabajo era lento, ya que todo iba documentado. Y por delante, el disfrute de ser parte de un maravilloso ecosistema artesano y flamenco. Caminar entre tapas, fondos, puentes o perfiles con el formón o la lija en la mano es una pasada. Pones un trozo de tu corazón en cada instrumento.
El hecho de entrar cada día de trabajo en el taller genera una alegría inmensa. Se mezcla entre acordes y melodías jazzísticos, blueseros, roqueros, flamencos o clásicos. Eso te sube el estado de ánimo. Hace que se disfrute cada parte del proceso. Construir una guitarra no es un trabajo baladí, mas bien todo lo contrario. Estamos hablando de una obra arte en sí misma. En una de las charlas con Antonio Dovao, Tato Rodríguez y José Antonio Gómez di cuenta de todo y lo complicado de este proceso.
Aunque el aprendizaje es interminable, la iniciación en el mundo guitarrero para gestar tu primer instrumento parte del concepto de la escucha y el entendimiento de la madera. Su manipulación te eriza el vello. La interacción con su flexibilidad, dureza, maleabilidad o densidad te devuelve sensaciones maravillosas. Los golpes para probar su sonoridad proporcionan un camino melódico en busca del sonido. Todo confluye en un camino donde el guitarrero forma un binomio con la materia prima en busca de la excelencia sonora hecha sonanta.
Conforme pasan los día e inmersos en la construcción, el disfrute aumentaba parejo al nerviosismo. Las piezas son fabricadas con delicadeza para que el encastre resulte fructífero. Cada avance es un espectáculo que hechiza el alma. Jamás pensé que sería capaz de transformar un conjunto de maderas en un instrumento capaz de emocionar. De producir un sonido tan puro a partir de elementos naturales, casi en su totalidad. Y además, la unión de mis mundos, musicales y flamencos, por pasión y por tradición.
Aunque es sabido que el momento en el que se culmina el trabajo el luthier se llena de satisfacción, he de mencionar, en mi caso, dos momentos. El primero, cuando saco la guitarra de la solera. Creo que ese es el instante clave. Mi cara lo refleja, además del conjunto de emociones que se agolpan dentro de mí. No sabía si reír o llorar. Junto a Tato y su pareja sacamos la guitarra de la solera. Es un momento de felicidad extraordinaria. En mi mente todas aquellas personas que habitan en mí. Mis abuelos, que tanto me cuidaron. Mis padres, que gracias a ellos soy lo que soy. Mis animales, por su cariño incondicional. Y sobre todo mi mujer y mis hijos, por estar ahí siempre y su apoyo constante.
«Desde el mayor de los respectos me he atrevido a profanar la labor del luthier. Los guitarreros mantienen un trabajo de pura artesanía jonda. Y reparten trozos de su corazón por medio de esos soníos negros de la flamenquería sonantera»
El otro momento surge cuando afino la guitarra por primera vez. Esa tarde hubo lágrimas, risas, abrazos y recuerdos, muchos recuerdos. Pero sobre todo mi padre.
Claro está que a lo largo de todos estos meses he disfrutado del lijado de la madera, domado de aros y perfiles o de la colocación y encastre de la caja de resonancia. También del trabajo en la solera o la colocación de la roseta. De los chascarrillos con Tato Rodríguez además de esos tintos de verano, sin alcohol, al final de la jornada. Incluso llegaba a casa con las mismas ganas de contarle a mi familia lo que había hecho como de regresar al siguiente día para seguir avanzando.
No puedo ponerle una música a este proceso, ya que habría momentos en los que sonaría desde una seguiriya de Mario Escudero a unos fandangos de Huelva de Paco de Lucía.
Para terminar esta serie sobre la construcción de guitarras, a través de este artículo muestro mi mas sincero reconocimiento y admiración a esta profesión, al constructor de guitarras. El guitarrero es el que dota de alma a un trozo de madera que convertido en instrumento hace las delicias melódicas, rítmicas y armónicas de la flamencología guitarrística. Aunque desde el mayor de los respectos me he atrevido a profanar dicha labor, los guitarreros mantienen un trabajo de pura artesanía jonda. Y reparten trozos de su corazón por medio de esos soníos negros de la flamenquería sonantera.
No quiero despedir esta serie sin acordarme de todas esas personas que han hacho posible mi amor a la música y al flamenco. Mis abuelos, mi padre, mi madre, mi mujer y mis hijos. Pero, además, hay dos personas a las que admiro y aprecio, por abrirme las puertas de lo profesional y lo personal. Esto también va por Manuel Bohórquez y Quico Pérez-Ventana.
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