El tema de los concursos es actualmente de suma relevancia. Al no haber vivencias ni un entorno natural para el cante, la nueva generación aprovecha el estímulo y el contacto con los aficionados proporcionados por los concursos. Los ambientes tradicionales donde se había cultivado el cante, los patios de vecinos, las gañanías, las herrerías u otros ambientes de trabajo han desaparecido. Hoy en día los cantes festeros son de los pocos que se pueden considerar cantes vivos de transmisión oral, porque son practicados en las fiestas y reuniones de toda Andalucía, y representan los últimos vestigios del flamenco como elemento imprescindible de la vida. Gracias a los concursos, los cantaores de la nueva generación cultivan cantes con escaso valor comercial, que seguramente serían olvidados si no fuera por estos eventos.
Cuando he hablado con jóvenes cantaores para animarles a participar en los concursos, resulta que impera la creencia de que los jurados te descartan por una nota fuera de lugar –el falso mairenismo que nunca existió–. Pero el aficionado sin conocimientos reales sólo sabe reproducir la idéntica melodía de una determinada versión. Esto es nefasto, y es motivo para animar a los organizadores de los concursos a ejercer buen criterio en la selección del jurado.
El favoritismo es la lacra de los concursos. Algunos recordarán la lamentable historia del concurso en el que un miembro del jurado fue agredido por apoyar a un individuo que había estudiado con aquél. El sentido común manda que cuando en un concurso sale finalista una persona a la que has enseñado durante largo tiempo, o a la que estás vinculado por cualquier tipo de relación, estás moralmente obligado a abstenerte de la votación.
Hay que distinguir entre los concursos de carácter local o provincial, es decir, el típico concurso organizado por una peña o asociación cultural, los concursos a gran escala que suelen durar varios días e incluyen premios para cante, guitarra y baile, como el de Córdoba o de La Unión, y los de formato mediano, como el Yunque de Santa Coloma, entre otros. Hay concursos monográficos de serranas, alegrías, peteneras, bulerías, fandangos de Huelva, tarantas, villancicos, saeta, etc. Otros para los jóvenes, y no sería mala idea que hubiera algún concurso de cante para la tercera edad (igual ya existe).
«No se puede valorar un cante, baile o toque de compás sin conocimientos al respecto. He escuchado decir a un miembro de jurado: «No sé hacer compás, pero sé cuando está cruzado». Esto, sencillamente, no es posible»
Es imprescindible que los jurados tengan conocimientos más allá de lo básico. Recuerdo hace unos años, después de un concurso importante, cuando había ganado uno que no me había convencido demasiado, pregunté a la mañana siguiente a un miembro del jurado si estaba muy convencido con el triunfo del cantaor en cuestión, y me contestó: «Es que me gustó mucho el martinete, porque lo hizo sin acompañamiento musical». Sorprendida, le destaqué que el martinete es un cante a palo seco, sin acompañamiento, pero el tipo insistió: «Bueno, tanto da, pienso que tiene mucho mérito cantar algo así sin guitarra». ¿Qué conocimientos pudo tener esta persona, ya no del martinete, sino del cante en general? ¿Cuántas actuaciones, recitales, reuniones, conciertos o fiestas ha podido presenciar, o discos escuchar? Más bien pocos. Ni sólo artistas, ni sólo estudiosos, sino la participación de ambos equipos es necesaria para valorar adecuadamente a los concursantes.
Muchos aficionados no distinguen las formas libres de las de compás, ni el abandolao del compás de Huelva, ni saben cuándo el compás está cruzado o deficiente. En general, el compás es la gran incógnita para muchos. No se puede valorar un cante, baile o toque de compás sin conocimientos al respecto. He escuchado decir a un miembro de jurado: «No sé hacer compás, pero sé cuando está cruzado». Esto, sencillamente, no es posible.
En cuanto a los concursos de baile, no debería ser posible llevarse un premio nacional de baile flamenco habiendo interpretado una coreografía a cante libre, como he visto ocurrir al más alto nivel. Bailar al cante libre, es decir, exento de compás, puede ocultar una falta del dominio del compás, y no es apto para un concurso de baile flamenco.
Para valorar a un guitarrista, es imprescindible saber distinguir cuándo ha metido la pata, o cuándo es culpa del cantaor, o si la guitarra está desafinada.
Los concursos que lucen la palabra “nacional” deberían ser sometidos a normas generales administradas por la Confederación de Peñas, el Instituto Andaluz del Flamenco u otra autoridad competente. No hay que abusar de la palabra “nacional”.
Había un lamentable incidente de un concurso que nunca llegó a entregar los premios en metálico porque no había dinero. Escandaloso. ¿Pero en qué ley se basa un concursante para formular una denuncia? O el típico “premio desierto” porque así lo ha decretado la organización al no haber fondos suficientes.